Sigamos con los negocios
El sábado pasado finalmente se concretó la multimillonaria empresa de enfrentar al más carismático de los boxeadores, Oscar de la Hoya, con el pequeño filipino Masnny Pacquiao, que tiene un ladrillo en cada mano.
En otro momento, cuando el ?Golden Boy? estaba en plenitud, semejante enfrentamiento podría haber sido calificado de intento de homicidio. Recordando, sin mirar los records sabemos que el mejicano-californiano se ha despachado buenos boxeadores de hasta 69 kilos, Fernando Vargas, Félix Sturm o Ricardo Mayorga. En cambio, el filipino, en razón de su raza, es un gurrumín que se floreó en los 57 kilos y monedas y hasta en los 60, haciendo gala de una izquierda que estalló como granada en los rostros de Erik Morales, por dos veces y una en la de Marco Antonio Barrera. Dos clásicos aztecas que para que caigan hay que cortarles las piernas. Pero Paquiao lo logró, es más, Morales no pudo terminar en pie ninguna de las dos peleas en las que fue al suelo.
Ya el Charro Cantor había realizado luego de sus fracasos frente a Shane Mosley, Bernard Hopkins y Floyd Mayweather Jr. un retorno con Steve Forbes, otro muchacho que tuvo su cuarto de hora entre los superplumas, llegando por un breve lapso a ser campeón del mundo de la FIB. En los pesos superiores le ganó a ignotos y por supuesto perdió con De la Hoya.
Cuando sonó la campana, sobre el ring se dibujó una estampa circense por la diferencia de estatura, la complexión física y el andar de cada uno. Manny Paquiao era ese peleador bravo, con cara de muy malo, tal como aparece en esas insoportables películas de artes marciales el protagonista. De la Hoya, en cambio, una cabeza arriba de la de su rival se paraba con una pose clásica, ortodoxa, la que lo acompañó en su carrera. La derecha de Pacquiao, porque es zurdo y pelea con esa mano adelantada, empezó a hacer estragos. Desde lejos, y con la ayuda de pequeños saltitos le iba dibujando de salsa ketchup la cara al rival, que sin reflejos, sin ideas y lejos de tomarse algún riesgo volvía al rincón donde Nacho Berestain y Angelo Dundee ?dos viejos zorros del ring- bien sabían que allí no había madera para ganarle al pequeño filipino.
Ya por el quinto la confianza del ex candidato a gobernador en Filipinas le permitió desplegar sin temores una ofensiva arrolladora que se intensificó en el sexto, donde tuvo acorralado a un desorientado y golpeado De la Hoya que en su cara no sólo se veía el color del Ketchup, sino que hasta parecía tener la etiqueta del producto. El sexto fue paliza. El séptimo el desengaño total y en el octavo el convencimiento de que nada más que recibir y recibir era el destino del mejicano. De la Hoya no salió en el noveno.
En realidad, no debió ni haber subido al ring. Aquel nocaut de Bernard Hopkins lo sacó de circulación, su empeño no se debió como en el caso de Ray Sugar Leonard contra Héctor Camacho: ?Peleé porque soy un guerrero? dijo Sugar. Acá la danza de millones pueden dejar bizcos a más de cuatro. El filipino se alzó 15 millones. Dios sabrá cuánto se llevó De la Hoya, pues no creo que solamente haya participado de la bolsa.
Paquiao es ahora el boxeador número uno en la consideración empresaria. Es probable que luego de retirar definitivamente a su rival, lo tienten con alguna nueva extravagancia. Deberá tener en cuenta que no todos subirán con el motor fundido como lo hizo el ?Golden Boy?.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLópez ? Rocky Medina
En la pelea complementaria, Juan Manuel López, campeón del mundo y noqueador temible le dio la chance al promocionadísimo argentino Sergio ?Rocky? Medina. Antes de empezar la pelea, el rincón de ?Rocky? era una exultante comitiva como de cinco personas, amén de Mario Arano, agitando una Bandera argentina de dimensiones regulares a la que acompañaban con gritos triunfalistas y hasta algunos que podrían ser provocativos. El campeón del mundo volvió a llamar a los argentinos a la realidad de nuestro boxeo. Antes de que el argentino pudiera tirar un golpe, ya estaba en el suelo. En la segunda caída todavía no había tocado a su adversario. Un poco feliz arresto, al levantarse, fue lo único que hizo en el minuto y treinta y ocho segundos que duró la pelea. ¿Hay necesidad de hacer semejantes papelones? *
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Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios