Juzgan a un policía acusado de violar a su mujer y también abusar de su hijastra
En la semana comenzó un debate oral y público en el TOC 1, donde se resolverá la situación procesal de un policía en funciones, acusado de abuso sexual. Las víctimas, su exesposa y la hijastra. Los relatos desgarradores de las mujeres. El grito desesperado de inocencia del acusado.
Un policía con un legajo sin observaciones y que durante los más de 20 años de ejercicio le tocó intervenir en casos de violencia de género, salvando a víctimas que estaban en peligro frente a la agresión machista. Una mujer que tras un primer matrimonio belicoso con denuncias en el fuero de Familia se conoció con aquel policía y formaron una familia ensamblada hasta que la relación se transformó en un calvario y un día dijo no, pero a él no le importó. En el medio de ellos, una joven. La que iba a empujar a su madre a que denunciara a quien hasta ese día era su imagen paterna por lo que ella había escuchado detrás de las paredes. Una relación sexual forzada que para la acusación resultó un abuso agravado.
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Los tres “personajes” fueron los protagonistas excluyentes de la audiencia en el Tribunal Oral Criminal 1, donde se ventila un drama familiar que había ameritado una instrucción penal y consiguiente imputación: aquel hombre que aun ejerce como policía y mantuvo una relación por seis años con aquella mujer, está acusado de violarla. Pero hay más.
Cuando la instrucción concluía cabría otro capítulo a la sórdida historia. La joven que apuntaló a su madre a que hiciera la denuncia terminaría confesando en medio de una explosión de llanto que había sido víctima de abuso de parte del mismo sujeto a quien hasta esos días había elegido como papá.
Los dos casos, las dos imputaciones, forman parte del debate iniciado y que precisamente contó con los tres testimonios en la primera larga y tensa audiencia que llevan adelante los jueces Pablo Galli, Guillermo Arecha y Gustavo Agustín Echeverría. Como acusador, el fiscal Gustavo Morey, y enfrente los defensores particulares, Cristian Salvi y Daniel Sanz.
Sería primero el ministerio público en adelantar al Tribunal que se hablaría de dos causas conexas con sendas imputaciones. La primera databa de 2013, cuando una menor de edad fue víctima de tocamientos impúdicos mientras dormía, de parte del acusado, además de ser blanco de recurrentes irrupciones y miradas en el baño cuando ella se duchaba.
La segunda de las acusaciones se remontaba a marzo de 2017, cuando el mismo hombre obligó a quien era su mujer a tener relaciones sexuales sin su consentimiento y a pesar de la resistencia.
Los defensores anticiparon sus argumentos, rechazando los delitos endilgados. Aludirían a que las relaciones sexuales con quien era su mujer fueron consentidas, mientras que los tocamientos a la menor no existieron; que formaron parte de una estrategia entre madre e hija para hacer más sólida la acusación. Frente a una denuncia falsa –la de la exmujer- se utilizó a la joven como un instrumento para solidificar la débil presentación de la madre.
Bajo ese espíritu pero con otros términos lo expondría el policía acusado Fabián Rivao a los propios jueces: “trajeron un bizcochuelo y había que ponerle la cereza. Esto es todo decoración”, conjeturó convencido frente a los magistrados.
El martes se dará continuidad al debate con el comparendo de un testigo aportado por la defensa y la videoconferencia de los peritos intervinientes que aludirán a sus respectivos diagnósticos psicológicos de víctimas y victimario. No quedará más que luego escuchar los alegatos esa misma jornada y aguardar por un veredicto más luego, cuando los jueces pongan en la balanza su sincera convicción frente a lo visto y oído a lo largo de las dos jornadas por completar.
La violación en casa
Sería entonces la mujer quien se enfrentaría a la nada fácil escena de tener que contar sus intimidades frente a los adustos trajeados que debían escucharla e indagarla para crear convicción en unos, y desestabilizar su credibilidad, en otros.
La mujer admitió contar en su haber una relación tumultuosa antes de conocer a al acusado. En aquella primera experiencia matrimonial con la cual tuvo tres hijos, hubo también denuncias cruzadas en el fuero de Familia que ameritaron la decisión judicial de restricciones perimetrales para con quien era su esposo. Pero aquello era “solo” destrato y agresiones verbales, que no llegaron a la violencia física, menos al abuso. Cuando esa relación llegó a su final, aparecería en escena Rivao, con quien inició un noviazgo que luego se transformó en convivencia, con una familia ensamblada.
Al decir de la víctima, la relación fue buena hasta que quedó embarazada. Desde allí empezaron las desavenencias. Primero las discusiones, el menosprecio y el destrato. “Que era una inútil. Que no servía para nada”, formaban parte de las agresiones cotidianas para una convivencia cada vez más desgastada y tensa, hasta que llegó una noche donde se traspasó un límite.
El llegó del trabajo como lo hacía prácticamente a diario, contando sobre sus espaldas una fuerte discusión que habían mantenido la noche anterior que obligó a que ella se fuera a dormir a la habitación de su hija.
Dejó la pistola donde siempre, miró el programa de televisión y bebió el vino que tenía como rutina y fue al encuentro de ella a la habitación donde dormía. Al lado, en la cuna, la bebé.
Se sacó la ropa y se metió en la cama junto a ella que ya nada quería saber con él. Hasta que llegó la sentencia: “yo te voy a enseñar a ser la mujer de Rivao”.
Al decir de la mujer frente a los magistrados, con un relato cargado de angustia, recordó que le hizo lo que quiso y ella no atinó a decir nada, apenas un sollozo. “Lo único que hice fue hacerme un ovillito y quedarme hasta que termine”, graficó no sin pesar.
Dijo que no gritó por la beba que estaba al lado y porque en la habitación de enfrente se suponía que dormía su otra hija, aunque esta no estaba dormida…
Aquella relación sexual forzada terminó con un silencio ensordecedor hasta el día siguiente. La pareja se levantó como siempre en apariencia (dentro de una relación que ya había dejado de ser sana). Él se vistió con su uniforme, se calzó la pistola y volvió a sus funciones. Ella, preparó unos mates y recibiría a su hija que, lejos de hacerse la distraía y ante la evidente angustia de su madre, la indagó sin contemplaciones.
La mujer intentó evadir el interrogatorio de su propia hija hasta que le dijo que ella había escuchado “todo” lo de anoche desde su habitación y que lo tenía que denunciar.
“Ella me dijo que escuchó mi llanto cuando me abusaba”, recordó la mujer que además de soportar lo insoportable la noche anterior, ahora quedaba al desnudo frente a su propia hija.
La mujer fue sometida a preguntas de las partes. La defensa intentó hacer trastabillar el relato y sopesar lo que consideraron endeble postura frente a una relación que decía terminada. También se encargaron de recordarle, no sin intención, sobre la anterior turbulenta relación sobre la cual también presentó denuncias del mismo tenor.
En varias de las inquisidoras preguntas el fiscal intervino para pedir un tono más mesurado y que no se desvirtuaran algunas respuestas como situaciones expuestas en la causa, dado que si bien los defensores querían imponer la idea de situaciones similares entre el anterior matrimonio y el que estaba ahora en debate, la mujer nunca hablo de violación en los sucesos previos.
También los letrados irían al acecho sobre hasta dónde se puede poner en debate la intimidad de una pareja para determinar sobre una relación no consentida, ya que si bien el peritaje de rigor se hizo al día siguiente una vez propiciada la denuncia, la mujer no presentaba signos de violencia alguna ya que la propia víctima reconoció que no ofreció resistencia física.
La menor abusada
Tras más de una hora y media de exposición, ocuparía el lugar de la mujer su hija, quien no solo debía responder por lo que dijo haber sido testigo, sino de lo que ella misma había padecido años atrás por parte de ese hombre al que consideraba su papá porque a su padre biológico lo evitó por varios años frente a aquella virulenta separación con su mamá.
De los 10 a los 16 años consideró a Rivao como su papá, a quien supo querer a pesar de no entender por qué la incomodaba irrumpiendo en el baño cuando ella se bañaba y él se quedaba mirándola. Escena que se iba a replicar durante varios años de esos seis de convivencia.
Coincidiendo en la versión dada por su madre, la hoy joven mayor de edad recordó aquella noche cuando le tocó ser testigo del llanto de su madre y de esos ruidos que salían de la habitación que le hacían suponer que estaban manteniendo relaciones sexuales.
Ella respondería también que casi obligó a su mamá que hiciera la denuncia y que se asesoró con su cuñada, que trabaja en la fiscalía para saber qué pasos tenían que hacer frente a lo ocurrido.
Tras replicar aquel periplo vivido. llegaría el turno de exponer lo que ella había padecido y que se transformó en una imputación: el abuso sexual. Allí, la joven, ante las insistentes preguntas de las partes para tener que contar lo que oportunamente vomitó en el expediente, entre lágrimas detalló aquella noche que estaba en la cama a oscuras mientras todos dormían hasta que se acercó “su papá” y le tocó sus partes íntimas.
Confió que aquellas ultrajantes situaciones sólo se las había contado a una amiga (quien ratificaría ante los jueces como testigo de oídas) y que recién lo expuso cuando la causa de su madre se había encaminado y, principalmente, cuando aquel padre por elección ya había dejado la casa y no formaba parte de sus días.
Los extensos, fuertes y sensibles relatos merecerían un respiro para una sala en la que la atmósfera se había tornado muy espesa. El Tribunal daría un cuarto intermedio para cambiar el aire y aguardar por aquel hombre al que señalaron sin titubear como el responsable de las citadas atrocidades sexuales. El quería defenderse y declamar su inocencia.
