Por Daniel Xodo

(José María Paz, militar y político argentino, 1791-1854)

En las luchas por nuestra independencia y en las guerras civiles que la sucedieron hubo, junto a genuinos e idealistas patriotas, mercenarios de todo pelaje que ofrecieron sus servicios a distintos bandos según la circunstancia, conveniencia del momento y, naturalmente, la mejor paga.

El país naciente no tenía soldados profesionales y requería de ellos. Sus conocimientos, experiencia y disponibilidad para combatir los hacía muy necesarios y a veces indispensables para reclutar, instruir y dirigir tropa armada.

John Halsted Coe es un ejemplo casi paradigmático de mercenarios al servicio voluntades y poderes locales. Muy joven –con 18 años- se incorpora a la flota de Lord Cochrane que llevará a San Martín al Perú en 1920, y cuyos barcos estaban todos al mando de marinos ingleses.

Terminada la campaña, vuelve al Río de la Plata, donde lo encontramos en acciones más o menos pintorescas.

Guillermo Brown le da un barco para hacer de corsario, es capturado pero luego de su liberación, pelea exitosamente en la batalla de Juncal; emprende una misión de corso pero debe retornar porque su buque hace agua por todos lados. Es capturado nuevamente y al final de la guerra con Brasil, se involucra en las guerras civiles alternativamente de parte de unitarios o federales.

Urquiza le encomienda el bloqueo de Buenos Aires que ha rechazado el Pacto de San Nicolás y cuya defensa está a cargo del General Paz. Luego de algunos combates donde Buenos Aires es derrotado, la Sala de Representantes autoriza a emitir diez millones de pesos moneda corriente para “gastos de administración pública cuya inversión el Gobierno dará cuenta en su oportunidad”.

Pocos días después, dos barcos de los sitiadores con Coe a la cabeza abandonan el sitio y entran al puerto. Y luego, el resto de la flota.

Coe había aceptado un soborno de 5 mil onzas de oro para cambiar de bando que habían sido adquiridas en Montevideo y que Paz había ordenado entregarle.

Los marinos rioplatenses que estaban en los barcos sitiadores debieron huir y defender sus vidas para no participar de la traición.

Al día siguiente de la entrega, Coe se embarcaría de regreso a su país. Al ir a despedirse de sus últimos mandantes, le tiende la mano a Paz quien, evitándolo replica: “El General Paz no saluda a traidores”.

Coe estaba casado con una dama perteneciente a una tradicional familia porteña y volvería tiempo después a Buenos Aires, donde moriría sin otras acciones significativas, pero el hecho entraría en la historia del accionar de mercenarios en nuestras luchas.

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“El General Paz no saluda a traidores”