Por Daniel Xodo

(Carlos III, rey de España, 1716-1788)

Entre los reyes de lo que ha sido llamado la Ilustración, Carlos III ocupa sin dudas un lugar destacado. Sin pretensiones intelectuales, poseía un convencimiento firme y decidido de lo que debía hacerse y un carácter resolutivo que generaban confianza entre quienes trabajaban con él y –especialmente– sus súbditos.

A su pesar, se ve en el compromiso de abandonar el Reino de las Dos Sicilias, donde había realizado una gran labor, para reinar en España. Apasionado por la caza, era afable en el trato y de costumbres rutinarias y frugales.

Convencido del relativo valor de la nobleza de sangre, crea la orden de Carlos III, que no requería ancestros especiales sino virtudes personales y, contrariando el concepto común de la época, exalta el valor del trabajo, que hasta entonces era juzgado en España como causante de pérdida de hidalguía. Sin tener gran erudición o conocimientos filosóficos, fue un rey que privilegiaba la razón, el buen criterio y el bienestar de la población.

Su hijo, Carlos IV, heredó algunas características y aficiones. La pasión por la caza, la bonhomía (aunque podía estallar en raptos de ira y dar patadas a sus sirvientes), pero lo superaba en su inclinación a las artes y a la cultura en general.

Carlos IV tenía solo 16 años cuando fue acordada la boda con su prima María Luisa de Parma.

La anécdota relata que cuando le fue dicho quién sería su esposa y cuáles eran la calidad espiritual, belleza y virtudes de su prometida se alegró mucho y comentó a su padre lo afortunados que eran los reyes dado que siendo ellos de tan noble condición y calidad era imposible que sus esposas pudieran encontrar alguien mejor con quien engañarlos cometiendo adulterio.

Dicen que Carlos III replicó lacónicamente “Que tonto eres, hijo mío”. Otras fuentes afirman que la respuesta fue mucho más dura, agregándole haber dicho también la frase “Princesas y reinas también pueden ser put…”.

El matrimonio fue bien avenido, engendraron 12 hijos y María Luisa ejerció gran influencia en los asuntos de gobierno. Sin embargo, la amistad del matrimonio con Manuel Godoy y su encumbramiento en funciones de gobierno hicieron crecer la maledicencia en torno a supuestos amores con la reina.

Godoy era un hidalgo que por su habilidad y talento manejó muchas cosas durante el reinado de Carlos IV como valido del rey. La actividad de gobierno que ejerció, sin que Carlos y María Luisa descuidaran su rol, generó una leyenda negra que marcó para siempre el relato histórico, a juicio de muchos investigadores, completamente falso.

La oposición política, las intrigas de quien sería Fernando VII, impaciente por reinar y acuciado por los rumores, el descontento de los nobles por el liberalismo de Carlos IV y las circunstancias internacionales eclosionaron en el Motín de Aranjuez, que acabaría con el reinado de Carlos IV.

Tal vez, la inocencia de aquel comentario del joven príncipe dio lugar a las acusaciones no probadas para lograr su renunciamiento muchos años después.

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“Que tonto eres, hijo mío”