Solos en la madrugada
La decisión del gobernador bonaerense de combatir los supuestos excesos que la nocturnidad provoca en la juventud volvió a poner en el tapete una cuestión que, aunque crónica, se torna cíclica ?al menos en sus apariciones mediáticas-: los límites horarios para los boliches bailables.
Los primeros en salir a cuestionar públicamente esta medida fueron los propios empresarios que ?con lógica de mercado- sintieron amenazados sus intereses. Los segundos, aquellos que consideran que ni los límites ni las prohibiciones son herramientas suficientes ?ni siquiera adecuadas- para combatir un problema que es más profundo. Los terceros (aunque de una manera más disimulada, de manera tal de no enfrentarse a la administración provincial), los funcionarios municipales que no tienen personal, logística, recursos (y muchas veces ni ganas) de controlar este tipo de medidas.
Con este panorama, salimos a buscar la opinión del cuarto integrante de esta situación: los jóvenes. O sea, los verdaderos protagonistas y sujetos mismos de los desvelos de tanta ley, reglamento, decreto y ordenanza que intentan cuidarlos y preservarlos.
Debemos decir que salimos con la íntima sospecha que el asunto no les iba a gustar demasiado.
-¿Les parece bien que los boliches cierren a las cuatro de la mañana?
El no, estrepitoso, rotundo y sospechado sonó unánime entre el grupo de pibes del COES (Comisión Organizadora de Eventos Estudiantiles), reunidos en la Dirección de Juventud.
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Sin cassette
Hablar con adolescentes puede resultar una tarea fatigosa (por la jerga propia de la edad, por el bullicio, por las frases que quedan sin cerrar), aunque muy fructífera. Sobre todo, si se sabe escuchar.
Sin embargo, siempre se corre el riesgo de que los chicos se pongan en cassette y arranquen a decir aquello que ?los grandes? quieren escuchar. Una de las maneras de evitar esto, es mantener el anonimato ?porque además son menores de edad- y evitar las cámaras. Es decir, no ?mandarlos al frente?.
Cumplidos estos requisitos y sentados ya en una ronda integrada por una treintena de estudiantes del último año del secundario, nos dispusimos a arrojar la primera pregunta de rigor.
Algunos, ni siquiera estaban al tanto de la idea del gobernador Scioli de imponer un límite al cierre de los boliches. Otros, en cambio, algo habían escuchado y sabían que en su momento (en 1996, bajo la administración de Eduardo Duhalde) se había instaurado una suerte de ?ley seca?, que ?entre otros puntos- fijaba topes al funcionamiento de boliches y al expendio de bebidas alcohólicas.
Las siete de la mañana: plena noche
Tras el no rotundo a la idea de cerrar a las cuatro de la mañana, se inició un diálogo ?caótico aunque por momentos esclarecedor- acerca de los hábitos y las costumbres nocturnas, el alcohol, las leyes, la violencia, los controles y la familia.
Con una lógica bastante cruda, aunque real, los chicos simplificaron la ecuación: ?si los boliches cierran a las cuatro de la mañana, en lugar de previa vamos a hacer un after?.
A esta altura es necesario aclarar algunos conceptos.
Previa: reunión de amigos en una casa particular en la que esperan la hora adecuada para salir a bailar. Generalmente se congregan alrededor de la medianoche, hasta las tres o tres y media. Durante ese período, entre otras cosas, beben alcohol. After: después. O sea: si se van a ir a las cuatro del boliche, en lugar de previa van a hacer ?posterior?. Conclusión: van a seguir tomando.
Algunos fueron un poco más allá al decir que si van a cerrar a las cuatro de la mañana, directamente no van a ir a los boliches y van a hacer fiestas particulares.
?¡¡A las cuatro de la mañana?! ?se quejó uno de los chicos que no salía de su asombro-. Si a las siete estás en `plena noche`. Mirá que vas a pagar la entrada por una hora…?
Como si hubieran vivido aquellas madrugadas de hace trece años ?cuando todos los fines de semana había serios disturbios entre jóvenes y la policía- algunos argumentaron que ?vamos a quedar todos juntos en la calle a las cuatro de la mañana y va a ser un lío bárbaro. Va a haber peleas, seguro?.
Otra chica, en tanto, apeló a razones de seguridad: ?si volvés a tu casa a las ocho de la mañana es de día y más seguro. En cambio, a las cuatro te puede pasar cualquier cosa?.
Reconocen que los horarios están desfasados, pero que es una cuestión de costumbre y que no se va a cambiar de un día para el otro ni por medio de una ley. ?Estaría bueno, pero es una utopía?, remarcó uno de los jóvenes presentes.
Cuestión de peso(s)
Sin duda, el objetivo de este tipo de iniciativas ?la de Duhalde en su momento, la de Scioli hoy- es principalmente alejar a los chicos del alcohol.
Sin embargo, ellos no creen que con límites horarios la cosa pueda llegar a solucionarse. ?No cambia en nada ?aseguró uno de los más locuaces del grupo-; lo único que va a cambiar es el horario en que vamos a tomar?.
Y a propósito de esto, les preguntamos cuándo y dónde toman. Y la respuesta fue, en la previa. Porque, según aseguraron ?tomar en un boliche te sale caro. Consumís más en la previa; es más barato. Si te querés emborrachar en un boliche no podés?.
-¿Y la idea es ir al boliche a emborracharse?
El no generalizado volvió a sonar. Aunque esta vez, no tan enfático.
Si de plata se trata, cada noche de salida demanda entre 30 y 50 pesos, según el poder adquisitivo. Los chicos tienen las cuentas claras, 12 la entrada al boliche, tomar algo adentro, los cigarrillos, el remís y … los chicles, para atemperar el aliento delator frente a los padres.
La previa también tiene su tarifa: 10 pesos, que puede ser un poco más en caso de que el grupo sea reducido. A veces, las chicas pagan esa cifra en tanto que los varones ponen un par de pesitos más.
Esa plata va a un pozo y con lo recaudado salen a comprar bebidas.
Hasta donde se sabe, la venta de alcohol a menores está prohibida a toda hora y en todo lugar. Eso, lógicamente, en el país (o en la ciudad) del ?deber ser?. Aquí y ahora, se puede.
Es más, los chicos prefieren ir a determinados supermercados, porque se consiguen mejores precios. Pero les venden ?en todos lados?.
Uno de ellos contó que hace algunos días se había olvidado de comprar cerveza. Ya eran más de las once de la noche. Fue al kiosco del barrio y el comerciante le dijo: ?la próxima vez, traé los envases en una bolsa o una mochila, porque si me ven que te vendo me hacen una multa?.
Límites propios
Está claro que el consumo de alcohol entre los jóvenes es un verdadero problema. Así lo entienden también las autoridades que buscan ?a través de este tipo de medidas- ponerle freno, sino fin, al asunto.
Sin embargo, ¿los propios chicos lo ven como un problema?
?No. O sea no. Como un problema de decir `qué mal…?, no. O sea. Por ahí es para pensar, porque si están todos dados vuelta, así no se llega a nada?.
La explicación, un tanto entrecortada y poco entendible, corrió por cuenta de una de las chicas del grupo.
Le siguió otra: ?Eso lo pensás cuando estás `para atrás`. Decís `uh, para qué tomé…`?
Así las cosas, algunos concluyeron ?el problema es cuando toman mucho y no saben controlarse. Algunos no tienen límite para tomar?.
El asunto pasaría entonces por saber ?cuál es el punto de cada uno. Porque si vos sabés que con dos vasos de cerveza te emborrachás, tomá uno solo?.
Para otra, el quid de la cuestión es ?cuando empezás a mezclar: vino, cerveza, fernet, vodka…?
La charla amenazaba con irse hacia el lado de la teoría, al ?deber ser?, hasta que alguien dijo: ?el problema es que se toma como j…, porque ponerse borracho es gracioso. Y cuando al otro día se te parte la cabeza, estás que no das más, que no te acordás lo que hiciste, te preguntás para qué tomé. Pero no dejás de tomar, a lo sumo comenzás a tomar un poco menos…?.
Ante esta realidad ?vista o analizada por ellos mismos- ?vas tomando conciencia, te ponés tus propios límites?.
?Nos ponen un caramelo adelante y no nos dejan comerlo?
Habida cuenta que el cierre de los boliches a las cuatro de la mañana no es la solución para alejarlos del alcohol, se les preguntó, entonces, cuál creían ellos que podría ser la herramienta adecuada.
Por primera vez, se escuchó el silencio. La respuesta no estuvo a flor de labios como en las anteriores preguntas.
Todo hacía suponer que no lo saben.
Por fin, una de las chicas dijo: ?que se cumplan las cláusulas. Que los negocios no vendan alcohol a menores?.
?Nos piden a nosotros que cumplamos con la ley, pero no las cumple nadie. Porque teóricamente no pueden entrar menores a los boliches, pero igual entran. No se puede vender alcohol a menores, pero les venden. No se puede vender alcohol a nadie después de las 11 de la noche, pero venden…?
Desde el escepticismo más aterrador (aquel que se tiene a los 17 años), uno de los chicos que hasta ese momento se había mantenido callado y lo volvería a hacer, fue contundente: ?esto no va a cambiar. Por más leyes que pongan. Nadie las cumple. Esto es así…?.
?Veteranos? en esta cuestión de las salidas, las chicas dicen que a ellas las dejaron empezar a salir a los 15. ?Hoy te encontrás con nenas de 13 años; dentro de un tiempo va a haber chicos de 8?.
También apuntan al funcionamiento de deliverys de bebidas. ?Hay carteles por todos lados. Cuando nos quedamos sin alcohol, llamamos por teléfono y nos traen?.
?Nos están poniendo un caramelo delante de la nariz y nos piden que no los comamos?, grafican con un ejemplo clarificador.
La conclusión, entonces, se caía de madura: faltan controles. La pregunta, también:
¿Entonces, ustedes están pidiendo mano dura?
Nuevamente el no, unánime.
?Lo que decimos es que si ponen una ley es para cumplirla?, aseguraron.
Los límites ajenos
Pronto, la charla derivó en cuestiones familiares. La mayoría sale de su hogar con un mandato claro: ?no tomes mucho?.
Saben que sus padres fueron jóvenes y que en su época también tomaron. Sin embargo, ?de ahí a emborracharte, no da?.
?Yo a mi casa tengo que llegar ?entera`?, dice una de las chicas, a quien sus padres la controlan cuando llega y la amenazan con ?echarme de mi casa si llego borracha?.
Y la mayoría coincide en que, si hay una orden, hay que hacerla cumplir: ?Conozco un chico que llegó doblado a la casa, y hasta lo tuvieron que internar, con suero y todo. Pero la madre apenas lo retó -cuenta una de las chicas- y el padre, por poco no lo aplaude. Entonces así nunca van a dejar de tomar ni de hacer lo que quieren?.
Los premios y castigos, parece, tienen que estar presentes. Aunque, algunos los esquivan: ?Yo tenía compañeras que no las dejaban salir, pero iban a los cumpleaños de quince y se iban a bailar. Yo llegaba a salir y se enteraban y no salía hasta los 16 ó 17. Es como te enseñan en tu casa. Es fundamental?.
Surgieron las anécdotas de pibes a los que no los dejan ir a bailar, pero van a dormir a la casa de amigos y salen igual. Las famosas ?escapadas? y transgresiones a los mandatos paternos.
Saben perfectamente que ?una vez puede pasar?. Es decir, tácitamente, está ?permitido? emborracharse una vez. Pero reconocen que cuando la cosa pasa de un par de veces ?es serio?.
Así le pasó a uno de los chicos. Según contó, solamente en dos ocasiones se pasó de su propio límite. ?La segunda vez no sé ni cómo entré a mi casa. Mi mamá me hizo el `aguante` toda la noche, me tenía el balde… Al otro día, me levanté como si nada. Creía que estaba todo bien. Pero no me dejaron salir por un mes. Ni siquiera a la tarde, me cortaron todas las salidas?.
Todos coinciden en que los padres ?no lo hacen de malos, sino para cuidarnos?, pero insisten en que los límites tienen que estar claros: ?si te dicen no te emborrachés y llegás borracho y no te dicen nada, no sirve?.
Cargar con ?el muerto?
Si bien reconocen que los límites los ?pone uno mismo?, saben que muchas veces se hace difícil. Es entonces donde el rol de los amigos suele ser importante. ?Si mis amigos ven que me estoy zarpando, me paran?, cuenta uno de los chicos. Sin embargo, varios les responden que ?los amigos no tienen nada que ver con esto. Sos vos el que te tenés que cuidar?.
Y a propósito del tema, explican lo molesto que se hace ?tener que cargar con un amigo borracho?.
En este tema, parece haber también un código no escrito: ?la primera vez, te cuido; la segunda, también; pero si te emborrachás todos los fines de semana, arreglátelas solo?.
Una de las chicas dice que ?el que se emborracha le arruina la noche al resto. La tenés que estar cargando, llevándola a la casa, explicarle a los padres, a veces hasta les preparás el café. Y vos te perdiste la noche. Si pasa una o dos veces está bien, pero más no…?
Soltería y juventud, divinos tesoros
Hay una creencia generalizada de que esta situación, es una cuestión de ?etapas?. Es decir, saben que durante el secundario (principalmente en el último año) les están permitidos ciertos ?excesos?.
Pero cuando se les pregunta hasta qué edad dura esa ?temporada de salidas y noche?, los límites se tornan difusos.
?Yo conozco tipos de 30 años que siguen saliendo y doblándose todos los fines de semana, peor que nosotros?, cuenta uno.
?Mientras seas joven y estés soltero, está bien?, razona otro.
?Nos dicen a nosotros, los del secundario que somos un desastre. Pero los universitarios son peores. Y encima como son mayores, tienen todo permitido?, se queja una tercera.
Y son precisamente las mujeres las que no ven con buenos ojos que ?a los grandes ?esto es 27/30 años-, te los encuentres en los boliches a los que vamos nosotros?.
Sin embargo, una de sus compañeras le aclara que son ellos mismos ?los jóvenes- los que van copando los lugares: ?antes Ego era para grandes, hasta que se llenó de pen…. Después, con Museo pasó lo mismo. Ahora es Paca…?, dice, como reconociendo que son ellos mismos los que siguen avanzando. Y vuelve el tema de los límites: ?si te dejan entrar, vos entrás…?
Cien por ciento lucha
La violencia es otro de los problemas con los que deben lidiar cada vez que salen. Sin embargo, parecen manejarlo.
?Si no te querés pelear, no te peleás. Si alguien te mira feo, agachás la mirada y pegás la vuelta?, aconseja uno.
Saben que el consumo de alcohol puede llegar a estimular este tipo de conductas violentas, porque ?te sentís más desinhibido. Por ahí, te chocás con uno y lo querés pelear?.
Rivalidades entre escuelas, entre agrupaciones y hasta por cuestiones deportivas (Cardos versus Los 50), son motivos suficientes para las riñas.
No obstante, se justifican, diciendo que ?peleas hubo siempre. Mi papá me contaba que cuando iba a Unión había algunos que ya sabían que eran peleadores y cuando entraban al boliche te tenías que correr?, cuenta una chica.
A diferencia de aquellas épocas, hoy las mujeres también la emprenden a golpes entre ellas. Incluso, hay peleas entre hombres y mujeres.
?Cuando se les `traba`, te tenés que correr porque si no te pegan?, aconseja, una de las adolescentes.
Vulnerables
Pronto la charla deriva hacia otras cuestiones. Sin embargo, nuestro objetivo estaba cumplido: escuchar a los pibes sobre un tema que los tiene como protagonistas absolutos.
Quedaron claras algunas cuestiones como la falta de control, la impunidad, la importancia del mensaje familiar… Otros, en tanto, siguen siendo aspectos difusos. Los pibes reconocen que el consumo excesivo de alcohol es un problema, pero ni ellos mismos saben cuál sería una buena medida a implementar. Creen que es ?una etapa de la vida?, pero desconocen cuándo termina esa etapa.
En definitiva, necesitan sentirse acompañados en esta etapa de la vida, conocer los límites, achicar los márgenes de incertidumbre. Le están exigiendo a la sociedad que impone las reglas que no las vulnere. Porque los vulnerables son ellos..
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