“La Tana” Argeri
La muy conocida profesora, doctora en Historia egresada de universidades europeas, una de ellas La Sorbona de Paris, con las mejores calificaciones y los mayores reconocimientos, no sólo tiene un nombre de pila sino tres: María Elba Elena y un apellido, Argeri. Jubilada desde 2019 de la Unicen, da clases gratis de italiano en la confitería del Hotel Plaza, “por honrar a sus ancestros”, dice mientras repasa su vida de profesora con La Vidriera.
Habla María en la nota sobre su infancia privilegiada en el campo, rodeada de animales y naturaleza, de su vocación por la enseñanza desde muy pequeña y su experiencia educativa en el campo y posteriormente en un Colegio de la Sagrada Familia en época de la Hermana Alicia. También menciona su decisión de no terminar sus estudios en ciencias políticas en Buenos Aires debido al clima de violencia en ese momento (época de la dictadura militar) Se refiere a cómo ha cambiado la sociedad argentina, perdiendo el valor de la vida y la solidaridad hacia los demás. Y también comenta sobre la polarización política en el país y cómo ha afectado las relaciones personales.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailRelata: “Fui una bendecida, porque nací en Buenos Aires porque mi madre tenía una partera conocida allí, pero vivíamos en el campo, en la estancia del abuelo entre Rauch y Las Flores. Tuve una infancia privilegiada rodeada de animalitos. Mis amigos eran los bichos, no sólo los domésticos, sino los silvestres, como no había ningún peligro -igual nos vigilaban- me escapaba a una laguna cercana; tenía tres años. Era un lugar donde había nutrias chiquitas y yo las miraba y después de ir, esperar y tener paciencia y mirarla durante días -creo que más de 10-, se vino y se me vino al pecho, se me hizo amiga, nos hicimos amigas. Tenía liebres que me las llevaban los paisanos, cuando había una inundación o algo, una vez me llevaron dos porque se quedaron sin mamá y yo las crié. Tenía palomas, de todo lo que se te pueda ocurrir, más los bichos domésticos. Después había unos que eran divinos, que me dejaban que los agarrara: los ratones de campo, que no eran como las ratas de acá, sino parecidos al Topo Yiyo, cabezones, orejas grandotas y herbívoros. No sé el nombre científico pero eran adorables. También tenía palomas, algunas volaban y volvían a la noche y dormían conmigo, yo las metía en la pieza y mi mamá me decía: “la caca de la paloma la limpiás vos”. Y sí, al otro día fregaba el piso. No podía ser más feliz con los bicharracos; es más, de muy chiquita, yo tenía dos años, y le decía a mi abuelo paterno que me consentía que quería aprender a leer y escribir. Y entre mi madre y él me enseñaban a la antigua: la B con la A… yo me sentaba en el medio del monte y andaban dos perros y les dibujaba en el piso, la C con la K, la C con la I… y un día veo las botas de mi abuelo al lado. Me felicitó: “Hacés bien en enseñarles porque ellos no saben”.
-¿Desde entonces empezaste con tu vocación docente?