La cabeza y el cuerpo
Al gobierno de Miguel Lunghi, que durante los últimos cinco años ha hecho gala de su timming político, el que le ha permitido sepultar las críticas bajo paladas de votos, esta vez le fallaron los cálculos.
Echar un vistazo al episodio del viernes al mediodía, en la puerta misma del palacio municipal, remite a imágenes rayanas en lo grotesco, por donde se lo mire. De otro modo, no se explica lo de funcionarios por el piso, a insultos y empellones con trabajadores encolerizados. Está claro, no es la primera vez que suceden en ese ámbito espectáculos por el estilo. Todavía está muy presente, en retinas y tímpanos, la desafortunada corneta de cotillón de Roberto Martínez Lastra en la cara del Intendente.
Sabido es que existen distintos ángulos para ensayar una primera aproximación a un incidente que pasó de la violencia simbólica a la real. Y que podría hurgarse en la génesis de un conflicto de larga data.
Con todo, a los trabajadores, y su legal representación gremial, les asiste el legítimo derecho al pataleo por mejoras salariales, ante una inflación que, de repente, ahora existe y se come la comida de sus víctimas.
En esa línea de pensamiento, y más allá de metodologías, si no censurables, al menos discutibles, Martínez Lastra y su gente encararon la lucha por una recomposición justa y necesaria. Se les fue la mano en la ofensiva final, aunque el pretexto apunte a la ?soberbia? del Ejecutivo.
Volviendo al Gobierno, su papel resultó de una extraña ingenuidad política, casi inaceptable para hombres que se dicen profesionales en el arte de lo posible. Sus argumentos de que ?no hay recursos para encarar la recomposición? y de que ?se ha hecho todo el esfuerzo posible? para lograr los aumentos ya acordados, rodaron insólitamente en cercanías de las escalinatas cual funcionario apretado.
Es que lo insólito radicó, precisamente, en esa defensa simbólica del palacio y, por ende, de la autoridad comunal. Errada e inoportuna. Mal hecha la lectura de la movilización obrera, que se sintió ?y aprovechó el boleo, por supuesto- desafiada por el poder que consume en política buena parte de los recursos que, a la postre, no alcanzan para los trabajadores.
El Gobierno, se insiste, optó el viernes por ponerle el cuerpo al conflicto. A falta de corazón, debería haberle puesto cabeza.
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