"ALAS EN FANTASÍA"
Noche de nacimiento
Textos de un Taller Literario que compartimos en El Eco de Tandil
El vasco, hombre robusto, de cabello blanco y ojos verdes, llevaba en su mateo una rama de pino.
Se la había pedido Carola, su humilde vecina, para sus dos niñas. Esa rama mustia, era el
símbolo de la Navidad.
Llegó a la casa de su vecina, la cargó sobre su hombro, y la dejó en la tranquera. El verde intenso de sus pequeñas pinochas, en una vertiginosa metamorfosis,
cedió el paso a un gris ceniciento.
Las tres mujeres corrieron a la puerta. Entonces, Don Goñi enterró la rama en la lata forrada
con papel crep rojo desteñido por el uso. Después, acarició su sedosa barba blanca. Una
sonrisa triste suavizó su duro rostro ante la alegría de las niñas que esperaban ansiosas la
Noche de Navidad.
La Nochebuena, había llegado y la rama había cobrado vida.
Las velas de colores sostenidas con broches de metal que funcionaban como pequeños candelabros. Las delicadas bolas de ese material metalizado que se rompían en mil pedazos al menor descuido, animaron el rincón de la cocina.
“La luna no estaba en el pino”, pero una estrella dorada, en la cúspide imaginaria, marcaba el camino a los Reyes Magos. La ilusión de las niñas se extendía varios días más para que lleguen los regalos.
Doña Carola bajó la persiana del almacén y cansada, agobiada por el calor y el trajín de los días
festivos, se dirigió a preparar la cena.
Las dos hermanas ya tenían sueño.
Don Poli, con un cepillo de gruesas cerdas frotó la mesa de madera con esmero. Lo metía en el viejo fuentoncito que usaba para lavar las copas con agua con lavandina, lo sacudía ahí mismo, sobre el piso del almacén. Era la misma mesa en que los parroquianos jugaban al truco, con la copa servida.
La madera blancuzca avisaba que ya estaba lista.
La madre ponía en una fuente honda, tomates que habían cortado de la quinta y los lavaba en
la pileta del patio, con agua fresquita y transparente que sacaba de la bomba de agua.
Acomodó los tomates en la bandeja. Dejó de lado la vieja máquina de cortar fiambre y con la
cuchilla, cortó gruesas tajadas de jamón crudo.
El pan francés, le ganaba en preferencia a la galleta de campo y a la galleta española. No había mantel.
Esa mesa no se podía comparar con otras llenas de pavo relleno y ricas guarniciones,
no habían sido vistas jamás por las niñas, ni lo fueron hasta que llegó la televisión a la ciudad.
Don Poli, se acomodó en el banco de madera, las niñas en los extremos y Carola dispuesta
para servir la mesa., en el centro.
Justo cuando se sentó, como era habitual, alguien golpeó la persiana.
El Vasco Goñi entraba por la chimenea de la cocina, vestido de Papá Noel. No necesitaba
ponerse barba de algodón el, la tenía natural.
Cuántos regalos se derramaron a los pies del pinito que estaba en la cocina. ¡Otro ruido y el
vasco desapareció!
Las niñas corrieron por la galería exterior del patio, y sorprendidas por ese Papá Noel,
abrieron los paquetes. La mayor, no cabía en sí de su sorpresa. La muñeca Lolita que tanto
había pedido a los reyes Magos, estaba en sus brazos. Caminaba, hablaba, lloraba.
Estaba eufórica y alborozada, pero. escuchó la voz de su mamá:
-Vamos Polita despertate,- dijo . ¡A cenar, mañana tengo que trabajar!
Con los brazos vacíos, Polita gritó
_ ¡Mamá ¡¿Dónde está la muñeca que me regaló el vasco?
Antes de que Carola pudiera contestarle, la hija corrió hacia la cocina.
Sus brazos estaban vacíos. Una ráfaga de felicidad había pasado por su vida. El rumor de un
estruendoso derrumbe, detuvo su efímero sueño. La sonrisa se escondió tras las lágrimas y
su carita sucia, sorprendida se transformó en una máscara de terror.
Todos corrieron hacia la cocina. El pino había quedado tapado por escombros. La chimenea se
había desmoronado. El adobe con que estaba construida no había resistido al fuego constante
del infiernillo a leña y los ladrillos formaban una terrible pirámide sobre la mesa de la cocina.
La estrella no marcaría el camino a los Reyes Magos, no habría obsequios para las niñas. Ellas
no entendían a su madre que, rezando, agradeció a Dios por la cena navideña que seguía
esperando en el almacén.
Sólo Él podía haberlas salvado de morir aplastadas.
El milagro había ocurrido, fue noche de nacimiento, el niño Jesús les hizo el mejor regalo, su
vida, que continuaba como siempre.
El desastre de la chimenea quedaría en los recuerdos de las noches navideñas.
Ana María Diaz
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