La Retro deportiva
Es un espacio creado por José Luis Montejo, tipo cabaña, y casi un museo de motociclismo y antigüedades que le han regalado o ha ido comprando a través del tiempo. Allí recibe a sus amigos, luciéndose como excelente cocinero, narrador de historias y anécdotas. Es un gran conversador, dueño de un humor irónico para nada sutil. Entre charla y charla fue contando cómo construyó su mundo personal ya sin los suyos.
Cuando era chico –tenía apenas 12 años- su papá le regaló una moto. Se la había comprado al “Araña” Rodríguez, quien con el tiempo se convertiría en un amigo más de los que tiene José. Recuerda que su padre le dio el recibo, que miró con mucha atención y lo guardó en el bolsillo. Sin saberlo había iniciado lo que hoy es la Retro deportiva, un espacio donde su hábito por coleccionar objetos que tuvieran que ver con el pasado se convirtió en un cálido punto de encuentro donde el anfitrión agasaja a sus amigos con su especial gastronomía y charlas que se prolongan hasta bien entrada la madrugada. Ni siquiera la pandemia le hizo cambiar algunos hábitos; a hurtadillas jugaba al fulbito con algunos conocidos hasta que un buen día alguien de la cuadra avisó a la policía de esta actividad nocturna en épocas de encierro. Cuando llegaron los uniformados todo el mundo se había ido, de modo que la situación no pasó a mayores. Mas, viviendo solo –como le sucedió a miles de argentinos en el más loco de los encierros- de noche cuando la soledad pegaba demasiado, se volvía Tato Bores apelando al humor y a la cantidad de teléfonos que ha coleccionado (tiene hasta el que estaba en la cabina “inglesa” del ex Liverpool, obsequiado por su propio dueño, Javier). Se volvía Tato Bores y también distintos personajes que hacían reír o reflexionar. No dejó esta actividad en red, que era al mismo tiempo acompañar y estar acompañado:
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Accedé a las últimas noticias desde tu email-En las redes eras el showman de la pandemia.
-Con la caracterización hice lo que pude, como no tenía moño –para hacer de Tato Bores- me lo armé con cinta aisladora, encontré una peluca y así comencé. Teléfonos me sobran. Por otro lado cuando mi hermano comenzó su carrera yo le escribía los libretos. El monólogo de Tato era bien político pero sin jorobar a nadie; con respeto hacia todos. Y lo de hablar solo o hacer que hablás con otro y en verdad no hay nadie, fue una técnica que aprendí cuando hacía teatro con el gran José María Guimet en la Comedia Tandilense. Hicimos en una oportunidad Elvis Presley y Coronel Parker en el auditorio del Museo de Bellas Artes y justo antes del estreno, el otro actor arrugó y yo hice el papel de ambos, con pausas como si esperara la respuesta y la gente se volvió loca aplaudiendo. ¿Cómo pude? Creo que uno nace con esto. También hicimos Los 100 años de Borges. Lo quería mucho a José María. Cuando se llevó Las Estampas a otro espacio me pidió que hiciera de Cristo y lo seguí. Lo iba a ver siempre cuando estaba internado en el hospital, estaba muy solo. La noche anterior a su fallecimiento me preguntó si sabía dónde estaba Martita (Marta Pulido era su esposa ya muerta), “estaba sentada a mi lado”, dijo. Ahí no sé por qué me di cuenta que iba a morir. Se lo dije a mamá y así fue.