La otra pandemia
Tenía que pasar. Está en nuestro adn. Es nuestra razón de ser y la singular marca registrada que cargamos como un lastre que nos permite pelear con espíritu de campeones pero nos posiciona muy lejos de la meta porque con la intención sola, no se gana.
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Desde que entramos en esta suerte de aislamiento, impera una sensación que pone el foco en el accionar de quienes nos conducen en medio de la incertidumbre de patógenos y encierro.
Percibimos que la debacle puede llegar desde el ámbito de la salud pública y por ende precipitar una caída aún más ruidosa de nuestra economía de cornisa.
Con la mira puesta en un enemigo invisible nuestros gobernantes empeñan tiempo, recursos monetarios y humanos sabiendo que las cosas pueden salir mal y en el camino despejan toda duda sobre su capacidad de hacerlas peor.
Y es que los argentinos somos especialistas en aplicar el método heurístico a sabiendas que luego de optar por la misma técnica de ensayo, nos aguarda inexorablemente el error. Vamos y volvemos, pero siempre transitamos la misma huella.
Nos sobra voluntarismo pero carecemos de sentido común. Somos ases en la improvisación, medallistas olímpicos de la excusa, arrogantes al momento de acopiar el crédito pero expertos y generosos a la hora de compartir culpas.
Esta lacónica radiografía supera todo análisis cuando se pone de manifiesto que por más convincentes que seamos en la proclama del deber ser, o persuasivos para recurrir a las falsas promesas, en la praxis el desacierto no encuentra disfraz.
La evidencia más cruda la vivimos el viernes. Con otros protagonistas, la misma demanda y el escenario de siempre. Duele y es repudiable pero no sorprende, porque la violencia institucionalizada que se ejerce sobre los jubilados no llegó tras el Covid—19.
Este destrato ha sido sistemático por parte de todos los organismos del Estado que han manoseado durante décadas los recursos del reparto para la previsión social y que hoy ante el avance del virus, descubren que nuestro adultos mayores están dentro de un grupo de riesgo.
Pero la hipocresía también forma parte de nuestro genoma argento. ¿Acaso no han sido más los decesos por tardías atenciones en la prestación de salud con un PAMI deficitario o por la angustia que ocasiona tener que judicializar un derecho que el Estado apela de manera instantánea?.
Reformas, reparación histórica, cambios de fórmula para la movilidad de los haberes. Sometemos a nuestros viejos a los cambios de humor, a las malas decisiones en materia económica que destruyen el empleo genuino y dejan magros los pilares que deben sustentar la pirámide que con su aporte erigieron.
El presidente Alberto Fernández apuntó contra todos pero no responsabilizó a nadie porque la improvisada y mal informada medida de abrir los bancos durante la cuarentena demostró que gran parte de la población no acompaña su prioridad y que la acuciante necesidad básica se ha extendido tanto o más que el contagio.
Nuestra propio riesgo estructural y el factor exógeno se conjugan hoy para dar cuenta que la dicotomía entre salud y economía no se contraponen al momento de evaluar que la crisis golpea por los dos flancos sino que son la cara de una misma moneda.
La otra pandemia en Argentina, tardará en salir de la cuarentena porque mal que nos pese, en mayor o menores dosis, insistimos en probar con las misma vacuna.