Convergencia estratégica: la fusión de la guerra comercial y el conflicto bélico

Es natural relacionar la guerra con la violencia, pero también la historia nos ha demostrado que estas, en su gran mayoría, han estado hermanas con guerras comerciales, poniendo en evidencia que el comercio trasciende lo económico para convertirse en muchos casos en un instrumento estratégico, en un contexto de confrontación militar.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLa relación entre la guerra con el uso de la fuerza militar y la guerra comercial se puede entender a partir de sus causas, características y efectos que, aunque en ámbitos de actuación diferentes, tienen espacios de convergencias y efectos recíprocos.
En su obra “De la Guerra”, Carl Von Clausewitz, filósofo de la guerra, acuña la conocida frase: “la continuación de la política por otros medios”, para sentenciar que la guerra no es una cuestión apartada de la política, sino una herramienta para alcanzar los objetivos. Este enfoque se ha extrapolado al terreno de las guerras comerciales. La confrontación se articula mediante instrumentos económicos y diplomáticos. Se evita el uso explícito de la fuerza, pero se persiguen objetivos de alto valor estratégico y político.
El mundo muestra una creciente interdependencia entre los países, especialmente en los ámbitos del comercio, la tecnología y la geopolítica, lo que pone de relieve las asimetrías persistentes entre naciones desarrolladas y aquellas en vías de desarrollo. Las principales potencias disponen de mayores recursos para ejercer presión en contextos de conflicto o divergencia entre estados, lo que a menudo genera consecuencias económicas que trascienden a los destinatarios directos, afectando a terceros países.
El fenómeno de la globalización y la revolución tecnológica han facilitado esta cuestión. Su combinación ha producido cambios profundos con efectos en la comunicación, cultura, trabajo y también en las economías, tejiendo sociogramas de intereses complejos y dinámicos, todo ello en un proceso de aceleración que sorprende.
En consonancia con el pensamiento de Clausewitz la guerra comercial, como extensión de la política, ejerce presión en diferentes escenarios, utilizando medidas arancelarias, sanciones y restricciones comerciales, en semejanza al empleo de los medios bélicos en una guerra, consolidando así formas más sutiles y complejas de enfrentamiento. Si bien no constituye un fenómeno revelador, su aplicación por parte de las principales potencias se ha vuelto cada vez más frecuente, como mecanismo para avanzar en sus intereses estratégicos y, en numerosos casos, para evitar el conflicto militar directo.
Del marco teórico a la realidad geopolítica
La guerra entre Ucrania y Rusia ha puesto en evidencia este manejo del juego comercial como arma para lograr objetivos por parte de terceros países no involucrados en la guerra. En estos tres años y medio del conflicto se han impuesto sanciones económicas, exclusión de bancos rusos de sistemas financieros internacionales y también afectaciones directas en las cadenas globales de suministro.
Al igual que en las operaciones militares, una planificación estratégica en el ámbito de la guerra comercial resulta esencial para evitar enfrentamientos estériles y asegurar una posición negociadora ventajosa. Su programación debe integrarse con las demás acciones, especialmente ante riesgos de escalada con posible uso de armas. El desbalance económico, las sanciones, el control de mercados o tecnologías buscan condicionar las decisiones políticas y económicas del oponente para favorecer una posición estratégica. Clausewitz hablaba de doblegar al enemigo. En este caso no se persigue la aniquilación física, sino, el debilitamiento político, económico y estratégico del oponente.
Considerando el axioma de Clausewitz en toda su amplitud conceptual, la guerra comercial ha incrementado su presencia, ampliando y diversificando su campo de acción. La actual administración de los Estados Unidos, como también otras potencias, han evidenciado una política decidida, agresiva y en oportunidades provocadoras en este sentido. Constantemente los medios informan sobre tensiones entre distintos países, producto de pujas arancelarias y sanciones, con impactos en la economía global y los mercados financieros. Las estrategias desplegadas por Estados Unidos, Rusia, China, la Unión Europea y también Brasil —por citar algunos ejemplos— no pasan desapercibidas en este intrincado tablero del comercio internacional.
