La anarquía del atajo en tiempos de aborto
Cruzando la Plaza del centro me topé con una escena que no por recurrente dejó de sorprender. Ahí estaban otra vez los municipales de Parques y Paseos cercando el “clásico” cantero para una nueva siembra de pasto. Parece que el funcionario de turno irá por lo que otros no pudieron y ordenó a los obreros de la tierra y el jardín abortar ese atajo que centenares de grandes y chicos surcaron hasta dejarlo pelado para llegar lo más rápido a destino, la parada del colectivo.
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Nunca se pudo contra esa voluntad anárquica vecinal de a pie rumbo al colectivo hasta que desde hace unos años el Estado comunal se resignó y dejó que aquellas pisadas incesantes dibujaran lo que sería y fue un atajo para tomar el cole.
Pasaron funcionarios del área con sus respectivos gobiernos de turno como intentos por hacer cambiar el rumbo de esos centenares de caminatas y nunca hubo caso. Carteles de prohibido pisar, cercos, y hasta estoicas presencias de aquellos placeros de antaño y hasta policías invitando al incorrecto vecino a tomar por la senda debida. Nada alcanzó. Apenas un relajo y un tímido verde césped por nacer para que la travesía apurada emprendiera su rumbo para no perderse el transporte y así, echar por tierra –literal- todo intento por restablecer el cantero ideal.
Los que buscan respuestas al porqué de esa conducta transgresora promueven ensayos varios. Que la falta de valores en una sociedad desapegada a las normas. La falta de respeto al cuidado de lo que es de todos y que termina siendo de nadie. Que la culpa es de la comuna porque planificó mal la ubicación de la parada del transporte urbano de pasajeros. También están los que piden sanciones y hasta cárcel si es necesario.
Algún arquitecto con perfil urbanista buscó respuestas a su oficio más que a la conducta social. Habló sobre el mal diseño de la plaza y sus respectivos canteros. Y que la escena puede ocurrir en otros rincones del mundo por lo que no es propiedad de una sociedad en particular. Sin mucho rigor investigativo me señaló por caso una experiencia oriental, que da cuenta que precisamente se diseña una plaza casi desnuda y se observa por un tiempo cómo la usan los transeúntes. A partir de allí, se diseñan los respectivos canteros, senderos y demás.
El interrogante, entonces, volvió a ser el mismo ante el renovado intento de parquización ¿Es posible ir contra lo que el consciente o inconsciente colectivo ya asumió como propio? Me animo a pronosticar con un voto no positivo. Cuando un colectivo social ya tomó la decisión de emprender un rumbo, no hay Estado, mirada inquisidora, amenaza de contravención o penalidad que revierta lo asumido como lógico y natural. Más temprano que tarde, quienes diseñan las normas que nos sirven para la vida en sociedad se amoldan a lo que ese colectivo quiere para sí.
Tal vez la escena detallada sirva de algún modo para responder sobre el inquietante interrogante que dejó el tratamiento en el Senado por la ley del aborto y lo que vendrá. La presidenta de la Cámara alta podrá soltar ante el micrófono abierto un “vamos todavía”, tras obtener el resultado deseado. Los senadores que votaron por sus convicciones religiosas se sentirán más fieles a su dios. Pero ninguno podrá hacerse el distraído que ese status quo que prefirieron defender no podrá frenar un movimiento desafiante como imparable. No habrá religión, pecado, cerco, cantero, ni ley que les haga cambiar el rumbo. Seguirán pisando el pasto, con el riesgo de hacerlo en la clandestinidad, donde casi nunca ganan los buenos y siempre pierden los más débiles.
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