Sonríe
Por Marcos Gonzalez (marcosggonza@gmail.com)
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Creo que la frase viene de los setenta. O quizás fue por ese entonces que la leí por primera vez. "Sonríe, Dios te ama", decía la calco pegada en la tapa de la carpeta de una chica que me gustaba.
Yo sonreí, claro. Más por la cercanía de la muchacha que por cuestiones religiosas; con el amor de ella me alcanzaba. Tanto que por media hora a su lado hubiera cambiado la eternidad en el paraíso.
No supe de ellas (de la chica y de la frase) hasta años más tarde. Ambas habían cambiado.
La muchacha ya era una mujer y yo un hombre, con lo cual la idea original del plan canje (media hora por una eternidad) merecía, al menos, una revisión. No obstante, ella no se mostró muy interesada en discutirlo.
En cuanto a la frase también había mutado a una versión menos celestial: "Sonríe, te estamos filmando".
Fue en un kiosco de barrio y tras la sorpresa, me vino la incertidumbre. ¿Cómo que me están filmando? ¿Para qué me están filmando? ¿Quién? ¿Dónde está la cámara? ¿Qué cara pongo? ¿Sonrío?
Con el tiempo me fui acostumbrando a la presencia de cámaras de seguridad. Costumbre que no implica dejar de sentirme incómodo, invadido, observado. O sea, conmigo el sistema funciona a la perfección.
Porque dos de los objetivos que persiguen las cámaras de seguridad son disuadir e intimidar.
Los sistemas de monitoreo, videoseguridad o como se llamen, instalan la idea de que todos estamos bajo vigilancia: delincuentes y no delincuentes.
Me preguntarán porqué habría de sentirme intimidado si no voy a hacer nada malo. Precisamente por eso: porque si no voy a cometer un delito, de qué se me va a disuadir. Ergo, me intimida.
Por estas horas, el Gobierno municipal anunció que se pone en marcha el Centro de Monitoreo y el Sistema de Cámaras de Vigilancia, una iniciativa conjunta con la administración provincial.
Me queda en claro que esta vigilancia generalizada y su consecuente invasión a la privacidad es uno de los precios que como sociedad debemos pagar a los efectos de sentirnos más seguros.
Lo que me llama poderosamente la atención es que nadie haya planteado aunque sea un mínimo cuestionamiento a esta medida. No digo una oposición, apenas un pequeño debate, un `me parece`, un `permítame una preguntita` (dónde van a poner las cámaras, quiénes nos van a vigilar, qué va a pasar con las imágenes que se graban…).
Tendré que ir haciéndome a la idea de que cuando me siente en un banco de la plaza a leer, a pensar o a disfrutar de unos minutos de soledad ya no estaré tan solo, habrá alguien del otro lado de la cámara intentando disuadirme de no sé qué cosa. Vigilándome. Cuidándome, en el mejor de los casos.
Permítaseme entonces dejar planteado que estoy resignando algo de libertad personal en pos de la seguridad.
Afortunadamente para mí, Benjamín Franklin no leerá esta columna. Caso contrario, me hubiera repetido su sentencia: "Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad".
Lo dijo él.
Yo sonreí, claro. Más por la cercanía de la muchacha que por cuestiones religiosas; con el amor de ella me alcanzaba. Tanto que por media hora a su lado hubiera cambiado la eternidad en el paraíso.
No supe de ellas (de la chica y de la frase) hasta años más tarde. Ambas habían cambiado.
La muchacha ya era una mujer y yo un hombre, con lo cual la idea original del plan canje (media hora por una eternidad) merecía, al menos, una revisión. No obstante, ella no se mostró muy interesada en discutirlo.
En cuanto a la frase también había mutado a una versión menos celestial: "Sonríe, te estamos filmando".
Fue en un kiosco de barrio y tras la sorpresa, me vino la incertidumbre. ¿Cómo que me están filmando? ¿Para qué me están filmando? ¿Quién? ¿Dónde está la cámara? ¿Qué cara pongo? ¿Sonrío?
Con el tiempo me fui acostumbrando a la presencia de cámaras de seguridad. Costumbre que no implica dejar de sentirme incómodo, invadido, observado. O sea, conmigo el sistema funciona a la perfección.
Porque dos de los objetivos que persiguen las cámaras de seguridad son disuadir e intimidar.
Los sistemas de monitoreo, videoseguridad o como se llamen, instalan la idea de que todos estamos bajo vigilancia: delincuentes y no delincuentes.
Me preguntarán porqué habría de sentirme intimidado si no voy a hacer nada malo. Precisamente por eso: porque si no voy a cometer un delito, de qué se me va a disuadir. Ergo, me intimida.
Por estas horas, el Gobierno municipal anunció que se pone en marcha el Centro de Monitoreo y el Sistema de Cámaras de Vigilancia, una iniciativa conjunta con la administración provincial.
Me queda en claro que esta vigilancia generalizada y su consecuente invasión a la privacidad es uno de los precios que como sociedad debemos pagar a los efectos de sentirnos más seguros.
Lo que me llama poderosamente la atención es que nadie haya planteado aunque sea un mínimo cuestionamiento a esta medida. No digo una oposición, apenas un pequeño debate, un `me parece`, un `permítame una preguntita` (dónde van a poner las cámaras, quiénes nos van a vigilar, qué va a pasar con las imágenes que se graban…).
Tendré que ir haciéndome a la idea de que cuando me siente en un banco de la plaza a leer, a pensar o a disfrutar de unos minutos de soledad ya no estaré tan solo, habrá alguien del otro lado de la cámara intentando disuadirme de no sé qué cosa. Vigilándome. Cuidándome, en el mejor de los casos.
Permítaseme entonces dejar planteado que estoy resignando algo de libertad personal en pos de la seguridad.
Afortunadamente para mí, Benjamín Franklin no leerá esta columna. Caso contrario, me hubiera repetido su sentencia: "Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad".
Lo dijo él.
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios