La Patria “fortinera”
El arqueólogo Miguel Mugueta ha realizado investigaciones sobre los asentamientos de fortines en la zona en la primera mitad del siglo XIX. En diálogo con La Vidriera explicó cuál era el objetivo de estas fortificaciones, la relación entre los habitantes de estas tierras y los colonizadores, los intereses del poder central, la mal llamada campaña al desierto y el papel de la mujer en “la vida de frontera”.
¿Desde cuándo se dedica a la investigación de los fortines bonaerenses de la primera mitad del siglo XIX?
-Desde 1996 dirijo uno de los equipos de investigación en el área de la Arqueología Histórica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Unicén, trabajando por 10 años en un convenio con la Municipalidad de Tapalqué. Básicamente el trabajo consistió en recuperar la historia de los que fue la sociedad fortinera asentada en Cantón Tapalqué Viejo, fundado en 1831. Los resultados de diferentes líneas de trabajo han sido objeto de muchas publicaciones y presentaciones en congresos nacionales e internacionales. En 1997 fuimos invitados por el Gobierno de Venezuela para presentar el desarrollo de la arqueología histórica en nuestro país y como fue el proceso de formación del Estado nacional desde los aportes de las investigaciones arqueológicas.
-¿Qué lo impulsó a llevar adelante esta investigación?
-Entiendo que la investigación en arqueología histórica es fundamental para recuperar e interpretar las formas de organización social que propuso la sociedad del siglo XIX, o la explicación de diversas situaciones de contacto en América, en momentos de expansión del proceso de Revolución Industrial europeo. Particularmente para el siglo XIX, el aporte desde la antropología y la arqueología histórica está en la búsqueda de la historia del comercio, la vida domestica familiar, los sistemas económicos, la situación de conflicto, las redes sociales de aquellos colonos enfiteutas, gauchos, milicia afectada a las levas y asentamientos indígenas pampeanos como los catrieleros que sin duda fueron los actores de una dinámica social que en definitiva resulto en la fundación de nuestros pueblos y ciudades bonaerenses. La arqueología histórica es el área donde las fuentes escritas o los documentos históricos, la memoria o testimonios orales de los descendientes directos de aquella sociedad de frontera y la información arqueológica proponen la herramienta analítica multidisciplinaria que ajusta la información del pasado de nuestros pueblos y comunidades bonaerenses.
-¿Cómo está compuesto el equipo de trabajo?
-Comparto la dirección junto a la antropóloga social y docente de la Unicén, Marcela Guerci quien se encarga de trabajar en la búsqueda de marcas identitarias, en los procesos de etnogénesis, y básicamente, en la puesta en valor del patrimonio cultural a partir de la recuperación de los relatos, de los mitos y leyendas de los descendientes directos de aquellos grupos humanos que compartieron la tierra fortinera, la sociedad de frontera del siglo XIX. Es de vital importancia comprender los valores identitarios y las redes sociales contemporáneas de los espacios donde decidimos desarrollar una investigación porque la arqueología es antropología y sin antropología no hay historia posible. Hay que interpretar el presente para conocer el pasado. La etnografía es uno de los instrumentos básicos para abordar desde el presente, las improntas del pasado. Nuestro equipo es una de las líneas de investigación del Proincomsci (Programa de Investigación Comunicacional y Social de la Ciudad Intermedia) de la Facultad de Ciencias Sociales (Unicén) denominado ?Procesos de construcción identitaria desde el uso del pasado y la puesta en valor patrimonial “. En nuestro equipo trabajan antropólogos sociales, agrónomos, historiadores, ingenieros, docentes del polimodal, estudiantes de antropología de diferentes universidades nacionales y obviamente de la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailFalta de interés en la recuperación del patrimonio histórico y cultural
-¿Qué vestigios se encuentran de las fortificaciones?
-Las evidencias generalmente son losas y porcelanas inglesas, belgas o francesas correspondientes a vajillas y botellas, todos productos de importación de lo que fue la Revolución Industrial europea. También restos de fusiles de avancarga, monedas y medallas, instrumentos de piedra de las culturas indígenas, restos de armas, balas o restos esqueletarios de animales que formaron parte de la dieta de los habitantes de los asentamientos fortineros. Todos son materiales que debemos esperar que se localicen en una excavación arqueológica, pero la ventaja de encontrar un basural o reconocer un sistema de riego con sus represas y diques, nos empieza a proponer nuevas preguntas sobre modelos de organización social complejos, que le ofrecen un perfil interesante a las investigaciones: nuevos problemas para nuevos modelos de explicación.
Para el caso de la fundación de Azul, o de lo que fue el Fuerte San Serapio Mártir (fundado en 1832 por el coronel Pedro Burgos) ahora estamos trabajando en lo que fue un sistema de túneles subterráneos que posiblemente algunos superaban los 600 metros de longitud. Esto esta relacionado a los hornos de fabricación de ladrillos cocidos que abastecieron la construcción de los túneles. Todo un desafío que pensamos indagar con estas nuevas investigaciones.
-¿A lo largo de la historia cómo se fue dando la “conciencia” de preservación de las fortificaciones?
-No. Los municipios y la clase política en general desconocen la legislación vigente de protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico. La Ley Nacional 25743 sancionada en el 2003 plantea la protección de nuestro pasado y de los yacimientos, y a pesar de que el CRAP (Centro de Registro Arqueológico y Paleontológico) dependiente de la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires hace lo imposible para dar cumplimiento a esta ley, casi todos los jueces desconocen la existencia y los intendentes no tienen interés en la recuperación y conservación de nuestro patrimonio cultural.
Por el contrario, es la propia comunidad, las docentes del primario y fundamentalmente los pobladores cuyos ancestros están relacionados de alguna forma con ese pasado fortinero, los que tienen plena conciencia de su patrimonio cultural.
-¿En qué consiste, básicamente, el trabajo de campo?
-Para los arqueólogos el trabajo de campo es la excavación, es la exploración en la sierra, en las lagunas, en los arroyos y hasta en el centro de una ciudad. El trabajo de campo es cargar una camioneta con cucharines, pinceles, cintas métricas, niveles, carpas y mochilas para que un equipo de arqueología indague en los sedimentos, en la tierra, en busca de la cultura material que nos brindará algunas pautas de nuestros orígenes, de donde venimos, de porque somos lo que somos.
El trabajo de campo es lo que más apasiona a un arqueólogo porque le dará sentido a un enterratorio humano, a una práctica ritual, a un evento de caza, a un tiesto cerámico o a las evidencias de una batalla entre un malón y la milicia, en definitiva, es el principio de una investigación que seguramente terminará en un libro o en una tesis.
“Civilización y barbarie”
-¿En qué contexto histórico, político -y si se quiere económico- se dio la fundación de fuertes más allá del Río Salado en la provincia?
-El proceso de ganar tierras para la futura formación de nuestro Estado Nacional comienza con el gobierno de Juan Manuel de Rosas hacia 1829, Aunque ya durante la gestión de Rivadavia y hasta en momentos de los virreyes durante la colonia estuvo planteado el objetivo de avanzar sobre territorios indígenas.
-Básicamente, ¿cuál era el objetivo de una fortificación?
-En principio y a partir de un programa oficial de expansión territorial era marcar un límite entre “lo salvaje” y “lo civilizado”; pero esto en la práctica no fue así. Los fortines funcionaron como espacios de comercio entre diferentes parcialidades indígenas, pulperos, carreteros de ocasión, jueces de paz, colonos enfiteutas, etc. Fueron más largos los períodos de paz que los de guerra. En realidad fueron más los negocios que los malones. Todo el tiempo era la gestación de prácticas de comercio. Las situaciones de conflicto se ?arreglaban? con negocios de ganado, plumas de ñandú y agua ardiente. En algunos casos la instalación de un fortín no respondió a los intereses políticos de ese programa de expansión territorial, sino a intereses particulares de los amigos del gobernador Rosas. El caso concreto del Cantón Tapalqué (fundado en 1831) así lo demuestra, pues el general Marcos Balcarce fue el ministro de Guerra, pero además, un amigo personal del restaurador, que se quedó con la tierra de lo que es casi todo el partido actual de Tapalqué.
