La Tribu, un lugar de pertenencia para un sector social vulnerable
Recibí las noticias en tu email
En pleno 2002 la crisis golpeaba a todos los sectores de la sociedad argentina. Eran los días de la desesperanza, del que se vayan todos, del corralito, de los cinco presidentes en una semana, del helicóptero…
En ese contexto y en el marco de la asociación civil Campamentos Educativos y Pequeños Hogares, nacía la idea de trabajar en la zona de Villa Aguirre con un sector de la población más que vulnerable, la adolescencia.
Entre sus gestores se encontraban Mario Raimondi, Francisco Codán y tantos otros, que convocaron a profesionales de distintas disciplinas, a coordinadores y colaboradores para atender una franja etárea que va de los 12 a los 18 ó 19 años que en aquellos días críticos habían quedado más lejos que nunca de la mano del Estado.
A poco más de seis años de su nacimiento, La Tribu (tal el nombre con el que se autobautizó este centro de adolescentes) uno de sus coordinadores, Fabio Labriola, dialogó a fondo con La Vidriera sobre una realidad mucho más dura de lo que se puede ver ?desde este lado de la ruta?.
Quedar en el aire
Precisamente, sobre esos inicios en plena crisis, Labriola sostiene que ?en las zonas suburbanas, se la sufre mucho más que en las clases medias y altas, que tienen mayores posibilidades de absorberlas. Y los pibes, son los más perjudicados, porque quedan `en el aire`. En esa época el padre o el adulto que podía, se cargaba de trabajo y pasaba la mayor parte del día fuera de casa, entonces los chicos andaban deambulando mucho en la calle?.
Esta situación genera un vacío en la presencia de adultos, ?un vacío de referencia?, como lo define Labriola, que en orden de prioridades de importancia, enumera: el vínculo familiar, las escuelas, las instituciones. ?Y cuando esos lugares se van perdiendo, el pibe queda en el aire?.
De allí la necesidad en aquel momento de generar un lugar de referencia para los chicos. ?Se apuntó a trabajar desde una perspectiva diferente a lo que puede ser un centro día ?relata-. Evitamos los horarios estrictos de entrada o salida, tampoco planteamos actividades ni talleres fijos, ni que éstos fueran un objetivo en sí mismos, sino más bien un medio para lograr otras cosas. Planteamos un abanico de actividades artísticas, de recreación, de vida en la naturaleza y a través de ellas, tratar de ir detectando las necesidades de los chicos y atenderlas?.
Hoy las ofertas que brinda tanto el Estado como organizaciones no gubernamentales para chicos y adolescentes son variadas. En tal sentido, Villa Aguirre está posicionada mejor que otros barrios. Al respecto, Labriola aporta un dato llamativo: la mayor cantidad de causas judiciales con menores involucrados proviene de la zona de Villa Italia.
Por un lugar en el mundo
Siguiendo con los inicios, recuerda que ?comenzamos a convocar chicos en alguna esquina referente del barrio (en aquella época, Peyrel y Darragueira), en la zona del arroyo, debajo del puente, al costado de la vía, a la salida de los colegios?.
La idea era recuperar un espacio para los chicos y para el barrio. Por entonces, había muchos lugares abandonados, entre ellos el hipódromo. ?Con las trabajadores sociales del barrio, pasamos por arriba de la tranquera, entre los cardos y la mugre. En pocos meses, y junto a los chicos fuimos limpiando, parquizando, descubrimos que debajo de la tierra había una veredita. Hicimos un lugar habitable…?
Casi sin proponérselo, comenzaban a recuperar un lugar emblemático para el barrio. ?De una u otra manera, hay muchas familias en Villa Aguirre que están relacionadas con el hipódromo. Algún abuelo o algún tío, había paseado caballos, había sido jockey o había trabajado en el lugar?.
Dentro del predio, el sitio elegido para desarrollar sus actividades fue debajo de una tribuna. Y de allí salió el nombre de ?La Tribu?, que por un lado tiene una fuerte connotación como lugar de pertenencia, pero también por otro hace referencia a un grupo, a la tribu urbana.
La identificación es tal, que ?hoy hablás con chicos que pasaron hace cinco años y te plantean que los mejores momentos de la adolescencia lo pasaron en un campamento, en un viaje o realizando alguna actividad?, cuenta orgulloso Labriola.
No es difícil de entenderlo, porque en un contexto donde los objetivos que plantea la sociedad y los medios son tan efímeros como la ropa, la plata para salir el fin de semana o el sueño de una motito, una vivencia grupal ?con todo lo que ello implica- queda marcado para siempre.
De lo individual a lo grupal
?Una de las cuestiones en la que seguimos trabajando en los campamentos educativos son los fogones, donde se aprovechan las dinámicas grupales ?afirma Labriola-. En esos momentos se logra llegar a que los chicos se planteen defectos y virtudes propios en el marco de lo grupal?.
Es el momento de la introspección y a su vez la oportunidad de abrirse a los demás. ?Hoy me cruzo con pibes de 19 ó 20 años y se ponen nostálgicos recordando alguna noche de fogón?, afirma.
Los campamentos son actividades importantes en La Tribu. Para ello se preparan desde los días previos, en la adaptación, en las responsabilidades individuales que deberá asumir cada uno, en la preparación para que una salida que tiene que ser una buena experiencia no se transforme en un mal recuerdo. ?No agarramos a un chico, lo subimos a un colectivo y lo llevamos cinco días a otra ciudad?, sintetiza Labriola.
?En cada actividad, la intención es trabajar desde lo individual para aportar a lo grupal. El objetivo es lograr ese sentimiento de pertenencia a un grupo?.
El problema no está en la calle
En más de un tramo del diálogo, Labriola habla de la necesidad de sacar a los chicos de la calle. Sin embargo, reconoce que la calle en sí misma no es un problema, ?la cuestión es el rol que cumplen los adultos. Lo que veo es que la sociedad ha perdido su capacidad de poner límites, de estar cerca del pibe y trabajar algunas cuestiones de límites, que no tienen que ser castigos, sino una visión más positiva. Se puede ser permisivo en algunas cuestiones, pero exigente con otras?.
?Si los padres, la escuela, las instituciones, incluso si el almacenero y el vecino se comprometen a tener esa visión de ayuda con los pibes, seguramente se va a sentir mirado de otra manera, no se va a sentir tan solo ?asegura-. Y eso es lo que pasa, los chicos no tienen una referencia adulta potable?.
En tal sentido, relativiza un concepto arraigado en la sociedad, como es el de la influencia de `las juntas…`. ?Si el chico está bien formado, si los padres, la escuela y hasta los vecinos se han ocupado de él, de darle herramientas, de plantearles que hay alternativas a juntarse a tomar cerveza, la influencia negativa de las juntas es relativa?.
?Por eso no creo que la calle sea un problema ?insiste-. No cambiaron tanto los barrios. El trato con el vecino sigue estando, hay un poco más de asfalto, un semáforo más, pero los peligros potenciales son los mismos que en los noventa. El problema es que los chicos están en la calle sin las defensas necesarias para poder decir que no a muchas cosas?.
Lejos de eso, hoy la televisión marca que tomar alcohol es un camino a la felicidad, que ser infiel a la pareja es piola, que la competencia es lo máximo, que en el deporte si no se gana no tiene sentido… ?entonces el chico va adquiriendo un montón de preconceptos, que a la hora de actuar los va a poner en práctica. No es un problema de la calle. La sociedad va armando estos preconceptos que ellos compran. Y en la adolescencia, cuando más vulnerables son, siguen un modelo de conducta, hacen lo que la sociedad les marca?.
Quién es el protagonista…
Labriola vuelve una y otra vez a poner el acento en el concepto ?referencia?. Confiesa que desde instituciones educativas cuesta mucho asumirse como agentes de cambio. ?Me dicen: a vos los chicos te dan bolilla. Pero vos también podés hacerlo, les respondo. Y te hablo de instituciones formales, de gente que trabaja con chicos. Cuanto más puede llegar a estar un almacenero entonces. Sin embargo, su aporte también es vital en esto de ofrecer herramientas para contener y ayudar a un pibe?.
?Nosotros tratamos de que los chicos sean los protagonistas. Un taller de artesanía, por ejemplo, tiene su perchero, sus casilleros, sus emblemas, sus afiches y eso hace que el grupo colabore; a la cartelera no la van a dañar, al contrario. Los chicos se apropian de sus espacios porque son propios, porque nacieron de ellos mismos. Y así comienzan a surgir cambios positivos?, puntualiza.
?Pero insisto, intento que ellos tengan el protagonismo. Muchos de los programas no están trabajando con este modelo, conforman una suerte de pequeña empresita, donde todo gira alrededor del referente o de la trabajadora social?, confiesa.
?Nosotros queremos salir de ese lugar, para ponernos detrás de los pibes. Que ellos vayan adelante y nosotros acompañando ese proyecto. Entonces, en esta propuesta surgen los líderes. Puede haber chicos que tienen problemas de conducta, que son violentos y pibes que no. Y ambos pueden ser líderes. Son capaces de sostener al grupo; inclusive los líderes negativos son capaces de transformarse en positivos y sostener una actividad. Entonces esos mismos pibes que se portan mal en la escuela, que tienen problemas con la violencia o de conducta en otros ámbitos, en su grupo se comportan de manera contraria: no sólo lo sostienen sino que no van a permitir que otros no cumplan las reglas del lugar. Se apropian del espacio, ya sea un partido de fútbol o un taller de artesanías?.
Cómo se mide el éxito o el fracaso
El trabajo con adolescentes requiere que los coordinadores estén preparados en cada momento para poder explicar, informar y formar en cualquier momento y circunstancia. Y esa es la idea, que las actividades se transformen en un medio y no en un fin por sí mismas.
?Hay cuestiones importantes que surgen en medio de una actividad o mientras tomamos mate entre todos ?explica Labriola-. Una cosa es que nosotros convoquemos a un especialista en sexualidad para dar una charla (en la que los chicos se van a aburrir, no van a prestar atención) y otra es que estemos preparados para abordar el tema si surge en medio de un actividad?.
Es en estas circunstancias cuando se da la oportunidad de ?discutir cosas más finas, que el pibe las entiende en ese momento, no se las olvida más y a su vez va a multiplicar a propagar lo que aprehendió?.
Para Labriola no es sencillo ?medir? si el trabajo que se hace es el correcto. No existe la comparación o, en todo caso, no es aconsejable comparar la situación de un chico de Villa Aguirre con otro de La Movediza.
?Lo nuestro es la prevención, brindar herramientas para que el pibe las pueda utilizar.
Pero pasa, por ejemplo, que el chico llega de un campamento de cuatro o cinco días en los que armó fogones, coordinó grupos, se hizo responsable de sus actividades, en definitiva, tuvo una experiencia vivencial excepcional y llega a su casa y se encuentra con que tiene que vender un DVD que se robó el tío. Entonces nos preguntamos, cuánto puede sostener este pibe lo que aprendió en el campamento?, confiesa Labriola no sin una buena dosis de impotencia.
Este contenido no está abierto a comentarios