Los fantasmas de Griffith
Recuerdo la última vez que estuve con Emile Griffith, fue en junio de 2001 en el Hall de la Fama, estaba lúcido, amable, iba saludando de mesa en mesa en el inmenso salón del club donde se realizó la cena en honor de los famosos. Hoy, el ex campeón, alterna sus días entre los de escasa lucidez y aquellos en los que tiene problemas para recordar su nombre y frecuentemente necesita ayuda para cubrir sus necesidades más básicas, como alimentarse o lavarse. Su cerebro, no sólo está dañado por 18 temporadas como profesional, otras adicciones se le han agregado.
A sus setenta y dos años sin embargo, hay algo que ha quedado fijado para siempre en su memoria y que le persigue sin tregua: el fantasma de Benny ?Kid? Paret. A veces no recuerda exactamente por qué motivo se le aparece y le devora la conciencia, pero siempre lo siente ahí, agazapado en los recovecos de su cráneo. No ha dejado de acompañarle desde que acabó con su vida el 24 de marzo de 1962.
Emile Griffith fue el orgullo de las Islas Vírgenes, el primer campeón del mundo de boxeo que dio aquel pequeño salpicón de tierra emergida en medio del Caribe. Nacido en 1938 en Saint Thomas, fue el monarca del peso welter y el peso medio en la década de los 60, acumulando una excesivamente larga carrera de 112 peleas profesionales, con 85 victorias (23 por KO) y 24 derrotas. Sin embargo, fue un combate específico el que le marcó a fuego para siempre, el que le enfrentó al cubano Benny Paret en 1964.
Griffith y Paret eran rivales encarnizados. Se habían enfrentado dos veces con anterioridad, ambas con el título universal welter en juego: en la primera Emile venció por KO y en la segunda fue \’Kid\’ quien se ciñó el cinturón, en una controvertida decisión a los puntos. La tercera debía ser la vencida, y vaya si lo fue.
El día del pesaje, Paret llamó en español ?maricón? a Griffith y éste perdió los estribos y se abalanzó sobre él; le sujetaron justo a tiempo de evitar una confrontación fuera del ring. Se había especulado mucho sobre la condición sexual de Emile. Se decía que era gay pero nunca lo admitió, quizá porque en aquella época la confesión de homosexualidad de un boxeador habría acabado de inmediato con su carrera profesional.
El combate, retransmitido en directo por la cadena de televisión NBC, fue durísimo. En el duodécimo y último asalto Griffith lanzó un ataque a la desesperada: golpeó el rostro de Paret 29 veces seguidas sin que el árbitro acertara a detener la pelea. Luego se supo que los últimos 13 golpes ni siquiera los sintió Benny; estaba inconsciente pero no cayó a la lona porque los brazos se le habían enredado en las cuerdas y Rudy Goldman no atinó a parar la pelea. Murió nueve días más tarde sin haber despertado del coma.
El drama tuvo repercusiones inmediatas porque lo presenció todo el país. La NBC decidió dejar de emitir combates de boxeo y pronto siguieron su ejemplo otras cadenas; no volvería a haber boxeo televisivo hasta 1970. Griffith nunca volvió a ser el mismo. Aunque continuó engrosando su record enfrentándose a leyendas como Nino Benvenutti y Carlos Monzón, trató de evitar los triunfos por KO porque le aterraba la posibilidad de matar a otro rival. Una vez retirado, se dedicó a entrenar a boxeadores jóvenes, entre ellos los campeones del mundo puertorriqueños Wilfredo Benítez y Juan Laporte.
El epílogo de la historia de Emile Griffith es igualmente triste. En 1992 apareció tirado en una calle de Nueva York, víctima de una tremenda paliza que casi acaba con su vida, aparentemente a la salida de un bar de ambiente. Hoy padece una enfermedad degenerativa de sintomatología similar al Alzheimer. Pero no olvida su entredicho con Paret, tampoco la tragedia, es un fantasma que continúa alimentando sus constantes pesadillas.
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