Por Daniel Xodo

(Tiberio, emperador romano, 42 a.C./37 d.C.).

Indudablemente, Calígula debe ocupar un lugar en el podio de los personajes con peor consideración en la historia de la humanidad. No obstante, es conveniente considerar que el relato de la vida y anécdotas de Cayo Julio César Augusto Germánico (tal era su nombre pues Calígula es el diminutivo risueño de “caligas”, calzado de las tropas romanas y que él había usado cuando era niño, acompañando a su padre en las legiones y equivale a “botitas”) fue hecho por sus enemigos –la clase senatorial– e historiadores como Séneca, el cual estuvo a punto de ser ejecutado acusado de participar en una conjuración contra él durante su gobierno.

Debido a las vinculaciones matrimoniales y adopciones por conveniencia política, Calígula era sobrino nieto de Tiberio, por entonces emperador de Roma, sobre quien pesaba la sospecha de haber hecho envenenar a su padre, Germánico (de quien era tío) por temor a que este, general victorioso muy querido por el pueblo de Roma e idolatrado por las legiones, le quitara el trono.

Tiberio no coincidía con el régimen imperial, era aristocrático y republicano. Había llegado al poder casi por descarte, debido a la muerte de otros herederos posibles ante quienes siempre había sido relegado y con imposiciones casi humillantes por parte de Augusto. Ya como emperador, Tiberio había perseguido y exiliado a la madre y hermanas de Calígula, por lo cual existía un odio intenso del niño hacia su tío abuelo que, naturalmente, era igualmente retribuido.

Al morir la madre de Calígula, éste termina viviendo con su tío abuelo en Capri, durante seis años, y sus relaciones, aparentemente, mejoran. Tal vez porque Calígula temía ser eliminado o porque disfrutaba de los placeres que la vida con Tiberio le proporcionaban, lo que haría decir al respecto a un observador cercano: “Nunca hubo aquí un mejor siervo o un peor amo”.

Tiberio, triste, huraño y desencantado de su posición, no volvía a Roma pues sabía que no era querido allí y hasta temía por su vida. Sin embargo, no se engañaba respecto a las ambiciones de Calígula, al punto tal que, al nombrarlo sucesor expresa: “¡Estoy criando a una víbora entre los pechos de Roma!”.

Existe la teoría que a Tiberio, entonces anciano, lo habían dado por muerto y se sorprendieron de que despertara y pidiera algo para comer cuando ya habían consagrado a Calígula, razón por la cual los seguidores de este –según algunos el propio Calígula- se vieron forzados a hacer que Tiberio, efectivamente, muriese.

Calígula no se había formado según los cánones de Roma. No había ejercido cargos y había asimilado culturalmente los modos de príncipes orientales por sus viajes y contacto con ellos, y admiraba y copiaba a Egipto.

No obstante, existe coincidencia entre los historiadores que en los primeros años su acción de gobierno fue ponderable. Disminuyó impuestos, redujo condenas, publicó escrupulosamente las cuentas, emprendió numerosas obras de construcción, anexionó la provincia de Mauritania y tomó medidas tendientes a reducir los conflictos. Fue implacable con sus enemigos o con quienes creía que lo eran y, en supremo desprecio hacia la clase senatorial, amenazó con nombrar cónsul a su caballo Incitatus, cosa que en realidad no hizo.

Hay coincidencia entre los estudiosos que sufrió una grave enfermedad que, quizá, haya modificado su comportamiento generando conductas extravagantes y reprobables, lo que agigantado por sus enemigos –que escribieron la historia- le haya dado una fama mucho peor que la que seguramente le correspondía.

Los historiadores han concluido que muchas de las historias que se le atribuyen son fruto de la difamación por parte de sus enemigos. Sin embargo, han permanecido dos mil años en el imaginario popular. ¿Cúal es la razón? Según Anthony Barrett, destacadísimo académico canadiense especialista en historia de Roma, es porque “a los humanos nos encantan los villanos y Calígula pertenece a un mundo que nos es tan ajeno ahora que podemos disfrutar de su villanía con la conciencia tranquila”.

Últimas Noticias

“¡Estoy criando a una víbora entre los pechos de Roma!”