MIGUEL ÁNGEL SANTAGADA
“Yo escribo bien pero no soy un buen escritor”
Miguel Ángel Santagada es licenciado en filosofía y letras, escritor y docente en la Unicen y la UBA. Habló sobre su carrera y su experiencia profesional.
Por Manuela Ganga (*)
Recibí las noticias en tu email
En diálogo con este Diario, Miguel Ángel Santagada contó sus comienzos en la enseñanza y qué lo llevó a dedicarse de lleno a la docencia. Habla de las falencias del sistema educativo y de su rol como escritor.
-¿En qué momento se dio cuenta qué carrera quería estudiar y por qué?
-En realidad tuve una adolescencia muy influida por la política, era dirigente estudiantil y tuve algunos compañeros desaparecidos. Terminé la secundaria en el año 1976 y me tuve que ir de Buenos Aires, donde vivía, a terminar el secundario en Córdoba, ahí ya sabía que iba a estudiar filosofía. No me costó mucho decidirme, porque mi generación fue muy comprometida con la política, especialmente con las ideas de izquierda que, en esa época, eran muy difundidas y no tan perseguidas como fueron después durante la dictadura y, en buena medida, todavía ahora.
-¿Qué lo llevó a ser profesor universitario?
-En realidad yo quería ser investigador, escritor. La carrera de filosofía, si no se orienta hacia la docencia, tiene muy poca chance en el periodismo, en la publicidad. El gobierno de Raúl Alfonsín abrió la posibilidad para el Ciclo Básico Común (CBC) en la Universidad de Buenos Aires (UBA), y ahí entré a trabajar como profesor universitario. Después se abrió la carrera de comunicación y explotó la matrícula universitaria, lo que me permitió entrar y ser profesor universitario a los 27 años. Desde el año 1984 hasta hoy, ya son 35 años.
-¿Cómo percibe a la educación hoy en día, después de tantos años dando clases?
-La educación tiene varios problemas: uno es el administrativo, otro es el político y otro, el cultural.
El problema administrativo tiene que ver con crisis edilicias, de mantenimiento de las escuelas, de las instituciones, de la infraestructura escolar. Pero no sólo es ese el problema, también es político: cómo se administra, cómo se dirige una reforma educativa que tenga que ver con los tiempos que corren, qué carreras y qué contenidos dar a las materias tradicionales. ¿Se tiene que seguir enseñando la filosofía, la matemática, la biología como la aprendí yo hace cuarenta, cincuenta años, o hay que adaptar en la formación de docentes y nuevas perspectivas? Esto es un problema político, porque probablemente hay que incorporar nuevas materias y cesar con otras. Pero esta decisión es muy difícil, porque tenemos muchos colegas que se verían desbordados para una capacitación, o excluidos de un sistema. Por ejemplo, hay materias que tendrían que convertirse en otras, y no sé si todos los docentes están en condiciones. Es un tema muy difícil. Y el último problema es el cultural. La educación fue concebida hace 140 años, una educación pública para un mundo bastante estancado y bastante calmo, con empleos que no cambiaban en tres o cuatro décadas. Hoy los empleos están disolviéndose. La capacitación que se requiere es mucho más dinámica.
-¿Qué nuevos desafíos enfrentamos?
-La escuela al servicio del mercado de trabajo ya no funciona. Los chicos no se alfabetizan en la escuela, ya vienen alfabetizados de casa. Los medios de comunicación, no sólo la computadora y el celular, otros sistemas de transmisión del saber están vigentes y amenazan con convertirse en verdaderas escuelas, no de enseñanza formal, sino informal.
Con esto rivaliza la educación, con esto compite la educación tradicional. Y éste es otro de los grandes problemas y desafíos que tenemos en el siglo XXI. No es un problema fácil ni único, y hay que ponerse a trabajar para adaptarse a las exigencias de un chico que hoy empieza la escuela, digamos a los seis años. Ese chico, en el año 2050, va a tener 36 años. ¿De qué va a trabajar? No lo sabemos, no sabemos si va a existir el empleo, no sabemos si va a existir el trabajo. Algún quehacer va a haber, pero qué tipo, no lo sabemos. Y eso es un problema también para la educación de hoy. ¿Qué le enseñamos si sabemos que su empleo no va a ser como los que tenemos hoy?
Importante trayectoria
-Hizo un doctorado en filosofía en Quebec, Canadá, ¿cómo fue esa experiencia?
-Fue una experiencia fabulosa, me ha abierto muchas puertas, me ha generado una posibilidad de profundizar mis conocimientos, de escribir mejor, de conocer mucha gente que si no hubiese sido por el doctorado no hubiera sido posible conocer profundamente, no sólo verlos o escucharlos, sino haber podido intercambiar con profesores, con gente de mucho talento. La verdad es que fue una gran oportunidad hacer el doctorado y las consecuencias y el resultado de ese doctorado fueron muy importantes.
-¿Qué destaca de su carrera?
-He podido educar a mis hijos, comprar mi casa, tener mi auto.
Como carrera profesional, me ha dado los premios y gratificaciones que cualquier trabajador espera. He conocido mucha gente. Actualmente, me permite interactuar con gente joven, poder compartir mi experiencia, ser escuchado.
El docente y la persona mayor necesitan que lo escuchen, que lo respeten, que lo quieran y eso a mí me gusta mucho, es lo que más rescato. Tal vez no soy un genio, pero que la gente te escuche te hace sentir considerado, que sos una persona que la gente quiere escuchar y eso a mí me hace mucho bien en lo personal.
Su carrera con las palabras
-¿Se percibía como escritor?
-Sí, no soy un buen escritor pero escribo bien, que no es lo mismo. Hay escritores que son buenos y escriben mal. Bukowski, Roberto Arlt. A lo largo de la historia de la literatura hubo muy buenos escritores que escribían mal. Yo escribo bien, pero no soy un buen escritor. Manejo las técnicas de redacción, de la retórica. He estudiado, aprendido y enseñado muchos años. Puedo hacer un jingle publicitario, pero no puedo hacer una buena novela. Lo sé. Me gusta escribir, he intentado e intento escribir obras de teatro, no me salen bien. Pero escribo bien un artículo académico o una nota periodística, un mensaje publicitario o un informe institucional.
-¿Qué nos puede contar sobre su último libro, Inocencia y culpabilidad?
-Es un libro actual, un conjunto de ensayos sobre la relación entre la percepción de la violencia y de la inseguridad, y la construcción de las noticias relacionadas con el delito menor, no con el delito mayor. Hay delitos mayores, de lesa humanidad, que se cometen en las guerras, los gobiernos, las fuerzas de seguridad. Sobre eso no hay tanta insistencia y sí hay sobre el delito menor, sobre el chico que roba una bici, lo que antiguamente se llamaba ‘ladrones de gallinas’. Hoy casi nadie tiene gallinas, pero la metáfora es clara, roban gallinas porque no tienen para comer. Y, a lo mejor, roban una mochila, un celular, una computadora para venderlos y no sé si drogarse o comer, ese es el ladrón menor. Causa tanto enojo o más que los delitos de lesa humanidad, pero no nos causan el sufrimiento tan inmediato, tan cercano, que nos causa el delito menor. Sobre eso trata mi libro Inocencia y culpabilidad.
-¿Sigue escribiendo?
-Sí, estoy escribiendo un libro que se llama Metáforas de la manipulación, que es un conjunto de ensayos igual que el otro. Es muy difícil escribir un ensayo de doscientas páginas, pero podés escribir diez ensayos de veinte páginas, y ya voy por el número cinco o seis. Así que probablemente ya tenga la mitad.
(*) Esta nota forma parte de la serie de doce reportajes realizados bajo la tutela de la profesora Carolina Cordi por diferentes alumnos de Práctica Profesional 1 de la carrera de Comunicación Social para el desarrollo del ISFD y T 10 de Tandil, cada uno de los cuales eligió a un entrevistado.