Los privados también se suman como protagonistas claves en las guerras comerciales. Ante políticas estatales y barreras proteccionistas que tienen incidencia directamente en las operaciones, los grupos económicos buscan proteger sus intereses. Elon Musk, con Tesla, ha tenido un papel ambivalente entre Estados Unidos y China, generando una tensión con la administración Trump que aún se mantiene. A la luz de “El Príncipe”, la relación entre Musk y Trump revela una pugna maquiavélica entre la disrupción del poder privado y la persistencia de las instituciones políticas convencionales. A partir de una alianza política y comercial entre ambos, Trump buscó consolidar su dominio sobre el ‘principado’, pero se vio confrontado por una nueva forma de poder disruptivo que desafía las jerarquías tradicionales del Estado
La reciente tensión entre Brasil y Estados Unidos, enmarcada como una guerra comercial, encierra un trasfondo político y geopolítico: la defensa de Jair Bolsonaro, acusado de intento de golpe de Estado, y el interés de Washington por mantener su hegemonía regional.
Como en la guerra, los factores psicológicos son clave en las disputas comerciales, marcadas por gestos de poder e intimidación. La credibilidad del actor que inicia el conflicto resulta decisiva, y varios líderes del siglo XXI han asumido ese rol sin titubeos. La situación Gaza y las acciones militares de Israel han generado una respuesta internacional que incluye sanciones económicas y comerciales por parte de varios estados que simbolizan un creciente descontento internacional hacia el manejo de Israel en el conflicto con Palestina.
La escalada: del arancel al misil
La guerra comercial, cada vez más activa en el mundo globalizado, se expande sin disparar armas, pero con consecuencias que agitan el tablero político y económico. Una guerra convencional tiene asociados costos materiales y humanos, la guerra comercial puede ser considerada como un modo de acción para evitar la escalada que lleve a las acciones militares, pero con la capacidad de lograr beneficios y afectar intereses claves al oponente.
Las tensiones comerciales no solo afectan la economía, también pueden convertirse en el preludio de una confrontación armada. Claramente, el mundo observa y comprende que los aranceles y las cuotas de importaciones constituyen las municiones que utilizan los países para ganar y sentar posiciones. Como respuesta, las naciones afectadas suelen adoptar regulaciones similares, lo que puede desencadenar nuevas medidas por parte de la contraparte y dar inicio a una escalada con riesgo de derivar en un conflicto bélico.
Más allá del frente: el comercio bajo fuego indirecto
La otra cara de la moneda muestra que los conflictos armados pueden repercutir negativamente sobre el comercio. Así como el comercio puede conducir al conflicto, la guerra también deja su huella: interrumpe mercados, distorsiona rutas y debilita economías.
Ucrania es uno de los principales exportadores mundiales de trigo, maíz y aceite de girasol. Antes de la guerra, cerca del 90 % de sus exportaciones agrícolas se realizaban por vía marítima. Al quedar el mar Negro dentro del escenario de la guerra, las restricciones de seguridad limitaron severamente el uso de la principal vía comercial: la marítima. Esto provocó la interrupción de las exportaciones de cereales, generando un alza en los precios de mercado y en los costos logísticos, debido a la necesidad de reconfigurar las rutas comerciales. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), los precios de los cereales registraron en febrero de 2022 un incremento el 17,1 %.
El cierre del Estrecho de Ormuz ilustra claramente cómo las hostilidades militares pueden desencadenar efectos colaterales significativos en el comercio global. Afectan sectores altamente dependientes de esta vía marítima estratégica. Su importancia, combinada con tensiones internacionales actuales, hace que cualquier bloqueo tenga consecuencias severas. Por este pasaje transita el 20 % del petróleo mundial. La amenaza iraní de cerrarlo representa un riesgo crítico para el comercio mundial de petróleo y la estabilidad económica global. Cualquier bloqueo puede tener consecuencias severas a nivel energético, económico y geopolítico.
Desde una perspectiva de previsión estratégica, la historia demuestra una constante: los países que poseen puntos clave para el comercio concentran sus capacidades navales en la protección de las rutas marítimas de comunicación.
El Instituto para la Economía y la Paz viene publicando el Índice de Paz Global. Para 2025 señala que se incrementó el número de conflictos, superando los 50 -la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial- y nadie descarta que pueda incrementarse. Observadores expertos coinciden en un aumento en los niveles de militarización en medio de crecientes tensiones geopolíticas, reanimación de viejas disputas y rupturas de alianzas tradicionales. Esto genera incertidumbre económica creciente.
El mundo se encuentra en una encrucijada. Mientras el Índice de Paz Global marca un récord de conflictos, la pregunta ya no es si habrá una próxima guerra, sino como se expresará en sus comienzos: ¿con una andanada de misiles o de aranceles comerciales?