Cómo fue la siembra del primer trigo en Tandil
ESTA CIUDAD CUMPLIA 25 AÑOS DE EXISTENCIA, AUN NO HABIA CESADO LA LUCHA MANO A MANO CON LA NATURALEZA SALVAJE Y LA AGRESIVIDAD ABORIGEN, CUANDO COMENZARON A ONDEAR LAS MELENAS RUBIAS AL FILO DE LA PAMPA INFINITA.

Por Juan Roque Castelnuovo
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailHumeaban todavía los cañones y mugían en rodeos inconcebibles las haciendas alzadas por el malón, cuando llegaba Juan Fugl a este lejano sitio. Enterado por un diario publicado en Dinamarca, su país, que la Argentina era algo así como la tierra prometida que solo esperaba la llegada de hombres de buena voluntad que desearan sacar provecho de los frutos que ofrecía, con sus 25 años vigorosos y pujantes no vaciló en alejarse de su aldea Horslunde, en la isla de Lolland, dejando allá, del otro lado del mar, su trabajo en el campo Y su quehacer de molinero y de maestro de escuela. Y vino, allá por 1848, para sumar su esfuerzo creador, noble y generoso, al de la población incipiente que iba amontonando su caserío al pie de los cerros milenarios.
Tandil no era entonces nada más que una aldea perdida en la inmensidad de la pampa. Dentro del trazado del pueblo se levantaba el Fuerte Independencia. Y de los cuatro rumbos soplaban vientos de extrema peligrosidad. Autorizado por el comandante del Fuerte, eligió Fugl una porción de tierra para su propiedad sobre la ladera de la Sierra de las Animas (proximidades del club UNCAS ahora), donde Fugl instaló un tambo. Después se desprendió de parte de ese terreno que vendió a su compatriota Christian Mathiasen, ubicándose en lo que hoy conocemos como Molino Viejo, junto al Lago del Fuerte. Allí levantó su casa de paja y barro. La hizo con armazón de madera y el techo, contrariamente a lo que se acostumbraba, con la raíz de la paja hacia abajo por entender que de esa manera resultaba más parejo, más liso y también más resistente.