Vamos caminando por un barrio semicéntrico con mi hijo menor, que en determinado momento me señala a un hombre que está subiendo a una antena, de las altas. Estamos más o menos a una cuadra y si bien no logramos dimensionar la altura, la vista que tenemos nos da el panorama: en varias cuadras a la redonda es la persona más elevada que hay. Por allí no se divisa ningún edificio de departamentos.

Me pregunta qué estará haciendo y mientras seguimos caminando le respondo que tal vez esté haciendo mantenimiento o conectando algún cable que se desconectó. Algunos metros más adelante me hace la pregunta que imaginé y que me resulta más difícil de responder cuando la escucho:

-¿Vos trabajarías de eso?

No sé si el vértigo es hereditario. Tampoco si lo es el miedo. O determinados miedos. Me temo que son inculcados. Si mi hijo me ha visto correr al ver una culebra puede que el también haya salido corriendo. Por suerte, nunca nos encontramos frente a una serpiente. Pero ahora sí, ante la altura.

-Pero ese hombre tiene todas las condiciones de seguridad, hijo. Va atado con un sistema que en caso de perder pie lo mantiene sujeto. Seguramente es un mecanismo de doble seguridad, como los paracaídas, viste: si falla uno, tienen otro de emergencia.

Se interesa un rato en el asunto. Hablamos de arneses y esas cosas. Pero le había quedado un tema pendiente:

-¿Trabajarías?

-Preferiría trabajar en otra cosa. En algo que verdaderamente disfrute. Y la verdad, no soy de disfrutar las alturas.

A partir de allí, una enumeración a contrapunto de trabajos que nos gustaría ejercer: futbolista, escritor, youtuber, cantor de tangos, diseñador de juegos para computadora, cheff como Francis Mallmann.

-Ah. Eso también me gustaría ser: cocinero.

Y cuando queremos acordar ya estamos casi debajo del trabajador, que está en la punta misma de la antena. Pensé que desde ese lugar iba a poder dimensionar en metros la altura. No tengo ni idea. Es altísimo.

Vemos que el hombre está maniobrando con sus manos. “Las herramientas también las debe tener sujetadas con algo”, explico, más por especulación que por otra cosa.

-¿Vos decís que está disfrutando lo que hace?

-Yo creo que sí. Así como hay personas que le tienen miedo a la altura, hay otras que la disfrutan. Sentir el viento allá arriba, poder ver hasta donde se te pierde la vista, saber que sos el único que podés estar ahí. Debe haber algo de libertad en esa sensación…

-Mejor no lo sigamos mirando, ¿sí?

-Bueno, vamos. ¿Por qué lo decís?

-Porque en una de esas nos ve y se da cuenta de que sentimos miedo.

-Pero no sentimos miedo; estamos acá, parados en la vereda. Nosotros no nos podemos caer.

-Miedo por él, quise decir. Y capaz que eso lo hace darse cuenta y dejar de disfrutar.

Supongo que eso que siente mi hijo es algún tipo de vértigo.

Y quizás sea hereditario.

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