Pendás, Badaraco y el Mono
¡No, mi amigo! El ?Petiso Badaraco? es de Tandil. De ?acá?, que era de Ayacucho, como dicen algunos. No le vamos a regalar a nadie los orígenes de un boxeador, que en los tiempos donde mezclarse con los mejores era simplemente, ser uno de ellos.
Empezó a boxear de grande, a los 22 años -edad que no daba para grandes ilusiones- al tiempo que mi padre empezaba a llevarme a ver boxeo. A fines de 1952 lo vi pelear por primera vez. No recuerdo con quién, no importa. Pero algo especial debía tener, porque al siguiente festival le dije a mi viejo: ?Quiero conocer a Pendás?. Y me llevó al vestuario, lo estaban masajeando sobre una camilla: ?hola, pibe? me dijo. Con mis siete años me quedé mudo, porque sin saberlo, estaba ante el primer boxeador que había logrado concitar mi atención. Cada vez que peleaba me iba para el camarín: ¿Vas a ver a tu ?pollo??- me decía el Gordo De Gennaro, con aire de cargada.
Es que efectivamente, Adolfo Pendás, era mi pollo. El que por primera vez me puso nervioso por el resultado de un combate cuando lo enfrentaron a un tal Barragán, en una pelea de ?pica? con resultado abierto para los dos. El alivio llegó cuando le levantaron la mano a Pendás.
Antes de boxear fue un peleador callejero con los códigos del guapo. La pelea era uno a uno, nada de patotas y, por lo general, lo que invitaba a Adolfo a liarse a las trompadas era un espíritu solidario que lo llamaba a defender a los más débiles.
Fue un amante del deporte que se calzó los botines de fútbol con la camiseta de Gimnasia y Esgrima, de Huracán y de Defensores de Belgrano.
Un chiste de amigos lo despertó al deporte de los puños. Felipe Torrado, Erever y Toto Bichi, lo llevaron al gimnasio del Club Santamarina, como si fuera un divertimento. ¡Jamás había visto un combate de boxeo! Menos un gimnasio. Esa rara actividad de gente peleando con su sombra, golpeando un duro saco o haciendo bailar rítmicamente un punching-ball, mientras otros eran enseñados a usar sus puños dentro de un cuadrilátero, cautivaron a este asombrado muchacho que no pesaba más de 53 kilos y? se metió entre las cuerdas.
Hizo una intensa campaña amateur tanto en Tandil, como en Mar del Plata o Bahía Blanca, donde representaba al club. Debutó perdiendo con Lucho Sagrera. Ya como semifondista se concretó una de las peleas más esperadas, con un hermano de Lucho, el recientemente fallecido Yeye. Medio estadio para cada uno, más importante que la de fondo. Todo se frustró cuando ambos en un cuerpo a cuerpo fueron sobre las sogas que daban a la tribuna y éstas se cortaron. Ambos cayeron enredados al piso y fue tal porrazo, que no pudieron continuar. También participó en un Guantes de Oro y fue vencido por Elio Ripoll, a la postre ganador del certamen y campeón argentino.
Luego de dos años, ingresó al profesionalismo. Debutó con Cirilo Burgos en el Club Santamarina y a medida que transcurrían las peleas, más difíciles eran los rivales. Juan Bishop, fue el primero con nombre propio.
El boxeo de Pendás, era puro sacrificio, toda dedicación, absoluta entrega. No pegaba duro, entre esquives, buena cintura, aguante y un corazón que no conocía sino de entregar hasta la última gota de sangre, se debatió como un león contra los mejores. ?Me gustaba la pelea franca, no me iba en fintas porque sabía que eso no le gustaba a la gente. Nunca eludió a ningún rival y siempre fue garantía de espectáculo, por eso combatió varias veces en el Luna Park. Es el boxeador tandilense que más campeones enfrentó: Roberto Castro, dos veces, Ernesto Miranda, tres veces, Aldo Gamboa, Ricardo González, el español Manolo García y vencedor, luego de haberlo volteado, del temible pegador Cucusa Bruno.
El hecho más importante de su carrera fue el imprevisto llamado desde San Pablo, cuando estaba de paso en Buenos Aires, para pelear con Eder Jofre, el ?Gallo de Oro?, que venía dejando colgados de las cuerdas a sus rivales. Pendás fue, solo, con el pasaje de avión y saludos para los paulistas. El estómago empezó a hacerle cosquillas durante el vuelo, la azafata pasaba ofreciendo comidas y bebidas, Adolfo rechazó todo, no tenía un solo peso en el bolsillo y creía que eso se pagaba aparte. Llegó famélico, le postergaron la pelea y fue a parar a un centro de deportistas donde dormía con otras 17 personas. Ante el asombro de todos, le hizo los diez rounds a quien venía dejando muñeco sin cabeza. De regreso, la asombrada fue la azafata, se comió y se tomó todo. Una merecida revancha gastronómica. Sobre la pelea un día me dijo: ?Al final me pegaba en la cabeza y me dolía hasta la rodilla?. Su sombra negra fue Domingo Tacuavé, un bahiense que siempre le dio trabajo.
Pendás nunca se trepó al éxito, transcurrió su carrera tan humildemente como lo fue en su vida de relación. Respetuoso al máximo, agradecido por naturaleza, tuvo su momento de esplendor cuando el boxeo tandilense giró alrededor de su figura. De aquel apodo de ?Petiso Badaraco? pasó al de ?Mono?, tal vez como un homenaje a su valor, comparable al de Gatica.
Todavía tengo en mis oídos, aquel ?Chau Marquito?, que cariñosamente, desde una semiabierta ventana de un colectivo me gritó en una soleada tarde de verano. El lunes pasado se cumplieron seis años de su fallecimiento. Nació un 2 de marzo de 1932. El nombre completo de ?mi pollo? era Adolfo Ramón Pendás.
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Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios