Distéfano, un referente del arte, en el Mumbat
Hace dos décadas, el artista volvía al país desde su exilio en España. Había durado menos de tres años y la junta militar seguía en el gobierno, pero la melancolía resultó más poderosa que el terror. Otra vez en la Argentina, vivió el agobio cotidiano del exilio interior.
A Distéfano (destacado escultor, ganador del Premio Arlequín al mejor artista en el año 1999 por su última retrospectiva en el Museo de Bellas Artes) el aniversario le permite reflexionar sobre las variadas formas que adquiere el destierro: el político, el artístico y el social. Así, encuentra que el miedo nacido de la inseguridad copia rutinas del impuesto por la dictadura. Distéfano está casado con la escritora Griselda Gambaro, con quien compartió el ámbito mítico del Instituto Di Tella; fue seleccionado, junto a otros tres plásticos, para participar con una escultura en el Parque de la Memoria, en recuerdo de los desaparecidos.
Ya pasaron más de 20 años de su regreso del exilio en Barcelona, España. Sobre por qué se fue del país en el 76, el maestro comenta el maestro: ?El año en que nos fuimos yo había hecho mi primera muestra de escultura y mi mujer, Griselda Gambaro, había publicado poco antes la novela Ganarse la muerte. Un buen día nos enteramos por el diario de que había aparecido un decreto presidencial que prohibía el libro por nihilista? ¡Eramos como revolucionarios rusos!… Personajes de Dostoievsky y que, para peor, atentábamos contra la familia… Eso nos causaba gracia porque nuestra familia es absolutamente tradicional (?). Griselda no era una autora excesivamente popular, pero el miedo era grande y no teníamos ningún tipo de protección. Además, habían secuestrado a algunos amigos y los muertos aparecían si no en el terreno de al lado, en el otro. En Don Bosco, donde vivimos, todas las noches se escuchaban tiroteos. Era una situación muy dura y nos aconsejaron que nos fuéramos (?). Incluso mi obra ?El mudo? fue comprada durante la dictadura para el Museo de Bellas Artes a pesar de que creo que es bastante frontal en la exposición de su significado: representa la figura de un hombre desnudo, sentado con las manos en la espalda, maniatado. Por eso digo que yo me siento inofensivo y lo hago extensivo a las artes plásticas. Pero parece que con las ideas no pasa lo mismo. Las ideas son muy molestas. Siempre doy el mismo ejemplo: si el pintor Piero della Francesca no hubiera existido, el mundo sería mucho más pobre. Nuestra vida, nuestro goce, serían más pobres. Creo que sólo desde ese punto de vista el arte modifica. Pasaría lo mismo si no hubiera habido un Miguel Victorica… La humanidad tendría un bache muy grande en su capacidad de disfrutar la belleza (?) en el exilio veía todo en apenas dos dimensiones (?). Era como no tener pasado. Extrañaba todo. Siempre pienso en aquello que dijo Rilke de que la verdadera patria es la infancia. Eso era lo que me faltaba: el lugar de la infancia, mi pasado, mi historia. Llegó un momento en que no había opción: volvía o volvía. Vine primero yo para ver cómo estaba el ambiente. Trabajé uno o dos meses para una muestra que funcionó como excusa. Me había inventado que tenía que hacer una obra de ciertas dimensiones y que en Barcelona me resultaba imposible (?). Tratamos de comenzar de nuevo. Intentamos hacer nuestros trabajos dentro de esa normalidad tan poco normal en la que se vivía bajo el peso tremendo del autoritarismo.
-Existe la idea de que el arte no tiene patria. ¿Coincide con ello?
-Yo creo que es una idea aplicable para el arte, pero no para el hombre que lo realiza. El artista tiene patria y ella tiñe su arte, pasa a la obra y la marca. Yo puedo gozar inmensamente de obras con cuyo contenido ideológico o político no estoy para nada de acuerdo. Le doy un ejemplo personal: el arte que más me marcó fue el religioso y yo soy agnóstico. Es decir, la forma, el cómo está hecha la obra plástica, contienen el significado, la mayoría de las veces independiente del tema. En el cuadro ?La silla?, de Vincent Van Gogh, el tema es cotidiano, casi banal. Sin embargo, su contenido es profundamente dramático. La forma no siempre -y tampoco tiene por qué- coincide con el tema (?). Es muy peligroso mirarse el ombligo, creer que uno es el centro del universo. Los verdaderos artistas están conectados con el mundo y con lo que le pasa al mundo, y de eso se alimentan y a eso dan respuesta. La sustancia de la obra no es sólo individual. Va mucho más allá de lo que me pasa a mí personalmente. La mirada de los otros (?). El arte plástico es un poco especial porque para entenderlo hay que frecuentarlo. No se puede entrar por primera vez a un museo o a una galería de arte y pretender entender. Se necesita una frecuentación, un oído (?). Yo siempre viví en las afueras. Con el tiempo, me encariñé con el verde y la tranquilidad. Ahora, con tanta violencia, volvió a ser extremadamente peligroso. Escuchamos tiroteos, tenemos miedo de salir… De alguna manera se parece a los exilios de los que hablábamos antes. Cambiamos muchas costumbres, modificamos horarios. Hasta las casas cambiaron para ser un poco más seguras, yo tengo mi taller en la Boca y hago el ejercicio de caminar por Constitución ciertos mediodías. Voy hasta alguna ferretería que queda lejos del taller para pasar por la estación. Y es terrible ver a los chicos drogados, a los desocupados, las prostitutas… Una miseria y una degradación que no se veían antes. Nuestro país tiene varios países dentro. Uno es el de la gente como la de Constitución. El otro es el de la gente que se va a los countries y vive rodeada de alambres de púas y policías. Pareciera que con esta locura lograremos proteger las miserias propias contra las de los otros (mucho más miserables) que están afuera. Pero hay algo peor todavía: que incluso la gente que no tiene nada está contra la gente que no tiene nada. Como dice mi mujer en una obra de teatro: ?Los desdichados no se reconocen?. (Extractos de ?Exilios múltiples?. Por Ana Laura Pérez de la redacción de Clarín)
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