A propósito del Bicentenario
Nadie puede desentenderse de la realidad argentina de hoy y nadie puede poner en tela de juicio que nos encontramos en un escenario cuyo telón de fondo es el grave deterioro institucional, que a todos nos afecta y que a todos nos debiera avergonzar. Para superar la crisis que ha corroído los cimientos mismos del Estado y de la sociedad, no basta con festejar el Bicentenario de la Revolución de Mayo. No es suficiente un festejo de cuatro días, que entusiasma a los operadores de turismo y que incita más a programar unas cortas vacaciones, en lugar de concitar la atención y estimular el análisis sobre qué es lo que podemos hacer para cambiar y mejorar nuestro destino como sociedad y como Nación. Toda evocación de los magnos sucesos que integran la historia patria es buena y necesaria, pero no puede estar vacía de contenido o limitarse a un acto formal.
No nos podemos dar el lujo de desaprovechar la ocasión que nos brinda el festejo del Bicentenario de la Revolución de Mayo para reflexionar sobre los problemas que nos acucian, que están ahí, marcando la urgencia. Es imprescindible repensar un proyecto vital común que nos identifique como sociedad, porque la amenaza de transformarnos en una Argentina invertebrada se encuentra a la vuelta de la esquina. La pérdida de calidad institucional se explica, entre otras cosas, porque el país se ha transformado en una ?patria piquetera?, inhabilitando toda posibilidad de elaborar un proyecto vital común.
Por sustancial o justificada que resulte la queja, la forma empleada es suficiente para producir una situación anárquica, hacer intolerable la coexistencia, desquiciar la vida comunitaria, exasperar y soliviantar los ánimos y, lo que es más grave, anunciar y confirmar a los cuatro vientos que en la Argentina el sistema no funciona, sea por designio o por incapacidad de quienes tienen la responsabilidad de atender y dar respuesta institucional a las peticiones. Además, resulta inviable la sociedad en la cual rige la impunidad. Si el ejercicio del poder se identifica o equivale a la impunidad, la Argentina estará irremediablemente condenada al fracaso. Semejante concepto del poder sólo puede imaginarse, ser adoptado y puesto en práctica, por quienes sólo piensan en satisfacer intereses y necesidades personales o de grupo. No es ése el ejercicio del poder regulado por la Constitución. No es ése el poder que a través de la democracia se delega en los representantes del pueblo. No es ése el poder equilibrado y controlado, propio del sistema republicano de gobierno.
La anomia moral distingue a la Argentina. Violar la ley se ha transformado en un deporte nacional. Es un deporte que se practica a diario, sin árbitro y sin sanción. Se torna imperativo recuperar el respeto a la ley. Reinstalar en la conciencia de todos y de cada uno la necesidad de acatar las normas, no por temor a la sanción, sino porque las normas constituyen un proyecto existencial facilitador de la convivencia. En las normas se encuentra expresado, de alguna manera, un consenso vital.
El festejo del Bicentenario debe servir para que la sociedad argentina se identifique a sí misma y cada individuo en ella y respecto de ella, logrando así un sentido de pertenencia que enorgullezca. El valor Justicia no puede estar ausente en la consecución de un entendimiento vital. Todos hemos sido y somos, de alguna manera, víctimas de la injusticia. La injusticia de la inseguridad, la injusticia de la devaluación, la injusticia del analfabetismo, la injusticia del desempleo, la injusticia del hambre, la injusticia de la enfermedad no atendida, la injusticia de la falta de un techo digno, la injusticia de una política divorciada de la realidad, la injusticia del mundo de privilegios, la injusticia de la confiscación de los ahorros?, y un largo etcétera que cada lector sin duda podrá completar por vivencia de protagonista. La injusticia que es hoy vivencia, que está en la experiencia de todos y de cada uno, debe conferirnos a las víctimas ?toda la fuerza moral de la justicia escarnecida?, para reclamar desde ella, en ocasión del Bicentenario de la Revolución de Mayo, que sólo la ?política como conciencia? nos conducirá a un destino de grandeza.
Asumir la política como conciencia significa hoy, ni más ni menos, que formularnos individualmente la pregunta sobre la necesidad de repensar y construir un proyecto coexistencial vital y común, en el cual queden imbricadas las necesidades pendientes de satisfacción como políticas de Estado que todos nos comprometemos a defender en forma permanente, cualquiera fuere el color del partido político a quien le toque ejercer el poder.
Necesitamos recomponer la confianza de la sociedad en las instituciones, la política y los políticos. La política no debe ser vivida por el pueblo como una decepción. Debemos encontrar, entre todos, sin exclusiones, una nueva forma de hacer política y de integrarnos como sociedad. Hacer política desde las instituciones, procurando que funcionen como deben funcionar, al servicio del proyecto vital que como sociedad nos merecemos. La política es una ciencia que debe ser puesta al servicio de ese proyecto. Sepamos interpretar las ansias de cambio explicitadas por el pueblo, hagamos política a conciencia y asumamos la política como conciencia, para que el Festejo del Bicentenario no sea evocado sólo por sus fuegos artificiales. *
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