Gloria y loor a Gago

Las sentencias más absurdas suelen ser las más difíciles de refutar: como por ejemplo sería postular que el gran Fernando Gago que acaba de colgar los botines fue un jugador de lo más terrenal beneficiado por un periodismo interesado o delirante.
Enunciado de forma genérica, Gago supo ganarse el derecho de sentarse a la mesa de los mejores jugadores argentinos del siglo en curso.
Fue, y así merece ser recordado, un crack químicamente puro.
Entre los mejores de los mejores y en su rol genealógico y específico del medio campo uno de los dos más altos exponentes de las dos últimas décadas, en compañía de Javier Mascherano.
A grandes rasgos, tomados en su cresta de la ola, el hoy veterano jugador de Estudiantes de La Plata brilló como medio centro expansivo y Gago brilló como medio centro posicional más vinculado con el entendimiento, el pase y la pausa.
Brillar, lo que se dice brillar, en sus inequívocas vertientes de notoriedad, lucimiento y esplendor.
Lo más parecido a un Fernando Redondo zurdo, y también, salvadas las debidas distancias, reconocible como materia obligatoria circulante en encendidas polémicas propias de las tertulias de café.
En tiempos ajenos a Twitter, Instagram y Facebook, los comités de evaluación del Príncipe Redondo andaban como bola sin manija entre la veneración y el desprecio: la quintaesencia del fútbol bien jugado o un mero “vendehumo”.
Y en estos cibernéticos tiempos dados a la sabiduría de red al paso, al gatillo fácil de los sabios portadores de nick, Gago resultó atacado a destajo, carne de meme, muñeco de nieve destruido en 140 caracteres.
“Es un honor para la víctima no ser el victimario”, cinceló la refinada pluma del poeta libanés Khalil Gibrán.
Es un honor para Gago haber sabido honrar su romance con el potrero: en La Bombonera, en el Bernabéu o donde fuere.
Y haber perseverado y dado batalla tras batalla como pocos futbolistas han sabido, podido y querido.
Es un honor para Gago haber sido el jugador que fue. (Télam)