En Azul y Tandil, muchas familias y apellidos que todavía perduran fueron los propietarios iniciales, fueron la semilla de terrateniente y los responsables de un etnocidio.
-¿Cómo estaba compuesta la primera avanzada que tenía a su cargo la construcción de las fortificaciones? ¿Qué hay de cierto que a estas líneas de frontera se confinaban al “gauchaje malentretenido” (como refleja el Martín Fierro)?
-Las primeras líneas eran milicos “leveros” afectados a las milicias de los “Blandengues”. Cuando a un gaucho “malentretenido” lo encontraban sin la “papeleta de conchavo” (esta era como el DNI) lo metían a la fuerza en alguna milicia de frontera. Por supuesto, que este gaucho libertario muchas veces se escapaba y se iba a vivir en la toldería indígena, pues la pasaba mucho mejor que bajo las órdenes del “Cabo Sabino” y el cura evangelizador. En otros casos, la conformación de unidades domésticas de producción, integrada por la familia del colono, fue lo que produjo un complejo sistema de relaciones que permitió el desarrollo de la sociedad fortinera. Por eso el rol de la mujer en los fortines o en la sociedad de frontera es un tema de vital importancia. La antropología de género está haciendo muchos aportes sobre este tema y nuestro equipo viene presentando trabajos que son de importancia en el debate académico. Las mujeres no sólo eran parte del negocio indígena o una simple compañera del colono, sino que fueron en muchos casos valientes oficiales de frontera.
La campaña al “no desierto”
-¿Cuál fue el límite geográfico en la fundación de fortificaciones. Hasta dónde llegaron?
-Desde la época de la colonia, aproximadamente hacia 1750 comienza un interés concreto por ganar tierras al ?indio?. La ?línea? de frontera avanzaba pero también retrocedía. Era dinámica y dependía de los tratados y pactos políticos que se negociaban en los parlamentos de los cacicatos indígenas. Todo esto duro hasta la mal denominada ?campaña al desierto? (nunca fue un desierto, siempre hubo pueblos, siempre hubo gente más amable que los conquistadores de turno y nunca hubo arena, por el contrario era un paraíso de lagunas, arroyos y buenas pasturas) que encabezó el asesino general Roca hacia 1878. Los asentamientos fortineros pasaron el Río Negro y llegaron hasta los confines de la provincia homónima y hasta llegaron a Neuquén.
-¿Con qué materiales se construía?
-Las empalizadas y la madera en general era de ñandubay, traída de la Mesopotamia argentina. Este era un bien preciado, un recurso tan importante como el agua, es por eso que no se la quemaba. Para la combustión se usaba el hueso que podía llegar a temperaturas tan altas como para cocinar ladrillos o para soldar por técnicas de forjado. Los ranchos eran de barro y se usaba una técnica constructiva denominada ?francesa? o de ?chorizo? para levantar las paredes de los ranchos que luego eran revocados con bosta. Los techos de estas viviendas eran de paja ?vizcachera? y sobre estos, probablemente, se depositaban restos óseos que serían utilizados como ?leña?. Esta práctica sería para que los huesos no quedaran al alcance de depredadores como perros cimarrones o zorros.
Una población variada
-¿Cómo iba variando la población? ¿Cuánta población llegó a tener un fuerte?
-La población de un fuerte era un mínimo de oficiales, colonos a los que se les otorgaba una sección de tierra, milicos leveros, indios fieles, pulperos, carreteros mercachifles, comerciantes. El gobierno designaba un comandante con grado de sargento mayor o coronel.
