-Me tengo que comprar un pantalón.

Escuchó eso y automáticamente se levantó de la mesa. Pensé que iba a irse. Huir.

Pero no, mi amiga La Rubia se paró para preparar mate. Quizás ya lo tenía decidido y justo cuando le hice la pregunta se dispuso a hacerlo. O tal vez no estaba interesada en el tema. Insistí:

-Me tengo que comprar un pantalón.

-Te escuché, sí. Tratá de probártelo antes. El último que compraste…

-Sí, ya sé. Por eso me tengo que comprar otro, porque me sigue quedando grande. Es eso o engordar.

-Ah, pensé que ya habías optado.

-No empecés. ¿Vos qué me recomendás?

-No seguir engordando.

-Terminala. Con los pantalones te digo.

-Ah. Los chupines no te gustan.

-No, parezco un superpollo. Una gallina criada al lado de una planta nuclear. Deforme.

-Entonces comprate uno recto. Corte regular.

-Estoy harto de usar siempre los mismos pantalones.

-Ahora vas a empezar con eso de que las mujeres tenemos mucha más variedad y que ojalá en la próxima vida te toque ser mujer aunque sea para poder usar ropa con onda, entre otras cosas…

-Es cierto eso. Estoy cansado de la tiranía de la indumentaria masculina. Peor aún para un tipo grande como yo. Jean o pantalón recto, camisa, suéter, saco y zapatos con más o menos punta. Chau.

-¿Y qué querés ponerte, un kimono?

-No sé. La industria de la moda podría haberse jugado un poco más con nosotros. Ahora los más jóvenes tienen un poco más de variedad. Pero no te creas que tanta. Cero, comparado con la ropa para las mujeres, tanto para jóvenes como para las de tu edad.

-¿Estás intentando cobrarte lo de la gordura? No me ofende. Lo que pasa es que vos sos muy clásico.

-Puede ser. Pero dentro de lo clásico también podría haber variantes. Me visto igual desde los 14 años. O antes. A los doce, ponele, que empecé a elegirme la ropa yo. Antes de eso, me vestía mi mamá y era peor. Yo creo que me odiaba.

-No digas eso.

-Bueno, quizás no. Pero siempre sentí que con mi hermana se esmeraba en comprarle cosas lindas y conmigo pasaba por la estantería de los pantalones, de las camisas y de los suéters, manoteaba dos de cada uno y listo: vestido para todo el año. En la Galver, en Aduriz, en La Exposición me vestía. Pero para mi hermana recorría todo el centro, porque había millones de locales con ropa para mujeres de todas las edades.

-¿Tenés un trauma o algo así?

-Quizás. Un día de estos te voy a traer una foto que debo tener guardada. Año 1964, 1965. Un día de sol radiante, en una plaza en Mar del Plata. Mi vieja debía tener unos 30 años. Muy linda mujer. Muy de la época, es decir, con los peinados de moda, la ropa de moda. Tez muy blanca, pelo muy negro y una sonrisa que se escapaba de la foto. En blanco y negro. Llevaba puesta una camisa clarita arremangada y una pollera a cuadros grandes, un poco más arriba de la rodilla y un cinturón o algo que le marcaba la cintura. En los pies, unas sandalias con taco y uno de esos peinados medio para arriba, al estilo Sofía Loren. Era más o menos de esa época. Es más, creo que mi mamá quería parecerse a Sofía Loren. Quería ser una diva italiana. Y justamente, en la foto y de su mano, un metro más abajo, aparece un inmigrante italiano, recién bajado del barco: yo. Debía tener unos dos o tres años. Ya te digo, debió ser un día de calor. Me habían puesto una chomba a rayas horizontales, prendida hasta el último botón, con uno de los cuellos levantado. Abajo, un pantalón corto, demasiado corto (como el de los futbolistas del Mundial 78), pero no ajustado. Duro el pantalón, debía ser de una tela tipo lona de camión y ancho, le sobraba como para cuatro o cinco de mis piernas. Y para completarla, zapatos acordonados (¡zapatos para un nene de dos años! No sé si existían las zapatillas), con unos zoquetitos que imagino marrón clarito. Éramos Sofía Loren recién salida de los Estudios Cinecittá, caminando por una plaza de Roma, que se encontró con niño expósito y lo vistió con unos trapos que encontró. Bueno, desde esa época me viene el drama de la ropa. Tenés razón: es un trauma.

-Ah, mirá vos. Decime, ¿cuando vas a comprar un pantalón le decís todo esto a la persona que te atiende?

-No. ¿Vos decís que debería?

-Probá. Ya te digo. Hay que probarse.

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