El reaccionario aplazado: más de la mitad desaprueba la gestión de Fernández
Luego de las elecciones de 2019, Alberto Fernández junto con su amigo Horacio, el jefe de Gobierno Porteño, habían logrado ubicarse como los dirigentes mejor evaluados por la opinión pública. Ese puntaje satisfactorio en el boletín de ambos líderes políticos, se debía en gran parte a un atributo que la sociedad suele preferir en tiempos de crisis y confrontación constante: la moderación.
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Esa moderación entusiasmó a más de uno. En el verano del 2020, era común ver en televisión a más de un analista vaticinar que el futuro de la política en Argentina estaría marcado por la madurez de la clase dirigente. En otras palabras, se iniciaba una transición en la que los dirigentes radicalizados le abrirían camino a los moderados, que suelen ser más racionales en sus decisiones. En este contexto, exactamente un año atrás, Larreta y Fernández se distanciaban de sus colegas demostrando una imagen positiva del 60%. El segundo de ellos, incluso, había logrado un record histórico: el 83% de los argentinos aprobaba su gestión.
Hoy todo es distinto. Fernández apenas alcanza los 44 puntos de imagen positiva y en simultáneo con el pico de muertes por día, la aprobación del gobierno nacional por la gestión de la pandemia cayó a su nivel más bajo. La última encuestadora en confirmar esta tendencia fue Opinaia, una consultora que realiza mediciones de forma online. Su último sondeo, publicado el 20 de abril pasado, sirve para entender los impulsos reaccionarios que demostró el Presidente en las últimas semanas.
Según dicha encuesta, de la que participaron 1050 personas, más del 50% de la población tiene una opinión negativa del gobierno nacional, mientras que el 45% opina lo contrario. El único dato alentador para el oficialismo está entre los vacunados: en ese grupo el nivel de aprobación sube al 53%. ¿Acaso de ahí nace la idea de dilatar la segunda dosis para quienes ya pasaron el primer pinchazo? Respuesta para pensar siendo Fernández un presidente que en el último tiempo demostró leer más a Weber que a Luhmann.
En ese sentido, el contrapunto con el Gobierno de la Ciudad pareciera ser la estrategia diseñada por Fernández para hacerle frente a los malos números políticos, y también a los económicos.
A pesar de que la soja no para de subir y las tasas de interés siguen relativamente bajas en un mundo post pandémico con expectativas inflacionarias, el acuerdo con el FMI parece dilatarse hasta después de las elecciones, las tarifas de servicios públicos no se actualizan desde 2019 y siguen retrasadas respecto de la inflación, el dólar amagó con dispararse el viernes y lo contuvieron a última hora, el déficit fiscal aumenta y la Argentina de la soberanía energética volvió a importar gas. Así, el climax de esta estrategia llegó la semana pasada cuando alguien del oficialismo nacional señaló a los porteños por cruzar la General Paz y atenderse en los hospitales del conurbano bonaerense. Como los estadounidenses, que huyen a la Habana regurgitando libertad por las nefastas consecuencias del capitalismo.
Pero en la confrontación con Larreta, que se enmarca en esa caída en la aprobación, al Gobierno tampoco le va muy bien. El 58% está en contra de la decisión de suspender las clases presenciales en los colegios primarios y secundarios; el Ministro de Educación, Nicolás Trotta, también.
Es que de acuerdo con la Evaluación Nacional del Proceso de Continuidad Pedagógica, un relevamiento de alcance federal impulsado por el propio Estado nacional, hay una clara evidencia de la regresión que implica la virtualidad escolar, especialmente en zonas postergadas como el conurbano donde el 51% de los habitantes viven en la pobreza.
Para poder asistir a la escuela de forma online hace falta dos cosas como mínimo: computadora e internet. Según esta encuesta, el 43,9% de los hogares del conurbano carecen de computadora y el 18,9%, de internet. Los detractores de la meritocracia tienen una forma muy peculiar de ver los beneficios de cerrar las aulas en una zona donde el 63% de los menores de 18 son pobres, viven hacinados y tienen menos posibilidades de crecer académicamente que el más tonto de los ricos.
Sin éxito, Fernández intentó volver a ser Fernández. La pérdida de autoridad llegó hasta el “relajado” sistema sanitario y el temor a la desobediencia se hizo realidad cuando, en medio de cacerolazos, la mayoría de los gobernadores (casi todos peronistas) deslizaron que no acatarían el DNU nacional. Ahora el dilema ya no es vida o economía, es vacunación o confinamiento, un nivel mucho más desafiante para la supervivencia electoral en el que Fernández apuesta todas sus fichas a Figueiras, titular del laboratorio Richmond. ¿Jugará como Sigman?