Necrológicas
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AMANDA BEATRIZ ESCUDER
El 28 de marzo te dimos el último beso, Beba nació el 1 de septiembre de 1938 en esta ciudad, sus padres Amelia Iriarte y Maximiliano Escuder, era la tercer hija de cuatro mujeres. Estudió en el Colegio Sagrada Familia junto a sus hermanas. Contrajo matrimonio con Raúl Luis Manera donde recorrieron el sendero del amor disfrutando de cada paso durante 61 años. Juntos tuvieron dos hijos Susana y Mauricio, a su vez sus nietos Maximiliano, Agustín, Leandro, Lucas, Manuel y Mateo. Trabajó siempre ayudando a su padre en el reconocido almacén de la Av. España y 9 de Julio “Casa Escuder” y a su vez ama de casa, dela crianza de sus hijos y de los quehaceres domésticos, y sobre todo una gran cocinera donde le ponía toda su dedicación y pudo llegar a transmitir esa pasión a unos de sus nietos. Su hija la recuerda . . . A veces las palabras no alcanzar para expresar el dolor que se siente al perder una madre, que no solo fue eso, sino también amiga, consejera, respaldo, compinche, compañera de largas charlas, risas y cafecitos. Fuiste una persona tan sabia, admirable, bondadosa y luchadora hasta el final, con un amor inmenso para dar sobretodo a tus nietos, siempre atenta a sus vidas y un amor incondicional a papá. Pasan los días y cuesta creer que ya no estás, dicen que es la ley de la vida, pero nadie nos enseña como seguir, me consuela saber que ahora vas a estar mejor junto a tus padres y hermanas. Quiero quedarme con lo maravilloso que compartirmos y agradecer que te pude disfrutar tanto, son recuerdos que reconfortan mi alma. Papá va a estar bien, el amor los va a mantener unidos. Gracias por tanto ma!! Esto no es un adiós, sino un hasta luego Beba!!!
RAUL PEUSCOVICH
Tenía 79 años, de los cuales pasó en Tandil casi toda su vida, aun cuando por razones
laborales le tocó trabajar fuera de la ciudad durante un largo tiempo. Esa instancia de
alguna manera le permitió encontrarle un segundo sentido al trabajo: no sólo el de ganarse honradamente la vida, sino –y mucho más desde el Estado- de ocuparse del prójimo, de hacerle más fácil el laberinto de fárragos y trámites que todo afiliado a IOMA conoce y padece.
Mucho antes de esa etapa, Raúl Peuscovich –siguiendo los pasos de su hermano- trabajó en Nueva Era, en una etapa que cambió para siempre la cultura gráfica de los diarios, cuando se pasó al sistema offset, una transformación decisiva en la tecnología de la prensa de papel. Fue armador en los talleres del vespertino y también del flamante diario El País y el Mundo. Luego salió a la calle para hacerse cargo de una tarea muy ardua que sacó adelante por su personalidad afable, plena de amabilidad, a la manera de un tandilero viejo: vendía publicidad, comercio por comercio, y todo el que está en el tema de la venta sabe más que nadie lo difícil que significa la venta publicitaria. Pero en ese punto Raúl también resignificó su trabajo: en el cara a cara con el comerciante, en ese trato donde se impone el diamante de la confianza, le fue mucho más fácil que nadie vender avisos para los diarios, a instancias de un carisma natural que llevaba como una marca registrada.
Un día, casi sin buscarlo, empezó a trabajar en IOMA. Entró como personal político y,
curiosamente, por su propia personalidad, no se fue más. No se fue él ni tampoco lo iban a dejar irse, con lo cual quedó en planta permanente. Así pasó sus próximos años arriba de un colectivo. De martes a viernes estaba en La Plata y los sábados en Tandil. Más de un vecino fue testigo de las puertas abiertas de la casa de Raúl, los sábados por la mañana, para recibir a los afiliados de IOMA, escuchar sus problemas y gestionar sus soluciones, sin cobrarles un centavo ni pedir nada a cambio. Y lo hizo por su vocación de servicio, una suerte de trabajador filántropo, una rara avis del Estado en un organismo clave para la salud de los bonaerenses y, en su caso, de sus vecinos de Tandil. En La Plata sus superiores le decían que el horario que cumplía –el primero en llegar y el último en irse- lo hacía acreedor a tener “las llaves de IOMA”, metáfora humorística de la cual sin duda se habrá sentido orgulloso.
Raúl Peuscovich tuvo una muy fraterna vida social en Tandil, fue un hacedor sin pausa, y
en eso se emparenta con la genealogía de los Peuscovich a través de las generaciones y con el afecto que se supo ganar en el corazón de los vecinos.
Falleció en Buenos Aires, casi a los 80, dejando tras de sí la estela de un tipo simple,
solidario y de corazón generoso. Que descanse en paz.