El privilegio de contar
Poner en palabras historias ajenas es un verdadero desafío. Despertar en otros la confianza suficiente para luego comunicar con precisión, ensayando el fino equilibrio entre la cruda realidad y lo perdurable de lo escrito, publicado y -ahora- viral. En ese viaje, mi relato del reencuentro de los hijos de Teresita “la Globera”.
Por María Paula Rodríguez.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailDomingo. La noche se había instalado hacía varias horas y el frío de junio entregaba una velada silenciosa y monótona en la planta baja del enorme edificio de El Eco Multimedios. Los compañeros de la Sección de Deportes, en su mundo de resultados y tablas de posiciones, se concentraban en las crónicas para las páginas del lunes 19. En Locales sólo quedaba yo, procurando escribir y diseñar la tapa, cuando sonó el interno 35 de la Redacción. Del otro lado de la línea, una mujer angustiada me entregaba el prólogo de una crónica que ya pertenecía a la ciudad.
Desde Córdoba, la voz agitada de Marina Roza apuraba el relato, como si su chance para captar mi atención fuera a desvanecerse en los segundos siguientes. “Sospecho que soy hija de Teresita Arancibia. Fui adoptada a los 7 años. Busco a mi familia”, redondeó con asombrosa capacidad de síntesis para un asunto íntimo, dramático, de contundente impacto en su identidad.