POR NÉSTOR DIPAOLA

Se nos fue el gran músico, el prodigioso artista, pero sobre todo, el amigo que sentía la amistad del mismo modo que sentía el tango, es decir, en la piel.

Era cordobés. Pero lo que se dice “bien cooordobés”. El del acento con cantito que no lo perdió nunca. El hincha furioso de Belgrano. El que frecuentó decenas de boliches, por el placer del natural disfrute de sus años juveniles, pero también por ese trabajo que tanto amó. El de la música que lo hizo vibrar al compás del bandoneón. En aquella Córdoba de antaño, la de alcobas y balcones de estilo colonial, “el fuelle de Ciriaco fue su fondo musical”. Y de tanto escuchar al “Viejo Ortiz”, Omar se hizo bandoneonista. No uno más. De los buenos. Integró varios grupos allá y también acompañaba a los mejores cantores que llegaban desde Buenos Aires.

Nunca soñó que alguna vez podría dejar su Córdoba tan amada. Pero hace casi treinta años, y tras una decisión meditada y difícil para él, aceptó el desafío que le propusieron sus familiares directos, que habían encontrado en Tandil un destino comercial importante. En su primer viaje a esta ciudad, como en la canción de Atahualpa, “tiraba el caballo adelante”, pero el alma, “tiraba pa’tras”…

Pero aquí llegó. Él, su gente y su fuelle, con el que ensayaba y tocaba en su casa, hasta que alguien lo invitó a los escenarios. Y llegó el día en que lo escuchó otro grande. Enorme. Como persona, como amigo y como bandoneonista. Se trataba de Norberto Matti. Se acercó y se presentó. ¿Y adónde pudo haberlo llevado el querido Beto? Claro, al Conjunto Municipal de Bandoneones, que por entonces era relativamente reciente y estaba en todo su esplendor. Al poco tiempo la Cumbre Mundial del Tango esperaba al grupo de casi 20 integrantes, en la ciudad de Montevideo, donde repitieron al poco tiempo. Después, dos veces consecutivas en Alemania.

Y así, el mismo Omar al que tanto le había costado, desde su sentimiento, tomar la decisión de venirse a Tandil, luego confesaba que jamás hubiera imaginado obtener en esta ciudad, tantos amigos y tanto reconocimiento. Recibió infinidad de homenajes en actos públicos memorables, desde instituciones y centros culturales barriales hasta la Universidad. Fue figura infaltable en Tango por los Bares. Pero fue también un gestor, ya que creó reiteradamente grupos propios, como por ejemplo “El recodo”, junto a Luis y Fernando Agnone. Más adelante, “Subelza Tango”, con la voz de Nito Franco y la conducción, con glosas, de quien escribe estas líneas. Muy generoso, en reiteradas ocasiones convocó a sus alumnos para que se muestren en público. La cátedra de Bandoneón de la Escuela Municipal de Música lo contó como un maestro que siempre será evocado.

Otra fecha igualmente imborrable es la del 11 de julio de 2014. Se realizaba, en la Universidad, un gran homenaje a Aníbal Troilo, al cumplirse cien años de su nacimiento. Hubo varios fuelles, cantantes y bailarines. Pero se centralizó en dos, Omar Subelza y Norberto Matti, que una vez más, y como correspondía, fueron cálidamente homenajeados.

Hasta que ayer nos dejó. Queda un espacio vacío para muchísimos amigos y músicos. Pero sobre todo en esa familia que con tanto cariño supo construir. Hijos, nietos y demás. Y en particular su maravillosa esposa Nelly, su compañera inseparable, en el hogar, en los espectáculos donde el maestro actuaba, o en viajes por el mundo que disfrutaron como Dios manda.

Hoy nos consuela, Omar, el regalo de tu amistad, de tu vida. Y nos hace bien saber, como Homero Manzi, que “el duende de tu son, che bandoneón, se apiada del dolor de los demás”.

DE UN REPORTAJE, 20 AÑOS ATRÁS

“Me crie entre el Negro Álvarez y Juan Carlos Mesa”

-Nací en Córdoba capital, y mi primera infancia la pasé en el barrio "La Bomba", que suelen nombrar "Cacho" Buenaventura y el "Negro" Alvarez, entre otros humoristas; eran todos de ahí; incluso salían las comparsas para Carnaval. Era el barrio del Abrojal, que lo nombra el Chango Rodríguez; ahí estaba Pueblo Güemes, que era un lugar de los de la "pesada". Así que me crié entre la flor y nata del famoso humor cordobés. Aunque en realidad hay que reconocer a un gran humorista de apellido Correa, como el precursor de los más famosos chistes originados en Córdoba. Después me fui al barrio Observatorio y ahí estaban Juan Carlos Mesa, de la revista "Hortensia", y su hermano, cerca de donde yo vivía.

