DOROTHEA FUGL, PIONERA DANESA EN EL TANDIL
En la nota anterior les presenté a la mujer de Juan Fugl, gracias a la investigación de la doctora Mónica Bjerg. Hoy va el resto. Realmente, me la imagino a ella sentada frente a mí, en un plácido sillón, contándome sus aventuras y desventuras en el Tandil, casi un siglo y medio atrás.
Ah!, y las anécdotas. Como por ejemplo cuando el cura del pueblo ventilaba sin pudor los secretos de alcoba?
Confieso haberme familiarizado con ella. Si no poseo sangre danesa, no importa. Me siento consustanciado con ese temple, con ese espíritu de aventura de Juan y de Dorothea que me lo imagino exactamente igual al de mi fallecido amigo Bepo Ghezzi, por ejemplo.
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-¿Es cierto que a veces iba a su casa el novio de Grethe y ni podía conversar con ella? Podríamos creerlo en estos tiempos de tanto estrés, pero en su época?
-Lo entiendo. Pero pasaba también. Una vez el pobre Thorvald llegó a cortar gajos en la quinta, tomó café, conversé con él un rato y se fue sin ver a Grethe que estaba atareada lavando nuestra ropa blanca en el arroyo.
-¿Se festejaban intensamente los cumpleaños?
-Eran ocasiones propicias para la sociabilidad, sobre todo los cumpleaños de Fugl y los hijos. Pero ello me obligaba a prepararme con varios días de anticipación, lo que representaba una fatigosa labor.
-¿Por qué tanto?
-Por un lado, la limpieza de la casa. Y sobre todo la preparación de los regalos que no siempre podían conseguirse en los comercios del pueblo y requerían la elaboración casera.
-¿Por ejemplo?
-Le he cosido un chaleco con mi tapado dado vueltas y un par de pantalones para obsequiarle.
-¿Y mucho trabajo también con las comidas?
-Muchísimo. Se producía una abundante cantidad de comidas y tortas para agasajar a los convidados. Del calendario anual de cumpleaños familiares, el de Juan era el más concurrido y el que más trabajo me representaba. Cada 24 de octubre, desde la mañana pasaban por la casa vecinos y conocidos a saludar, y por la noche los invitados llegaban para disfrutar de una copiosa cena amenizada con música y baile.
-¿Recuerda alguna en particular?
-Sí, eran lindas fiestas. Por ejemplo en 1861, preparé gallinas y un gran asado de vaca al horno, con remolachas en vinagre y dos tortas con cubierta de azúcar y dulce de moras salvajes. Se sirvió primero vino y luego con té, y terminó con una serenata en homenaje a Fugl ejecutada con clarinete y contrabajo por un músico alemán amigo de Juan y por Mackeprang.
-De vez en cuando llegaría algún personaje interesante a visitarlos, ¿verdad?
-Sí, claro. Ya le dije que el cura del pueblo y los amigos políticos de Fugl también formaban parte de la concurrencia que visitaba la casa a lo largo del año. Pero también concurrían personajes inesperados. Como aquel señor muy distinguido, de galera y guantes amarillos? Era un naturalista suizo. Lo invitamos a cenar y puse la mesa al estilo europeo.
LOS CABALLEROS LAS PREFERIAN RUBIAS?
-¿Y Grethe?
-¡Uf! Entre los paseantes no faltaban algunos caballeros casaderos que enterados de la presencia de una soltera se acercaban para intentar cortejarla.
-¿Recuerda a algún caballero en particular?
-Por ejemplo Juan Antonio Ariola, un estanciero muy guapo y elegante que llegó a lo de Fugl una mañana de otoño montando un emprendado con fina platería en los arneses. Ignoraba que Grethe estuviese comprometida.
-¿Qué tipo de datos había obtenido de Grethe este estanciero elegante??
-Parece que el hombre había oído decir en ?la pulpería de Domínguez? que hacía un mes vivían en el pueblo dos mujeres danesas y que una de ellas estaba soltera. Ariola, que era conocido de Fugl, pretendiendo buscarlo para hablarle de negocios, se acercó a la chacra y, en medio de la charla, reveló sus intenciones.
-¿Le dijo algo a usted?
-Sí, me pidió que le hablara a su favor a Grethe, pues él quería cortejarla…
-¿Se visitaban seguido con el pulpero Narciso Domínguez?
-Sí, él era un criollo que llevaba varias décadas radicado en el pueblo. Había sido juez de paz y más tarde consejero municipal. Con su esposa Rosita nos veíamos seguido. Domínguez fue uno de los vecinos que inició un proyecto de fomento de la educación pública y luego propuso a Fugl como ?municipal de instrucción y obras públicas?, un cargo que Fugl desempeñó entre mediados de los años 1850 y su regreso definitivo a Dinamarca.
-¿Por los años cincuenta todavía existía algún temor por alguna posible invasión indígena?
-Se hablaba, sí. Una tarde de principios de septiembre de 1861 me visitaron Marcelina Machado, la esposa del comandante de frontera, y Carlota Ortiz, casada con uno de los alcaldes. Ellas me transmitieron esa preocupación. Pero no pasó nada.
-¿De qué más hablaban por entonces entre mujeres?
-Temas más triviales, como la novedad de que se había formado una banda de música y que con la llegada de la primavera comenzarían las retretas domingueras. Pero había también otros ?chismes? que hacían circular algunas voces del pueblo un poco más indiscretas?
AQUEL CURA QUE VENTILABA
LOS PROBLEMAS DE ALCOBA
-¿Es cierto que al cura de entonces le encantaba divulgar asuntos más bien personales de la gente?
-Tanto, que había transformado en la comidilla de los vecinos los problemas de alcoba del matrimonio de Cándido Cuestas y Bernardina Núñez. En secreto de confesión, este hombre le había dicho que el origen de sus desavenencias matrimoniales era la negativa de ella ?a hacer vida con él?.
-¿Y qué hizo el cura?
-El párroco resolvió llamarla con el esposo para ver si de un modo pacífico podía remediar ese mal que por la época se lo consideraba como que ocasionaba consecuencias fatales.
-¿Y el matrimonio concurrió a la parroquia?
-No, porque Bernardina no atendió al llamado. Entonces el cura acudió al juez de paz y a los consejeros municipales para pedirles que lo ayudasen a resolver la delicada situación que atravesaba este matrimonio que él mismo había bendecido hacía algo más de un año.
-O sea que el pobre Cándido?
-¡Quedó expuesto ante todos! Esa desafortunada historia de Cándido, en el vecindario se transformó en materia de chismes y murmuraciones.
-¿Entre ustedes, las mujeres, hablaban de sus intimidades?
-Eramos muy discretas. En una oportunidad, estando adelantada en mi primer embarazo, Rosita Domínguez me hizo bromas sobre mi estado y traté de fingir que no me molestaba pero la verdad es que me fastidió y más cuando Juan le siguió la chanza.
LA SOLEDAD Y EL ACOSTUMBRAMIENTO
-¿Padeció la soledad?
-Como muchas mujeres de mi tiempo. Los negocios, el trabajo, la política y los viajes alejaban a Juan de su hogar. A veces faltaba días enteros del pueblo, por ejemplo cuando viajaba a caballo hasta La Macedonia, un paraje donde había una pequeña colonia de agricultores ingleses con los que tenía negocios. Se tornaba aburrido y desagradable tener constantemente cosas en que pensar y resolver. Pero luego estuvimos tan acostumbrados a estar solos que de otra manera quizás nos hubiese parecido raro.
-¿Cómo se sintió, Dorothea, en la pequeña aldea del Tandil cuando recién llegaron?
-Nos miraban mucho. Una de nuestras primeras salidas fue ir a la iglesia en compañía de Juan y Grethe. Aquella mañana, nos transformamos realmente en el centro de todas las miradas. Creo que lo que más les llamaba la atención era nuestra indumentaria.
VESTIMENTA, MISAS, FIESTAS
-Claro, la vestimenta que ustedes traían, aquí parecería extravagante, tal vez.
-Es que nada de lo que Grethe y yo llevábamos puesto se usaba por aquí. Me di cuenta enseguida de que en la misa, todos miraban a todos, y en particular las mujeres estaban atentas a los comportamientos y las apariencias del resto.
-¿Siempre iban con Juan y Grethe a misa?
-A veces íbamos las mujeres solas durante la semana. A veces yo pasaba por lo de Marcelina de Machado para ir a la iglesia con ella y otras señoras. En las lindas tardecitas de primavera y otoño, solíamos dar paseos por los alrededores del pueblo antes de la misa. Desde arriba de los cerros la vista era hermosa, con tantas variedades de flores de distintos colores. En algunos lugares, las pequeñas lagunas y las corrientes de agua brillaban como hilos plateados.
-¿Qué fiestas recuerda en el pueblo?
-Había fiestas civiles, bailes, retretas. Eran siempre importantes los carnavales y las fiestas mayas.
-¿Se veían mascaritas?
-En los corsos sí, se poblaban las calles de mascaritas y algunos pícaros que sentían que durante los días de carnaval no había más reglas y empapaban al juez de paz para luego huir en sus caballos. Demás está decir que piropeaban a cuanta mujer se cruzaba en su camino? Una linda noche de marzo de 1861 estábamos con unas amigas en lo de Misia Rosa. Observábamos desde las ventanas el festejo del carnaval. Y nos arrojaran agua perfumada y golosinas mientras nos decían galanterías.
FIESTAS MAYAS
-¿Y las fiestas por el 25 de mayo?
-El atractivo principal eran los fuegos de artificio con cuatro días de celebración y anunciaban el inicio del baile popular. Aquel mayo de 1868, el ritual había comenzado el día 22 con una carrera de sortijas en la plaza. La comisión municipal de fiestas que encabezaba Juan Fugl y el juez de paz, había puesto el mejor esfuerzo para contratar a una compañía de fuegos de artificio. Habían llegado el 23 en la diligencia con todos los artefactos que les permitirían desplegar una escarapela gigante cuyos destellos crearían la ilusión de un cielo estrellado en una noche de otoño ya muy cercana al invierno.
-¿Intervenían los escolares en esas fiestas?
-Sí. El 25 comenzaba temprano para los alumnos y alumnas de las escuelas del pueblo ?la de varones y la de niñas?, para los soldados del destacamento de guardias nacionales, para los ediles y para las damas de la Sociedad de Beneficencia que debían preparar el chocolate para los niños. Una vez llegué en medio de la escarcha para acompañar a mi marido en su función de autoridad municipal y consejero de educación.
-¿Iba mucha gente?
-Por la mañana no. Casi todos esperaban la tarde para asistir a la carrera de sortijas y a la retreta, o la noche para ver los espejismos de fuego de artificio y asistir al baile en ese salón tan bonito, de la municipalidad, donde los militares tocaban su música y Mackeprang ejecutaba el violín y el violonchelo.
EDUCACION DE LAS NIÑAS,
LOS EXAMENES Y LOS PREMIOS
-¿Cómo fue su experiencia con la educación de las niñas en Tandil?
-No, nada del otro mundo. La Sociedad de Beneficencia era la encargada de brindar la educación a las niñas, porque el Estado no se hacía cargo. Entonces en 1869 la municipalidad propuso mi nombre ante esa sociedad para ocupar el cargo de ?inspectora corresponsal?, que así se llamaba y era para controlar el funcionamiento de esa escuela y el desempeño de la maestra. Después asistíamos a la toma de los exámenes finales de las escuelas de niñas y varones, que eran públicos aunque no iba mucha gente, salvo los notables del pueblo. La mayoría de la población era todavía analfabeta.
-¿Después de los exámenes se entregaban los premios a los niños y niñas?
-Sí, con un acto en la plaza. El municipal de instrucción, o sea mi marido, y el juez de paz, se quejaban siempre por la falta de disciplina de los padres que retiraban a sus hijos de la escuela para llevarlos a trabajar. Con eso estaban fomentando la ignorancia. Pero igual se festejaba. En aquel año, recuerdo que durante la entrega de premios las pequeñas alumnas del colegio de niñas vestían vestidos blancos con cinturón de cinta azul, y en el cabello flores azules y blancas. Dieron un pequeño concierto, se sirvieron confituras y luego se bailaron cuadrillas y polcas.
?PUDE VISITAR LA TOLDERIA DEL
CACIQUE CALEFUKIEN, EN AZUL?
-Los indios no alcanzaron a molestarla. Pero recordamos que su marido contaba que usted en un momento tuvo intriga por conocerlos. ¿Se le dio?
-Sí. En realidad ya había visto a algunos de ellos cuando, ocasionalmente, llegaban a comerciar a los almacenes del pueblo o a visitar a algún funcionario local. ¡Ah! Y estaba la curandera Petrona Rojas, una india pampa que vivía en una estancia del cuartel primero, cuya medicina curó a la pequeña hija de mi amiga Marie Larsen de un mal que el doctor Fuschini no había podido remediar.
-¿Pudo ver a algún cacique?
-A comienzos de la década de 1860 Juan solía viajar hasta el Azul a hacer trámites en el banco y a vender harina en los almacenes del pueblo, donde también comerciaban los indios. Así que una vez yo fui y estuvimos en la toldería del cacique Calefukién, cercana a la ciudad. Yo iba segura y entusiasmada. Pero a medida que nos acercábamos y al ver que los indios hacían movimientos hostiles y tenían actitudes hasta amenazantes, me asusté un poco y hasta pedí que nos volviésemos. Pero la verdad es que llegamos a la toldería y nada pasó. Calefukién resultó ser un gordo no muy aseado y que hablaba castellano con alguna dificultad.
-¿Cómo los recibió? ¿Con qué actitud?
-Muy amablemente en su casa, una construcción de ladrillo que le había obsequiado el coronel Benito Machado por la amistad que los unía. Mientras los hombres tomaban mate, yo fui guiada por un indio al toldo de las esposas del cacique. Entre las cuatro mujeres que se encontraban allí había una cautiva como de cuarenta años que había sido raptada en su juventud.
-¿Cómo encontró usted a la cautiva?
-¡Bien! Ella dijo no tener deseo de regresar a la civilización. Y ofició de lenguaraz para que yo pudiera comunicarme con las otras. Antes de que cayera la tarde, emprendimos el regreso. Al día siguiente, el cacique mandó una comitiva a Azul para que nos despidiese en su nombre. Cuando aquella mañana con Juan entramos en la confitería del hotel donde nos habíamos alojado, encontramos a los indios vistiendo sus mejores galas en compañía de un intérprete y de una numerosa escolta. Además, nos convidaron con licor y masas y se mostraron muy sobrios y educados. Intercambiamos los saludos más amistosos asegurándonos amistad y lealtad y despidiéndonos hasta una nueva vista.
-Todo un personaje este Calefukién?
-Sí? Mire, tiempo después, en una pulpería de Tandil, Juan se cruzó con Calefukién y sus indios, que habían llegado para comerciar y ?después de unas cuantas copas de aguardiente se disponían a visitar al coronel Machado antes de regresar al Azul?.
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios