Juicio en el Tribunal criminal 1: Las realidades psíquicas de una niña sola y abusada
Ya transitado precisamente aquel testimonio de la mujer que motorizó la causa, observadas las dos cámaras Gesell de la niña (en una no refiere nada al respecto y en la segunda confirma los abusos) y el comparendo de la psicóloga del hogar donde se contuvo a la niña, desfilaron frente al Tribunal más profesionales, entre psicólogos y trabajadoras sociales que intervinieron en el caso.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLos aportes serían contundentes, clarificadores a la hora de sentenciar la suerte del padre acusado, al menos en cuanto a darle credibilidad a los dichos de la niña. Sólo resta escuchar las pretensiones de las partes a ventilarse desde los alegatos, a emitirse mañana a media mañana.
Como se informó oportunamente, el fiscal Marcos Egusquiza detalló que durante 2009 hasta mediados de junio de 2011 de manera sostenida y reiteradamente el padre abusó sexualmente de la hija cuando ésta tenía seis hasta los ocho años de edad.
El defensor oficial Diego Araujo, en tanto, busca desacreditar la prueba expuesta contra su pupilo, pretendiendo la absolución.
Los límites de la psicología
Los profesionales, entonces, fueron los que atestiguaron y buscaron dar razones que expliquen las diferencias de un testimonio al otro, vía cámara Gesell, en los que la niña primero no hizo referencia alguna sobre los abusos, es más, pidió volver con su papá. Mientras que en la segunda entrevista sí habla de abusos, a través no sólo de su tímido pero certero relato, sino también desde los dibujos trazados de su puño y letra como de la manipulación de muñecos para graficar elocuentemente las aberraciones que le hacía su padre.
Precisamente el psicólogo Adolfo Loreal fue quien entrevistó a la niña en la primera cámara, cuando no dijo nada. Es más, el profesional en aquellos días aconsejó la revinculación entre padre e hija.
Ensayando una explicación sobre uno y otro testimonio, el profesional y actual concejal concibió el caso como un claro ejemplo de los límites de la psicología. Hablaría así de dos realidades psíquicas. En la primera había un apego al padre, ningún indicador de abuso y la niña aparecía como muy dócil, sobre adaptada a la situación judicial.
Ya sobre la segunda cámara, la segunda realidad, apareció otro relato. Nueve meses pasaron entre entrevista y entrevista para semejante cambio, a lo que el psicólogo apuntó que “era tan coherente uno como el otro relato”.
Escarbando en mayores argumentaciones que explicasen el entuerto, Loreal habló de otros indicadores a tener en cuenta, por caso, que la niña una vez contenida, sin temor a quedarse sola, mostró el período de revelación, en lo que también se conoce como método correlacional. Aportó que otros indicadores indirectos podrían servir a los jueces para entender y formar convencimiento, como los test proyectivos previos, la revisación médica, entre otros.
Si bien reconoció que la niña pudo haber sido influenciada en algunos aspectos, teniendo en cuenta sus dichos o frases conjugadas, también sumó que fue muy espontánea. A modo de dilema, Loreal se preguntaría y preguntaría a los jueces respecto a la postura de la niña para con su papá: “¿Hay una explicación de semejante corte afectivo?”, dejando puntos suspensivos al interrogante.
Evidentemente sí, al menos para varios de los actores que luego desfilaron. Aquella situación de vulnerabilidad de una niña que se sentía sola en este mundo, que la única referencia de un mayor era su papá, factiblemente pudo haber asumido como real aquello que su padre la alertaba, que si a él le pasaba algo -por caso ir preso- ella se quedaría sola, en un orfanato.
Cabe consignar que su abuela paterna como la materna (su mamá muerta) se desentendieron de la situación de la niña. Excusas económicas, como un desapego afectivo, serían suficientes como para que los profesionales intervinientes buscaran otras alternativas de contención.
La terapia salvadora
Sumamente esclarecedor resultó el aporte de la psicóloga Claudia Ghezzi, quien convocada por el equipo técnico del hogar de contención propició una terapia con la niña a partir de algunos indicios que ya había manifestado más allá de no hablar de abusos.
En efecto, la profesional confió que muchos meses pasaron hasta que la niña hablara, ya que siempre se mostraba huidiza y evadía referirse sobre el tema que los convocaba.
Reseñaría luego sobre juegos realizados en las entrevistas en los que inconscientemente la nena colocaba roles específicos y sobre los cuales el padre siempre se presentaba como un hombre severo, que amenazaba con que si se portaba mal iba a parar a un orfanato, a lo cual graficaba como un lugar oscuro, siniestro.
Ya refiriéndose al primer revelamiento, recordó que fue el 21 de marzo cuando la niña habló por primera vez sobre el escabroso caso. Reseñó que llegó a la entrevista muy angustiada y sin mediar saludo soltó: “Tengo que contarte algo. No quiero ver más a mi papá, él me bajaba la bombacha y me tocaba. Me hacía doler. No quiero volver más con él…”.
La profesional aludió al conmovedor relato de la niña angustiada y que en aquella oportunidad sólo se limitó a contenerla, abrazarla y llorar juntas. Pasados los días volvería a la entrevista y hablaría de más abusos en medio de relatos siempre cargados de llanto y tristeza.
La psicóloga reconoció que la niña le contó muchos más sucesos respecto a los abusos de los que expuso en la cámara Gesell, factiblemente por la confianza que se había ganado de la nena.
La tía también abusada
Luego desfilaron frente a los jueces las trabajadoras sociales que tomaron contacto con la nena y entrevistaron al entorno familiar, entre las que se citó a su tía paterna, quien finalmente admitiría haber sido víctima del mismo abusador cuando chica. Su hermano le “había arruinado la vida”, supo sentenciar frente a las licenciadas en el fuero del Juzgado de Familia.
Tanto Andrea Avellay como Sandra Carboni ratificarían el estado de vulnerabilidad de la niña, como así también el desapego de los referentes mayores de la familia, como las abuelas y la tía.
Sobre la víctima, ratificaron aquella versión que aludía a que tenía miedo de hablar y que su padre fuera preso, quien en definitiva era el único pariente que tenía en el círculo afectivo.
Sí la abuela paterna como la tía confirmarían aquella versión de la mujer denunciante, de los abusos de décadas pasadas sobre el que todos callaron. En efecto, la tía confesó haber sido víctima cuando niña de los abusos de su hermano (once años mayor), quien le había arruinado la vida.
Las profesionales coincidirían en que a la hora de buscar un familiar para que se hiciera cargo del cuidado de la niña, entre ellos se pensó en la citada tía, quien tajantemente respondió que no quería saber nada que tuviera que ver con aquel hermano. “No podía hacerse cargo de la hija de su abusador”, se respondió, dejando en claro que a pesar de los años transcurridos no pudo repararse emocionalmente de los abusos. “Es un enfermo que todo lo que toca destruye”, supo definir esa mujer ya adulta con las secuelas de un drama no resuelto, que incluso -confesó- influyó en el desarrollo de su vida afectiva.
También declaró la coordinadora del hogar de contención donde la niña estuvo alojada, Mariela Conforti, quien reseñó sobre el buen humor con el que la niña ingresó al hogar y reiteraría sobre la preocupación que evidenciaba en que si ella hablaba qué pasaría con su papá.
Recordó también que en las primeras entrevistas de revinculación con su padre la niña se arreglaba (acotaría también sobre la costumbre de vestirse como una mujer más que una niña) y se entusiasmaba con su presencia, aunque con el paso de los días pediría que la testigo como las trabajadoras sociales presenciaran las charlas. Literalmente pedía que no la dejasen sola con él.
Sin más, se iría cerrando la jornada, con el aporte de la médica que revisó a la niña, como una ex concubina del acusado, con quien tuvo también una hija. La testigo no dudó en señalar que dejó la relación cuando vio actitudes poco claras entre quien era su pareja y su hija.
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