Necrológicas
MARIO LATORRE
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailFlota en el aire el dolor que dejó la partida de Mario Latorre, uno de los primeros colaboradores de Alberto Taza, el pionero de la calefacción en la ciudad que con la empresa CTZ tuvo trascendencia nacional; el vecino que ayudó a construir la plaza de la esquina de Brandsen y O´Higgins; el dirigente sanlorencista que impulsó la sede de la peña El Nuevo Gasómetro Tandil en La Movediza y, sobre todo, el soñador humilde que transformó cada una de las muchas adversidades de su existencia en oportunidades para construir una vida apasionante.
Llegó a Tandil a los 12 años, tras una tierna infancia en Benito Juárez junto a su hermano Pedro. La foto en blanco y negro de ambos protagonizando una carrera de autitos a piolín con decenas de espectadores podría verse como un ícono de aquella “Capital de la amistad”.
Los estudios del nivel secundario los hizo en el Colegio San José primero y en la Escuela Granja después, donde fue parte de la agrupación “Eurobras”, un grupo de estudiantes que hasta hoy sigue cultivando la tradición argentina de juntarse a disfrutar del diálogo y el abrazo.
Al taller de Pinto casi Chacabuco, donde nacieron los famosos calefactores, arribó a los 20 años y después de aprender mucho más que los oficios de la metalmecánica, ejerció de capataz de un grupo de trabajadores que hasta ayer nomás era el que lo acompañaba en cada cumpleaños. “Marito fue un padre para mí”, expresó uno de sus compañeros hace unos días y esa frase tal vez sirva para entender el arte del mando con bondad.
Tras lograr comprarse el terreno donde se hizo la casa en una época en la que tenía que engañar al estómago con café con leche, sumó su compromiso para que los chicos de su barrio tuvieran una calesita, un par de subibajas, hamacas y un tobogán para jugar junto a la canchita que está donde antes se veía el arroyo Blanco.
Cuando su querido San Lorenzo de Almagro se fue a la B en 1982, empezó a juntarse con otros “cuervos” y de su deseo de hacer crecer al club, terminó naciendo una peña de alas negras que hoy es sinónimo de solidaridad, creatividad y desarrollo social.
Si hubiese leído este apunte sobre su inmensa obra, lo habría corregido, sacándose protagonismo y aclarando que nada lo hizo solo, que siempre fue uno más; pero esta vez el periodista que lo retrata es su hijo, quien decide atenuar la obsesiva humildad y agrega que el adjetivo “bueno” fue enaltecido por la manera de ser de este gigante en envase diminuto.
A veces un peón de ajedrez deja de ser uno más para transformarse en la estrella del juego y llamar la atención de todos por la habilidad de esconder detrás de la simpleza la grandeza de los seres luminosos.
Esto es lo que sucede en esta película de 70 años, en la que los espectadores se conmovieron viéndolo a él siendo padre y madre al mismo tiempo; forjando hierros en la fábrica y curando a su mujer enferma; dándole batalla a los días y chistes a las noches; acelerando a fondo para construir futuro porque esa es la tarea de los superhéroes, esos que tras sus últimos actos en escena le dictan al guionista que en vez de la palabra “fin” aparezca la palabra “continuará…”.
Y así será porque las lágrimas de hoy harán brotar los sueños del mañana y en cada acto de amor por el otro una brisa hará sentir su presencia.
MARTA DELIA RODRÍGUEZ DE FARIZA