La presencia de mujeres en la vida fortinera fue fundamental en las tierras que se les entregaba al colono. También la ?chusma? indígena compuesta por mujeres y niños era parte de la vida cotidiana.
-¿Cuál era el papel de la Iglesia en este tema?
-La iglesia acompañó el proceso de usurpación de la tierra indígena con la continuidad de la evangelización de lo que denominaron ?el salvaje?. Era común que en las expediciones de avanzada se sumaran curas encargados de despojar la cosmogonía indígena.
-Se dice que, por ejemplo aquí en Tandil, las fortificaciones incluían la excavación de túneles y pasajes subterráneos. ¿Qué hay de cierto?
-Sí, es muy probable que se hayan construidos túneles. Para el caso del Fuerte San Serapio (Azul) hemos podido localizar sectores donde hay ruinas de lo que pudo haber sido un túnel construido con ladrillos cocidos. Tenemos el antecedente de Olavarría donde en un operativo de rescate arqueológico ubicamos una de estas construcciones subterráneas, en donde hoy se ubica un supermercado, frente a la Municipalidad. También los trabajos de Daniel Schavelson en Capital Federal han dado cuenta de estas particulares construcciones. El tema es obtener la información que sin duda debería proceder de los resultados de investigaciones arqueológicas, y la gran pregunta es su funcionalidad.
Una treintena de asentamientos fortineros
-¿Cuál era la política de gobierno central (si es que fue una sola) respecto a estas fortificaciones: apoyo, desinterés…
-Hubo fortines que fueron como preferidos por parte del gobierno de Buenos Aires y recibían importantes partidas de ganado y ?regalos? especiales para los caciques aliados. De hecho, podemos asegurar que Rosas preparó su columna izquierda expedicionaria desde el Cantón Tapalqué en 1833; momento en que se encontraba el famoso naturalista inglés Charles Darwin, en el fortín. Tuvieron una extensa charla con él, pero no hay documentación de la misma.
Por otra parte, hubo fortines que casi no recibían atención por parte de las autoridades y debían recurrir a la caza para poder subsistir. Los fuertes Independencia (Tandil), San Serapio Mártir (Azul) o el Cantón Tapalqué fueron privilegiados en el trato y en el abastecimiento regular de partidas de ganado y bienes suntuosos.
-¿En qué año comenzaron a desaparecer y cómo fue el cambio? ¿Cómo se dio el pasaje del fortín a los primeros poblados?
-Los asentamientos de Tandil y Azul mantuvieron la ubicación. Hoy se encontrarían evidencias de aquellas sociedades del siglo XIX en los actuales cascos urbanos. Se fueron extendiendo y su población se incrementó. El caso del Tapalqué fue diferente, dado que el cantón fue desmantelado al poco tiempo de la caída de Rosas, hacia 1855. Este asentamiento fue trasladado hacía donde se encuentra actualmente la ciudad de Tapalqué. Es notable para el caso de Azul y Tandil el arribo de comerciantes desde 1850: fábricas de carros, graserías a vapor, boticas, prensas para frutas, jabonerías, barberías, sastrerías y hasta pulperías con billares. Ya con el proceso de inmigración en la puerta de lo que sería la formación de un Estado nacional, la transformación de la sociedad de frontera fue una bisagra, un punto de inflexión. La ?generación del 80?, los ?mitres?, los ?sarmientos? y el modelo agroexportador darían el origen a la clase terrateniente argentina, pero eso ya es otra historia.
-¿Aproximadamente cuántas fortificaciones hubo en la zona (hablamos de Tandil, Azul, Olavarría)?
-Hacia 1850 podemos asegurar más de 30 asentamientos fortineros entre fortines, postas, guardias, cantones y fuertes de gran envergadura.
Lejos de Indiana Jones
-¿Por qué estudio arqueología?
-La arqueología es una orientación de la antropología, una especialidad. Por eso antes que arqueólogo soy antropólogo.
Desde adolescente me gustó viajar por Latinoamérica, conocer otras culturas, entender el significado de sus creencias. La diversidad cultural de Sudamérica me atrapó y me mostró que existía una ciencia social llamada antropología. Navegar por el Caribe y conocer grupos humanos tan diferentes a nosotros, ir a Machu Pichu, conocer la selva amazónica fue el detonante especial para estudiar antropología.
-¿Qué le diría a un joven que está en la duda de seguir esta carrera? Cuestiones a favor y en contra.
-Lo importante es estar seguro de lo que se quiere ser. Seguramente un antropólogo gane menos que un abogado que hace sucesiones, pero si te gusta indagar en la tierra para recuperar un artefacto que nos habla de una cultura diferente, y te atrapa el hecho de pasar horas en un laboratorio con cientos de huesos, con evidencias del pasado, no lo dudes, eso es antropología, la más ambiciosa de las ciencias sociales.
-Existe cierto prejuicio -por desconocimiento- de que la arqueología sólo se puede ejercer “en Egipto”. ¿Cuál es la incidencia de esta disciplina en la vida cotidiana? ¿Cuál puede ser el interés comunitario en estas investigaciones?
-Si. También está el mito de que somos una especie de Indiana Jones o aventureros en busca de la esmeralda perdida. Los antropólogos somos los profesionales que podemos trabajar en organismos de gobierno relacionados a la salud, en cooperativas de viviendas, museos, en el diseño de barrios, trabajamos en proyectos de organización socio-política en municipalidades o en ONGs. Podemos ser peritos forenses o trabajar en programas de educación comunitaria. También se ha incorporado la antropología del trabajo o la arqueología industrial. Esta última especialidad trabaja sobre lo que fueron las sociedades obreras relacionadas a los procesos industriales de principio del siglo XX. En esta área, Olavaria y Tandil tienen un potencial interesantísimo, y en este sentido es susceptible de ser recuperado un patrimonio de nuestras comunidades.
-¿Cómo es el apoyo del Estado para la investigación?
-La lucha de los docentes e investigadores universitarios ha sido inclaudicable en los últimos tiempos. Un país sin ciencia y sin tecnología no es un país. Recuerdo cuando el ministro menemista (Domingo) Cavallo nos mandó a ¡`lavar los platos`! Si bien hemos logrado algunas reivindicaciones durante este gobierno, no alcanza. Los investigadores universitarios trabajamos un promedio de 12 horas diarias y hasta en muchos casos ponemos de nuestro sueldo para seguir con las investigaciones. Somos unos locos apasionados que ponemos todo para poder publicar o asistir a un congreso. Yo soy de lo que piensan que la universidad no puede estar atada a los negocios de empresas privadas, la universidad y la investigación es una cuestión de Estado, y la dirigencia política debe atender a un programa donde la autonomía de la universidad estatal sea prioritaria en sus objetivos de gestión. En los últimos tiempos se nota algún cambio, como que algunas municipalidades, funcionarios y dirigentes políticos en general notan que la educación y la investigación son las herramientas fundamentales para la construcción de una república.
-¿Existen empresas o ONG que aportan a las investigaciones?
-Sí, pero nada es gratis o de buena voluntad. No existe el capitalismo humanitario. El capitalismo es el peor enemigo de la especie humana. Algunas empresas se disfrazan de ONGs. Insisto en que la investigación científica es una cuestión de prioridad estatal.
Quién es Miguel Angel Mugueta
Tiene 51 años, es licenciado en Antropología (con orientación en arqueología), tiene dos doctorados (Historia y Ciencias Sociales y Humanas. Ha hecho numerosos cursos de posgrado. Actualmente es docente de la Unicén y como profesor de música, da clases en escuelas de Olavarría. Participó en numerosos proyectos de investigación y es autor de libros y publicaciones de tipo científico.
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios