El buen paso
Quizá para no llorar, un hombre se reía mientras le hacían el viernes pasado una nota radial, diciendo que pretendía avanzar por avenida Rivadavia, pero que cada vez se encontraba más cerca de Plaza de Mayo. Otra vez volvimos a ser testigos de un desorden de tránsito en la Capital Federal, con alcances inusitados, donde miles y miles de automóviles se movieron intentando casi en vano trasladarse de un punto a otro.
Mientras la prensa buscaba dar con las autoridades competentes, aumentaban los cruces entre funcionarios del Gobierno nacional y otros de la Ciudad de Buenos Aires, señalándose mutuamente responsabilidades no cumplidas, sin dar solución a la cuestión que paralizó las zonas más densas de la Capital.
El Gobierno nacional en estos casos vuelve siempre al lugar común: exhibir ?los números del crecimiento? que suenan contundentes, pero que en lo referente a la vida cotidiana de cada argentino son cifras cada vez más lejanas y extrañas. Quizás hayan sido muchos los automóviles vendidos con el auge económico de los últimos años. Tal vez son más las calles, rutas y autovías que el Gobierno dice haber construido o mejorado. Posiblemente crecieron las oportunidades de viaje o traslado tras el aumento de la producción, el trabajo y el consumo, que vimos tras la crisis de 2001.
Pero de lo que fuimos testigos inobjetables es de que a ese cierto progreso material no lo acompañó más que un evidente regreso en algunas capacidades que corresponden a nuestro depósito cultural: el caso del tránsito del viernes pasado, por ejemplo, es una franca demostración. Muchos autos, rutas u oportunidades no compensan una flagrante falla en la organización común, que deriva en una complicación de la vida de un ciudadano cada vez más molesto. El gran ausente aquí fue el capital organizativo, hoy en el caso del tránsito de la Capital como en innumerables ocasiones cotidianas.
Con mucho acierto, Perón afirmaba que ?la organización vence al tiempo?, manifestando cómo la correcta distribución de funciones, roles y tareas le gana a las muchas limitaciones cotidianas. Organizar involucra concebir ?un todo orgánico?, donde cada una de las partes efectúa una función específica, en orden al beneficio del conjunto.
No es complicado concluir que es el desencuentro creciente que sobrellevamos los argentinos lo que a veces impulsa este penoso ?sálvese quien pueda?, olvidando cualquier modo de solidaridad y llevándonos forzosamente hacia el colapso general.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLa Nación
Es aquí donde ?la Nación? vuelve a sobrevenir imprescindible, aportando una serie de principios y valores que nos acercan entre todos, por un lado, y rigen y ordenan nuestra vida común en libertad, por el otro.
?Los hombres no forman una nación porque viven a un lado u otro de una cordillera de montañas o un río, sino que viven juntos porque primitivamente, y en virtud de leyes naturales de orden superior, formaban ya un pueblo?, afirmaba Fichte, el autor de los ?Discursos a la nación alemana?, allá por inicios del siglo XIX.
Desde su llegada al poder, los Kirchner, con su lógica de confrontaciones, animaron una constante actitud de ?enemiguismos?, al tiempo que potenciaron la desconfianza social hacia adentro de la sociedad argentina.
En sus usuales bravuconadas de atril, Kirchner apeló, desde 2003, a la idea de un nuevo nacionalismo, idea que acabó falseada y hoy vacía. Claramente no fueron aquellas ?leyes naturales de orden superior? de las que hablaba Fichte, el fundamento sobre el que se asentó su visión de la realidad y su acción por mejorarla.
Por el contrario, esos valores comunes que guardamos los argentinos en nuestro bagaje común, verdadero reaseguro para el ejercicio de nuestras libertades, fueron obviados desde esferas oficiales, avivando antiguas confrontaciones entre argentinos, hoy ya superadas.
¿Puede apelarse a la defensa de los intereses nacionales mientras al mismo tiempo se fomentan las discordias internas? Como cantó Fierro, ?si los de adentro se pelean??
La Argentina parece haberse atascado: aún con fuerzas y capacidad para moverse, por culpa de su error de dirigencia, inteligencia y por sobre todo, de organización, hoy vemos que el país pierde vitalidad.
Si miramos el presente, tememos que el país bajo ?la planificación? se haya vuelto cada vez más rehén de una mera ?digitación? en favor de los amigos del poder, debilitando una oportunidad de natural crecimiento de la actividad económica.
Si miramos hacia el pasado cercano, otra vez perdimos la posibilidad de ensamblar coordinadamente los sectores sociales, y nos hicimos de una fractura, donde esas mismas partes, como células, se han vuelto autónomas entre sí y hasta en competencia.
La fractura
En 2001 la fractura social era consecuencia de un orden económico y un sistema productivo que se astillaba, causando desempleo, pobreza y marginación. El retiro, la ausencia o la inoperancia de las autoridades políticas terminaron colaborando con aquél estallido emergente.
En 2008 vivimos en Argentina una fractura social, pero ésta ya de otro tipo, y ojalá que con consecuencias menores que las de 2001: hoy la mayor causa es de orden político. No es el caso del retiro, la ausencia o la inoperancia de las autoridades. Por el contrario, hoy es el caso del método confrontativo y del exceso de presión centralista lo que ahoga los diferentes ámbitos de la vida de los argentinos.
Hoy el país aguarda el paso de la dirigencia según una escala de valores que acerque a los sectores sociales y ?en un colectivo nacional? vuelva a reunirnos a todos, con nuestras diferencias y diversidades. Una cuestión no material, sino de verdadera organización.
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios