Con un importante acto, la Escuela 33 del Paraje La Porteña festejará su 80 aniversario
Mañana a las 9.30, en la Escuela 33 del Paraje La Porteña se llevará a cabo un acto protocolar para festejar el aniversario Nº 80 de la institución. Están invitadas todas las escuelas primarias de la ciudad, las autoridades educativas y de Gobierno y la comunidad de Tandil en general.
La Escuela 33 comenzó a funcionar en la Estancia Chapaleofú, que pertenecía a la familia Goñi del año 1931 hasta 1937. Posteriormente, se mudó a la Escuela Granja y luego se construyó el edificio que ocupa actualmente en el Paraje La Porteña.
Su nombre es "Guillermo Enrique Hudson" en homenaje al novelista y naturista argentino. La primera directora fue Alicia Galván de Aramburu quien llegó a tener 74 alumnos a cargo. Además, la Escuela 33 fue la primera con copa de leche.
"Es un lugar que tiene una energía especial comenzando por el paisaje y por todo el personal, desde la portera que hace 20 años que está y conoce como la palma de su mano la escuela. Es hermoso dar clase ahí", expresó Paulina Cárdenas, la directora de la institución y que a su vez es maestra de segundo ciclo.
Con 28 alumnos, la escuela tiene tan sólo dos docentes y se trabaja con plurigrado. "Es una dinámica distinta de trabajo que enriquece mucho al alumnado", explicó.
"El 38 por ciento del alumnado es de la zona, y el resto son de barrios vecinos como La Movediza, que han elegido la escuela porque les gustó la propuesta y porque se trabaja el tema de los vínculos, los valores. El proyecto de la escuela es calidad de vida", resaltó.
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fiestita de todos los días"
Silva recuerda que "las paredes y el piso eran húmedos, en ese tiempo no había calefacción. Nosotros íbamos por el medio de los campos y nos quedaba re lejos la escuela, llegábamos con los pies fríos".
En algunas oportunidades iban a pie, en otras a caballo y en otras los llevaban en un charré, que es un carro tirado por caballos.
Cuenta que la maestra era muy buena y muy trabajadora y llegó a tener hasta 70 alumnos. "Algunos chicos eran tan grandes como la señorita", recuerda.
Por su parte, Delmira Gómez, tiene 74 años y fue una de las primeras alumnas que concurrió al salón que les prestaban en la Escuela Granja. Recuerda que "en esa época el pavimento llegaba justo hasta la Escuela Granja, de ahí para adelante era todo camino de tierra, y por ahí veníamos nosotros caminando, no habían combis".
"Aunque lloviera había que ir a la escuela y sacar buenas notas, era nuestra responsabilidad. Era una mezcla de respeto y miedo que teníamos porque eran muy buenos maestros, pero había que hacer lo que ellos decían y si íbamos a casa con una mala nota ya sabíamos que no nos escapábamos de una reprimenda tremenda. Había que hacer las cosas bien y me parece que eso nos marcó para toda la vida, hacerse cargo de las cosas buenas y malas", recalca.
Elvira recuerda que muchos niños "no tenían en qué llevar los libros, algunos los llevaban abajo del brazo y los lápices en el bolsillo. El libro era infaltable. En esa época la yerba venía en bolsitas, entonces las madres las lavaban, les hacían una manijita y esa era la cartera que llevábamos".
"Con un libro iba toda la familia. Con Girasoles iban todos los hermanos", agrega Delmira.
Por su parte, Elvira rememora aquellos momentos en los que el pupitre era "una mesa grande, larga, con un chapón arriba y nos sentábamos en cajones. La señorita maestra tenía una silla desvencijada".
"Mi fuerte era matemática. Teníamos idioma nacional, caligrafía y escribíamos con tinta la letra gótica. Cuando estudiábamos sobre algún prócer, las batallas y todo eso lo teníamos que aprender de memoria y dar lección a la señorita y lectura nos tomaba todos los días. En aquel tiempo se usaba hacer composiciones, por ejemplo de la vaca", recuerda.
Delmira cuenta que una tristeza muy grande en su vida fue terminar la escuela primaria porque "después no había más nada, ni radio, ni teléfono, en el campo no había nada más que trabajo, necesidades, a veces miserias y muchos miedos. Para mí la escuela era la fiestita de todos los días, íbamos de lunes a sábado, ahí teníamos con quien conversar y jugar".
Mientras, Elvira relata "pasábamos por varios campos, que habían vacas, ovejas, los perros de los vecinos, íbamos con mucho miedo. Entonces cuando llegábamos a la escuela era una fiesta, verdaderamente para el espíritu y para el alma".
de vida
Y continúa: "Yo hice hasta sexto grado, con lo poco que aprendí y la escuela de la vida hice lo necesario para afrontar todos los problemas que se presentaron en mi vida que ya a mi edad ya son muchos. Criábamos aves, teníamos colmenas porque de algo había que vivir. Mis padres me enseñaron a consumir lo que uno es capaz de producir, no se podía ni pedir ni robar, ni esperar que te den. Cuando ganás el pan con el sudor de la frente tenés orgullo, dejás una huella".
"Mi padre estaba orgulloso que me pudo dar hasta sexto grado porque él no lo pudo hacer, era analfabeto. Para él eso era una satisfacción muy grande", explica.
Elvira, por su parte, recuerda que "las chicas teníamos que trabajar en el campo como si fuéramos un hombre para poder ayudar a nuestros padres, eran años duros. En el campo, había pavos, gallinas, ovejas, se ordeñaba, se carneaba, mi mamá hacía quesito, manteca, comíamos muy bien. Yo aprendí a alambrar, a andar a caballo, a llevar vacas con mi papá de un campo a otro".
Respecto a este festejo, Delmira asegura que "la vida es un constante aprendizaje, es emotivo, emocionante poder estar en el aniversario 80 de la escuelita".
Por su parte, Elvira expresa que "es un privilegio que me da Dios poder estar en este aniversario".
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