El folklore, de la mano de Cosquín

-En realidad el folklore pasó a tener gran auge cuando empezó Cosquín. Antes, predominaba el tango, tan es así que llegó a haber por lo menos quince orquestas de tango y otras muchas de jazz también. Muy buena música en todos los casos. Y cuando vino Cosquín ya empezó el auge del folklore, de la guitarra, el bombo. Simultáneamente, en la década del sesenta, se fue dando el avance del rock y el tango en Córdoba, como en todo el país, fue decayendo en cantidad de orquestas y de intérpretes.

Mis padres tangueros…

-Mi padre bailaba muy bien el tango, con mi mamá; eso era común por la época. Tenía amigos que iban a casa, se reunían, algunos tocaban el bandoneón. Pero quien más conocía de tango, y tenía un gusto muy particular, era mi madre. Escuchaba mucho la radio, todos los programas que había, y conocía las letras del tango. Puedo mencionar otros motivos que me llevaron a inclinarme desde muy jovencito por la música. Por ejemplo, allá en Córdoba había un cieguito que tocaba la flauta y la guitarra. Entonces empecé a aprender la flauta y los tonos, a tocar; conseguí una guitarra vieja y con los muchachos compartíamos todo eso.

Mi bandoneón y yo…

-Había un señor que vivía solo, trabajaba en los Tribunales, y tenía un bandoneón. Todos lo íbamos a visitar porque nos daba café, mate. Un día le pedí que me vendiera el bandoneón. Me dijo que no, porque era lo único que tenía. Pero yo cada tanto insistía. Y un buen día me dijo: "te lo vendo". Mi padre no quería saber nada con que yo me metiera con la música porque decía que iba a ser un borracho. Mi padre trabajaba de “motorman” en aquellos legendarios tranvías. En cambio mi madre me apoyaba, a tal punto de que empezó a juntar plata de lo poco que le daba mi papá y así lo compré. Me puse a tocar y tocar. Pero cuando quise estudiar, no servía. En Córdoba en ese entonces había excelentes academias para estudiar música. Me recibí de Teoría y Solfeo, pero no tenía bandoneón. Mi primer maestro fue Noé Andrada. A él le llamaba la atención el hecho de que yo pudiera sacar piezas enseguida. Me daba métodos, pero yo hacía todo por mi cuenta. Y cuando tuve el bandoneón, empecé a tocar.

Todo el arte… pero nada como el bandoneón

-Dibujaba muy bien. Tal vez por eso mi hija pinta. Me gustaban mucho las caricaturas. En un tiempo también hice zapateo americano. También hice folklore, integré un conjunto, como bailarín. A veces me pongo a cantar mientras toco el bandoneón. No tengo voz, pero igual lo intento. En las reuniones de los muchachos, del conjunto que hacemos por ahí canto, a pedido. Estudié un poco piano, acordeón. Sin embargo, es increíble todas las satisfacciones que me ha dado y me sigue dando el bandoneón. Hice de todo. Cuando estaba en las épocas malas, íbamos a peñas, poníamos el platito, tocábamos, y con eso terminé de construir mi casa. Pero no pude llegar a vivir de la música. Trabajaba en el correo y en una farmacia. Entraba en el correo a las seis de la mañana y salía a las doce, o a la una, y después me iba para la farmacia, donde había empezado como cadete. Y por la noche, a tocar al cabaret.

El Conjunto de Bandoneones

-Para mí es un honor y algo que me parece caído del cielo poder integrar este grupo de gente tan macanuda y excelentes músicos. Desde que los vi actuar por primera vez me llamó la atención también la gran cantidad de bandoneones juntos. Y me sorprendió la disciplina de ensayar todos los jueves, haciendo grandes esfuerzos; allá en Córdoba no pasa eso, o mejor dicho, no ocurre en forma desinteresada como acá. Pero ni hablar de otras satisfacciones con este grupo, como haber podido tocar dos veces en Montevideo, incluyendo la Cumbre Mundial del Tango, nada menos. Y otras dos en Alemania. Y ahora, a la vuelta de la vida, este premio de Abuelos Bonaerenses con el que acabo de adjudicarme el viaje a Europa.

Tandil y su gente

-En cuanto a Tandil, no tengo palabras de agradecimiento. Llevo seis años y medio pero parece que fueran cincuenta. Algunos me han dicho que es una ciudad un poco cerrada para con los que vienen de afuera, pero por suerte a mí no me pasó. También es cierto que yo hablo con todo el mundo, con la gente en cualquier lugar, lo mismo si me invitan de una radio grande o de una FM perdida en un barrio igual voy, para mí son todos iguales. Y claro que el hecho de atender en la farmacia me ayuda a conocer gente. Siempre digo que es mi secretaría, porque va la gente y me saluda, me dice qué bien que estuve en tal o cual actuación, y ahí nos ponemos a conversar.

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