Mariana Jara, desde adolescente, se sintió inclinada a ayudar a animales en situación de calle, abandono o maltrato. Su primer rescate fue de niña en su ciudad natal, Punta Alta. Allí, cuando concurrió a una protectora para dejar un perro que encontró herido, le hicieron ver que la solución no pasaba por depositarlo como un objeto sino implicarse, como en todo acto que comprende la solidaridad como apoyo incondicional a situaciones ajenas, comprometidas, difíciles. La forma de actuar tendría que ser otra: involucrarse. Tenía 15 años entonces; hoy, a los 43, la rescatista y veterinaria siente que la vida que eligió no la cambiaría por ninguna otra.