El intrincado caso intrafamiliar se daría por concluido con este primer capítulo. El martes apenas unos testimonios más para dar lugar a los especialistas legales y sus respectivos alegatos.
“Se distinguir entre el bien y el mal”
A pedido de sus abogados, el acusado se presentó como un policía de más de 20 años de ejercicio con un legajo intachable. Que actualmente sigue desempeñándose en la fuerza tras haber estado ocho meses en disponibilidad. El 23 de diciembre de 2017 recuperaría su uniforme y su pistola para volver a trabajar porque Asuntos Internos lo absolvió de las imputaciones que ahora se ventilan en el fuero penal.
“Se concluyó en que no tenía responsabilidad y me levantaron la disponibilidad. Determinaron que estaba apto para prestar servicio”, expuso con orgullo.
Ya adentrado en la relación sentimental que terminó en un caso judicial, el imputado aludió a discusiones normales de una pareja de siete años de convivencia, con el aditamento que formaron una familia ensamblada y que siempre hubo sensibles diferencias entre ella –la víctima- y sus hijas del anterior matrimonio.
Su hipótesis sobre la denuncia versa sobre un espejo de lo que había protagonizado la mujer ya con el anterior marido, al que también denunció por maltrato ante la justicia y lo sacó de la casa y del contacto con sus hijos, mientras comenzaba la relación con él.
Para Rivao, si bien la relación tenía cierto desgaste él confiaba en poder remontar la relación, aunque a su criterio ella ya se había “enganchado” con otro hombre, el que actualmente formaron pareja. Lisa y llanamente el acusado aludió a infidelidades y que utilizó la seria acusación para sacarlo del medio.
Bajo ese hilo argumentativo admitiría que husmeó varias veces el celular de ella donde advirtió fotos “comprometedoras” con quien sería su nuevo amorío.
Rivao insistió en que utilizó la misma estrategia que con el anterior marido, impulsándole denuncias en el fuero de Familia para que le impusieran restricciones de acercamiento, con el aditamento que en este –su- caso fue “influenciada” por la cuñada que trabaja en la fiscalía para armar la denuncia.
A preguntas puntuales sobre el suceso denunciado como violación, el hombre negó que ella haya ofrecido resistencia alguna. Ni física ni verbal. Que mantuvieron relaciones íntimas como otras tantas veces y que él las asumió como una reconciliación tras la discusión que habían protagonizado la noche anterior.
Recordó que una vez culminado el acto sexual durmieron juntos sin más y que incluso, como siempre, tuvieron la precaución de no hacer demasiado ruido porque estaba la beba durmiendo y la otra hija en la habitación de enfrente. Por eso, incluso dejaban el televisor prendido, dejando entrever que era entonces imposible que su hija del corazón hubiera escuchado algo de la habitación de enfrente.
Al turno del interrogatorio del fiscal, lo que parecía una exposición entusiasta y confiada empezó a transformarse. Las punzantes preguntas con el consabido tono monocorde del fiscal pondrían muy nervioso al declarante que terminó de dejar aquella postura diplomática y presuntamente distendida.
“Yo se distinguir entre el bien y el mal (…) he sido premiado en la fuerza por resolver casos de violación. He salvado a más de una veintena de mujeres que eran presa de la violencia de género”, casi le increpó al fiscal, quien le endilgó que más allá de la forzada comparación con el matrimonio anterior, a aquel no lo denunció por violación, a él sí. Lo que dejó sin palabras al policía. Asimismo, le remarcó que si la intención era sacarlo de su vida, con aquellas restricciones del fuero de Familia hubieran alcanzado. Ni que hablar de la denuncia de la menor…
Frente a ello, el acusado negó rotundamente los dichos de la joven, pero que especuló, dentro de su hipótesis, que fue utilizada para solidificar una denuncia que se caía por débil.
“Ella –por su exmujer- se presentó con un bizcochuelo pero había que completarlo. Es todo una decoración”, se le ocurrió decir como metáfora de lo que considera una falsa denuncia.
Una carta
En medio de los interrogatorios, se expuso una carta manuscrita con la presunción de haber sido escrita por una niña para con un papá. En efecto, la misma fue presentada en plena instrucción por el acusado para dar cuenta del amor que sentía la niña para con él, buscando desterrar así las presuntas vejaciones ejercidas para con la por ese entonces menor de edad.
Empero, el fiscal mostró dicha misiva a la mujer como a la hija y ambas negaron que dicha letra se corresponda con la caligrafía de la joven, más bien se le asemejaba al imputado.
Lo contrario respondería el policía. Insistiría en que dicha carta dirigida a él era de puño y letra de esa niña que quiso como una hija y ahora lo puso ante una situación procesal grave, con pronóstico de sentencia condenatoria.