Cositos y nostalgias
Por Marcos Gonzalez
(marcosggonza@gmail.com)
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Me gustan las ferreterías. De tanto en tanto entro a alguna, con la excusa de comprar clavos o tornillos y aprovecho el tiempo de espera para mirar atentamente los anaqueles y las estanterías.
Hay quienes sienten lo mismo en las casas de electrodomésticos, en los locales de computación o de venta de celulares o en las librerías.
Cada cual encuentra su propia manera de recrear el placer de volver a sentirse en una juguetería.
Y si bien creo que cada negocio tiene sus propios secretos, jergas y misterios, estoy convencido de que el empleado de una ferretería, además de buen vendedor y entendido en productos del rubro, debe tener una buena dosis de paciencia y otro tanto de adivino.
He visto gente grande, señores de cultura asentada, hombres de buen saber y entender, entreverarse en un lenguaje mitad mímica y mitad infantilismos, tratando de precisar el objeto que está buscando.
Yo mismo he pasado por esas instancias, por esa suerte de analfabetismo que se reconoce fácilmente a partir del propio inicio de la transacción comercial:
-Ando buscando un cosito, más o menos así.
-Bueno, a ver…, dice el empleado, resignándose a que el asunto viene para largo.
Pendorchito, pirulo, coso, fierrito, pirulín, socotroco, aparatito, son algunos de los términos a los que recurrimos para nombrar el objeto ignorado. Todo esto, acompañado con una o las dos manos que imitan la forma y el tamaño de la mercadería en cuestión.
Lo más aconsejable es acudir al comercio con el objeto a cambiar (en caso de rotura) o su complementario (en caso de faltante), a riesgo de tener que andar con una repisa o un inodoro al hombro.
En lo personal, tengo una ferretería a la vuelta de mi casa, que me saca de apuros y a la que recurro habitualmente sin pasar vergüenza.
Y hay otra, a la que voy cuando tengo tiempo. O tal vez, nostalgia.
Está ubicada en un lugar emblemático para una generación de tandilenses: España y 9 de Julio.
Durante muchos años funcionó allí Circulares, un boliche iniciático para adolescentes de mediados de los setenta.
Con el tiempo, fue cambiando de nombre y más tarde de rubros, hasta llegar a la actual ferretería.
De vez en cuando voy a comprar tuercas o destornilladores. Pero sobre todo para ver si me reencuentro con algunos fantasmas de mi temprana juventud.
Mientras Pablo o alguno de los otros muchachos del lugar atienden, aprovecho para escurrirme entre las estanterías, en busca de los días perdidos.
Me parece ver, entre las herramientas, los rostros de las chicas que me poblaban aquellos sueños. Creo recordarme, a la altura de los clavos, poniéndome de novio y me veo también a punto de ser plantado, por donde ahora están los serruchos.
En esas cavilaciones suelo estar, cuando escucho la voz del dependiente:
-Qué anda buscando jefe…
-La verdad que no sé. Pero por las dudas vaya preparándome unos remaches.
Hay quienes sienten lo mismo en las casas de electrodomésticos, en los locales de computación o de venta de celulares o en las librerías.
Cada cual encuentra su propia manera de recrear el placer de volver a sentirse en una juguetería.
Y si bien creo que cada negocio tiene sus propios secretos, jergas y misterios, estoy convencido de que el empleado de una ferretería, además de buen vendedor y entendido en productos del rubro, debe tener una buena dosis de paciencia y otro tanto de adivino.
He visto gente grande, señores de cultura asentada, hombres de buen saber y entender, entreverarse en un lenguaje mitad mímica y mitad infantilismos, tratando de precisar el objeto que está buscando.
Yo mismo he pasado por esas instancias, por esa suerte de analfabetismo que se reconoce fácilmente a partir del propio inicio de la transacción comercial:
-Ando buscando un cosito, más o menos así.
-Bueno, a ver…, dice el empleado, resignándose a que el asunto viene para largo.
Pendorchito, pirulo, coso, fierrito, pirulín, socotroco, aparatito, son algunos de los términos a los que recurrimos para nombrar el objeto ignorado. Todo esto, acompañado con una o las dos manos que imitan la forma y el tamaño de la mercadería en cuestión.
Lo más aconsejable es acudir al comercio con el objeto a cambiar (en caso de rotura) o su complementario (en caso de faltante), a riesgo de tener que andar con una repisa o un inodoro al hombro.
En lo personal, tengo una ferretería a la vuelta de mi casa, que me saca de apuros y a la que recurro habitualmente sin pasar vergüenza.
Y hay otra, a la que voy cuando tengo tiempo. O tal vez, nostalgia.
Está ubicada en un lugar emblemático para una generación de tandilenses: España y 9 de Julio.
Durante muchos años funcionó allí Circulares, un boliche iniciático para adolescentes de mediados de los setenta.
Con el tiempo, fue cambiando de nombre y más tarde de rubros, hasta llegar a la actual ferretería.
De vez en cuando voy a comprar tuercas o destornilladores. Pero sobre todo para ver si me reencuentro con algunos fantasmas de mi temprana juventud.
Mientras Pablo o alguno de los otros muchachos del lugar atienden, aprovecho para escurrirme entre las estanterías, en busca de los días perdidos.
Me parece ver, entre las herramientas, los rostros de las chicas que me poblaban aquellos sueños. Creo recordarme, a la altura de los clavos, poniéndome de novio y me veo también a punto de ser plantado, por donde ahora están los serruchos.
En esas cavilaciones suelo estar, cuando escucho la voz del dependiente:
-Qué anda buscando jefe…
-La verdad que no sé. Pero por las dudas vaya preparándome unos remaches.
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios