ELSA BEATRIZ PEREDA DE GIRODO

Nació en Tandil el 30 de octubre de 1946. Falleció a los 78 años, el 22 de diciembre de 2024.

“Fue hija de Pedro Pereda y Julia Enriqueta Bergeret, y hermana de Abel Alberto. Creció en el cálido entorno de la casa de la Escuela Normal, donde su padre trabajaba como encargado de mantenimiento. Esa vivencia marcó sus primeros años, rodeada de alumnos y docentes, y despertó en ella una temprana vocación por la enseñanza.

Desde pequeña, disfrutaba dibujar y escribir en los pizarrones, soñando con el día en que sería docente.

Estudió para cumplir ese sueño en la misma Escuela Normal que había sido su hogar, y así comenzó una carrera que dejó huella en muchos corazones.

Su primer empleo fue en la Biblioteca Rivadavia, seguido por un paso por el exISER y suplencias en varias escuelas. Sin embargo, dejó su marca especialmente en la Escuela N.º 2 Carlos Pellegrini y, ¬finalmente, como preceptora en la Escuela Lucio V. Mansilla, donde trabajó hasta su jubilación. Fue una docente apasionada,

conocida por impulsar proyectos innovadores, como el uso del diario en la escuela, que presentaba con gran dedicación.

En el ámbito personal, Elsa se casó el 25 de noviembre de 1972 con Enrique Luis Girodo. Juntos construyeron con amor y esfuerzo un hogar en la calle Lamadrid, donde nacieron sus tres hijos: Esteban Gabriel, Gustavo Andrés y Josefi¬na. A lo largo de los años, ese hogar se llenó de risas y amor con la llegada de sus siete nietos: Pedro, Catalina, Francisco, Del¬fina, Agustín, Sofía y Paz. Ellos fueron su mayor orgullo y alegría.

Elsa disfrutaba de convocar y agasajar con sus recetas a toda la familia para las celebraciones y siempre encontró felicidad en compartir momentos juntos. Con Enrique, su compañero de toda la vida, disfrutaba caminar incansablemente por los rincones de su querida ciudad. También tuvo la oportunidad de conocer

otros lugares de Argentina y el mundo, cumpliendo el deseo de explorar y aprender.

Dejó un profundo legado de fortaleza, afrontando con entereza los desafíos de la vida y luchando con valentía frente a la enfermedad. Fue una persona cariñosa y generosa, que siempre encontró tiempo para expresar amor a quienes la rodeaban.

Elsa partió rodeada del cariño de su familia, en paz y en la gracia del Señor. Su recuerdo vivirá siempre en los

corazones de quienes la amaron: Enrique, sus hijos, sus nietos y demás familiares, y sus amigos.

Hoy la despedimos con profundo amor y agradecimiento por una vida llena de enseñanzas, amor y dedicación”.

CATALINA LUCÍA LACIDGONA (VIUDA DE SILICANI)

Nació el 13 de diciembre de 1930. Falleció a los 94 años, el 18 de diciembre de 2024.

“El 13 de diciembre cumplió 94 años y, ese mismo día, se descompensó. Siguieron días difíciles, de altibajos, hasta que la mañana del 18 se soltó de nuestras manos y partió.

¿Qué decir de Lucía, de nuestra querida y mimada Lucía? Se casó a los 23 años con el amor de su vida, Osvaldo Silicani. Luego, vinieron sus hijos adorados: Ricardo Osvaldo y Cristina Lucía.

Vivió prodigando amor, bondad, atenciones y sonrisas a todos los que visitaron su hogar, de puertas abiertas.

Las palabras dulces siempre estuvieron en sus labios y en su corazón. Vivió con inmensa alegría la llegada de sus nietos Matías y Juan Ignacio. Más aun la dicha de ver a sus adorados bisnietos: Juan Bautista, Lorenzo y Francisco, quienes con sus picardías disipaban sus penas.

Recibió con cariño el afecto de sus hijos políticos Mónica, María Alicia y Walter. La vida le jugó una mala pasada el 7 de diciembre de 2023 cuando una cruel enfermedad se llevó a su amada hija Cristina, separándola de su lado. Demostró su amor incondicional llorándola en silencio, sufriendo en soledad, intentando darnos fuerzas a todos.

Fue un ejemplo de vida, una mente lúcida para adaptarse a las dificultades que el destino le presentó. Y, así, serenamente, en paz, como fue su vida, partió al encuentro de su amado Osvaldo y de su adorada Cristina.

Dios la recibió en sus brazos para su descanso eterno. ¡Jamás te olvidaremos, hermana!”.

JUAN CARLOS NAVARRO

“A los 70 años, el 17 de diciembre, partió a la presencia de Dios un ser precioso: ‘Caio’. Juan Carlos Navarro, nacido el 22 de noviembre de 1954 en Tandil (paraje El Solcito). Tristemente, a sus 40 días de vida, perdió a su mamá Antonia Reyna. Quedando su papá, Juan Antonio Navarro, a cargo de él y sus hermanitos Ana María y Juan Pedro. Pasados unos años, su papá volvió a casarse. Lo hizo con Beatriz María Castaño, quien los aceptó como hijitos propios. Luego, nacieron cuatro hijos más: Oscar, Alicia, Graciela y Daniel. Comenzó la escuela primaria en la 18. Durante su vida, desarrolló variadas tareas, siempre en el campo, por diferentes zonas y en distintas actividades como tambero, papero y alambrador. En 1975, hizo el Servicio Militar en Azul, destacándose y siendo muy querido por sus jefes. Luego, se casó y nació su hija María Carla, quien le dio tres nietos: Macarena, Valentina y Mateo. Lamentablemente, no pudo ver crecer ni disfrutar a su hijita debido a la esquizofrenia que se despertó en su salud mental. Empezó allí la etapa más triste de su vida, cada tanto lo internaban para equilibrarlo. Pasaba mucho tiempo en Gardey, con sus tíos Pepe y Josefa, los hijos de éstos, siendo él uno más de ellos. Allí, recibió mucha contención y cuidado de parte de todos. Mientras tanto, trabajaba en la chacra de papa con Di Marco. Iba por las casas de sus hermanos, compartía tiempo con ellos.

En 2004, padeció otra internación, estuvo muy mal y ya no pudo manejarse solo. Hubo que retenerlo para asistirlo y controlar su medicación. En Mar del Plata, se hicieron cargo de él Germán y Gaby, su sobrino y esposa. Allí, encontró un orden de vida diferente.

En 2011, fue trasladado al Hospital de Tandil, donde lo recibió su amada doctora Claudia Vicente, quien lo sacó adelante volviéndolo una persona casi plena en su salud. A esa altura, ya se podía conversar con él, quien razonaba muy bien.

Después, pasó algo aun más hermoso en él: haber entregado su corazón a Cristo, quien hizo milagros obrando tremendamente en su vida. Lleno de gozo, su corazón comenzó a tener una vida feliz, él tenía mucha fe, algo que lo sostenía en todo. Uno de los milagros fue que dejó de fumar luego de haberlo hecho durante toda su vida. Dios lo transformó en un ser de luz maravilloso, puro, inocente, sensible. Irradiaba mucho amor, igual que un niño. Cebar mate era de sus cosas preferidas, hacía tres años quedó imposibilitado para caminar debido a la pandemia. Igualmente, siempre se mostró agradecido con todos. Ahora, descansa en su morada celestial.

Agradecemos en nombre suyo a todos los que ayudaron en su recuperación: personal de Salud Mental, Mari, Ceci, Claudia Vicente, los chicos de farmacia, Laura y Cecilia del área de integración, laboratorios, amigos y familia. Y a los hermanos de la Iglesia Evangélica, que siempre oraban por él.

Yo, su hermana Graciela, agradezco que Dios me permitió cuidarlo en sus últimos quince años, todo el tiempo como si fuese un niño mío”.

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