Toda una vida entre las nubes
Escribe Flavia Contoli
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Adelmo Oscar De Bernardi, mejor conocido como “Poroto”, nació en Junín en el campo el 23 de octubre de 1929. En esa ciudad cursó sus estudios primarios hasta segundo grado. Luego, continúo estudiando en Pergamino hasta terminar el bachillerato.
Desde muy pequeño comenzó a interesarse por los aviones y a los 20 años se recibió de piloto y paracaidista. En su avión pudo recorrer distintos puntos del país y del continente viviendo experiencias inolvidables, desde el traslado de personalidades como el general Juan Domingo Perón, hasta su paso por el Triángulo de las Bermudas.
De muy joven comenzó con las fumigaciones, algo completamente novedoso en Argentina en ese entonces y trajo de Norteamérica el segundo avión específico para fumigar que entró al país.
Con 82 años, hoy Poroto vive en el Aeroclub de Tandil, donde fue instructor de vuelo por más de 15 años, y por supuesto, el avión está siempre a su lado. Luego de toda una vida dedicada a la aviación Poroto afirma: “es uno de los trabajos más lindos que hay”.
El comienzo de una pasión
-¿Siempre le gustaron los aviones?
-Sí, yo tengo un recuerdo de cuando era chico que había habido una carrera en la época de los aviones biplanos, y estando en el campo yo veía pasar los aviones, y me preguntaba: ¿cómo hará la gente para entrar en algo tan chiquitito?
-Así que de pequeño le llamaban la atención.
-Sí. Desde los ocho años tengo hecha una hélice de madera. Antes de hacer el servicio militar, el 16 de mayo de 1949 me había recibido de piloto en San Fernando. Y el 25 de mayo de ese mismo año me recibí de paracaidista, hicimos los primeros saltos en paracaídas y después me tocó el servicio militar. Ya en ese momento tenía cerca de 800 horas de vuelo y como 50 saltos en paracaídas. Yo volé mucho porque en esa época Perón subvencionaba todos los aeroclubes y uno podía volar cualquier cantidad porque estaba el programa de los 5 mil pilotos en Argentina. En cinco años se tenían que formar 5 mil pilotos. Entonces el Estado les dio aviones, instructores, y mecánicos, a todos los aeroclubes del país.
-¿Dónde estaba usted en ese momento?
-A mí me tocó ir a la colimba en ese momento en San Nicolás y de ahí a los cinco meses me cambiaron de armas, me mandaron a la base aérea de El Palomar.
Eso surgió porque mi madre iba a los bailes con la hermana del que era gobernador, Carlos V. Aloé, entonces le dijo que nosotros nos íbamos a ir a vivir a San Miguel, así que le pidió si me podían trasladar a El Palomar.
Eran 18 hermanos los Aloé y juntaban maíz junto con mi viejo, es gente de campo, menos el que fue gobernador que era mayor del ejército. Entonces me cambiaron de armas, yo tenía 20 años.
Yo estaba en una compañía de aspirante a oficiales de reserva. En aquella época haciendo el servicio militar teníamos una instrucción muy buena porque pensaban mandarnos a una compañía de zapadores a Corea. Pero tuvimos suerte y no nos mandaron a ningún lado porque Perón dijo que no iba a mandar soldados, sino comida y así se arregló el asunto.
Después seguí volando en Pergamino y Junín y saltando en Pergamino. En el 51 me fui a Buenos Aires, y en la Escuela Nacional de Aeronáutica hice el curso de piloto comercial, que era teórico y después el práctico se rendía con un inspector. En esa época se volaba todo el día.
-Salían vuelos permanentemente.
-Sí, yo de Junín he llegado a hacer dos viajes en el día a Córdoba, y volaba todos los aviones. Pero hace 60 años no había los caminos que hay ahora.
-¿Quiénes solicitaban esos viajes?
-Privados, por ejemplo, gente que quería traslado a sus a estancias, he llegado a hacer vuelos de traslado hasta Goya de acá.
Estando en Junín me tocó hacer un vuelo con el coronel Borda, en el año 55 cuando fue la Revolución. El era el que había copado todo Corrientes, Misiones y Entre Ríos, era peronista y había perdido, entonces subió la Revolución Libertadora. Ocurrió que tomaban como que yo era otro peronista más porque lo había llevado, entonces me metieron a la cárcel. Estuve 8 meses preso, éramos 120 mil presos políticos.
Yo había hecho muchos viajes a Paraguay para hacer horas de vuelo, entonces salió en el diario La Razón que el piloto De Bernardi tenía enlace con ese país.
-Así que estuvo 8 meses preso sin haber hecho nada.
-Sí, nunca me llamaron a declarar. El primer mes estuve en un calabozo a disposición del Poder Ejecutivo, no pude salir de adentro del calabozo en ningún momento. Todo eso me trajo aparejado muchas otras cosas.
-¿Qué cosas?
-Todos los años yo presentaba la solicitud de la empresa de fumigación, que se llamaba El Cromado. En el 79 me inhabilitaron la empresa porque decían que yo era terrorista cuando en realidad yo estaba fumigando. Vos en la cárcel te hacés amigo de mucha gente, que después sigue en la política y te llaman. De haber estado juntos en la cárcel queda una relación muy estrecha, yo era muy amigo de Aíta.
Experiencias inolvidables
-En una oportunidad lo trasladó a Perón. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Yo estaba en Junín y me mandaron a llamar porque la familia nuestra era amiga de los Aloé. Ellos tenían un campo en Rojas y había venido Perón, porque ellos aparecían sin avisar nada a nadie. El señor que vino a buscarme me dijo: “yo soy del Servicio de Inteligencia, necesito el avión triplaza del Aeroclub para que vaya hasta Rojas y ahí va a hacer un vuelo”. Eso es lo único que me dijo. Aterricé en la pista y había muchos coches, algunos de policía y vino Aloé, yo no lo conocía. “Acá va a tener que hacer un vuelito muy privado”, me dijo. Y ahí apareció Perón caminando.
-Y usted se sorprendió…
-Sí, yo tenía unos 23 años. Así que salimos y volamos como dos horas y pico mirando todo lo que se había sembrado, él y otro hombre más, no sé quién era. Cuando llegué, aterricé y Perón me agradeció por el vuelo, era muy atento. Así que volví a Junín, cuando llegué les conté a los muchachos del club que había estado volando con Perón y no me lo podían creer, no me creyeron nunca.
-¿Tuvo oportunidad de trasladar a otros políticos o figuras reconocidas?
-Con el que estuve mucho siempre fue con Carlos Menem y Luis María Macaya. De Luis María era muy amigo, tal es así que siempre pasamos las Navidades juntos.
-¿Cuál fue el lugar más lejano al que tuvo oportunidad de ir con el avión?
-Norteamérica. El avión de fumigar lo traje en vuelo de Norteamérica, en junio de 1960, me crucé todo el Triángulo de las Bermudas con ese monomotor.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-Yo siempre digo que el Triángulo de las Bermudas es el cuento para vender libros, porque en realidad ahí vuela todo el mundo.
La desventaja que tuve fue que no pude pasar por Cuba, debí pasar al norte como a 60 kilómetros porque era el año caliente de los cubanos con los norteamericanos, y me dijeron: “si te arrimás a Cuba, te van a voltear”.
De Norteamérica fui a Haití y aterricé allí. Volé 9 horas y 40 minutos arriba del mar. En Haití estuve 4 días porque había tormenta. Lo que era Haití en esa época, es incontable, porque no parece real. El 80 por ciento de la mortandad infantil era por falta de comida. Una de las cosas que me llamó la atención es que no había perros, y me contaron que el haitiano odia al perro porque ésa era una colonia de esclavos, y para que no se escaparan los cuidaban con perros, eso me explicaban en la Embajada. Era impresionante la pobreza que había. Yo paré ahí tres noches en el hotel Sans Soucí, que era en esa época como el Sheraton, porque yo iba con todo pago siempre al mejor hotel.
Los inicios de la fumigación
-¿Cuándo comenzó con la empresa de fumigación?
-En el 65. En el 79 no me llegaba la habilitación, entonces la fui a buscar y un mayor que estaba ahí me dijo: “usted es terrorista”. Y me preguntó si conocía a Aíta y yo le dije que había estado preso conmigo. El tipo me dijo: “no quiero que aparezca más por acá”. A los 10 días empecé a averiguar de Aíta y ya lo habían matado.
-¿El avión que manejaba era suyo?
-Sí, para fumigar usaba el mío y siempre tuve el mismo avión.
-¿Cómo llegó al Aeroclub de Tandil?
– En el 56 hice la primera campaña en De la Garma, Tres Arroyos. Tenía un amigo ahí que había empezado a fumigar también y me dijo que necesitaban un piloto. Cuando terminé ahí me dijo que iba a haber una campaña muy grande en Tandil. Me vine, hicimos toda la campaña con un J3 con motor 65 y hélice de madera. Ese año volé fumigando 650 horas en la campaña.
Yo siempre digo que esas fueron las campañas donde aprendimos lo que era fumigación, porque nadie sabía lo que era fumigar.
-¿El avión que trajo de Norteamérica fue uno de los primeros que se utilizó para fumigación en el país?
– Es un específico que traje de Norteamérica en el año 60, fue el segundo avión específico para fumigar que entró al país. Entraba una sola persona adentro, no podías llevar a nadie.
-Así que era algo nuevo y ustedes estaban aprendiendo.
-Nosotros ya habíamos aprendido antes, ya en el año 1960 yo tenía como 5 mil horas de vuelo. Estábamos volando entre 600 y 700 horas por año, se volaba mucho en aquella época.
-¿Sentía cansancio cuando hacía tantas horas de vuelo?
-No, me sobraban años de juventud. Cuando empezaron a hacer los primeros cursos fue después del año 60. En la primera campaña que hice en el 56, se mataron 29 chicos fumigando porque no sabían nada. Te atraían los pesos porque te llenabas de guita pero los chicos se accidentaban con el avión y se mataban. Hubo cien accidentes.
-¿Nunca tuvo un accidente?
-No, tuve suerte. Yo siempre dije que para fumigar hay que tener el 20 por ciento de técnica y el 80 por ciento de suerte.
-¿Cómo fue que decidió quedarse en Tandil luego de la campaña?
-Yo hice la campaña y me dijeron que me quedara porque al año siguiente iban a empezar a hacer herbicidas, que no se conocían antes. Ahí empezamos con el ingeniero Barletta, a hacer las primeras experiencias de herbicidas en los trigos. Entonces hacíamos pruebas en partes de un potrero y después iban los chacareros a mirar. Ahí empezaron las grandes campañas de herbicidas que hacíamos nosotros, ese fue un trabajo que nos dio mucho dinero.
En el año 1960 lo empecé a trabajar a Magnasco hasta hace uno o dos años, y en 1965 me compré el avión, antes era piloto de una empresa.
Una pasión de por vida
-¿Todavía continúa trabajando?
-No, yo trabajé hasta marzo de este año.
-¿Qué es lo que más le gusta de la aviación que lo llevó a hacer esto durante toda su vida?
-Volar es un vicio. Mientras uno puede volar todo es lindo.
-¿Cuáles fueron los vuelos que más le gustaron?
-Uno que volvería a hacer sería el de venir de Norteamérica para acá pero llevaría filmadora y máquina para sacar fotos. En ese momento no llevé nada, en aquella época volar era lo único que importaba.
-Alguna anécdota que recuerde.
-Cuando yo venía volando desde Barranquilla a Buenaventura, o sea cruzando toda la selva Colombiana, 200 kilómetros antes está el río Buenaventura, vine volando dentro del cajón del río, y me llamaron la atención los indios. Cuando llegué acá le decía a todos: ´el taparrabos lo inventamos nosotros porque los indios ahí no tenían nada´.
-¿Cuáles fueron los lugares que más le gustaron de los que pudo conocer con la aviación?
-El país lo conozco todo, y es lindo en todas partes. El sur es una maravilla pero el norte también, con la diferencia de que en el norte te impacta más la pobreza que en el sur.
-¿Utilizaba el avión para viajes personales también?
-No, sólo para trabajar. Pero recuerdo que yo tenía una prima hermana que se había recibido de maestra y estaba trabajando en una escuela en la estancia en Rojas. Entonces yo la solía llevar en el avión a la estancia los lunes y la iba a buscar los viernes.
Un trabajo de riesgo
-¿Alguna vez tuvo miedo de volar?
-No, el día que tenés miedo no volás más. Es un trabajo y vos te adaptás tanto al avión que es como el paisano que anda a caballo. El paisano pegó una rodada y se mató y vos pegaste una rodada con el avión y te mataste también o tenés suerte y no te pasa nada. Es un trabajo como cualquier otro.
-Pero es más riesgoso que otros trabajos.
-Sí, es uno de los trabajos más riesgosos. Tal es así que en Norteamérica los pilotos se jubilan a los 48 años. Pero nadie vuela si no le gusta y es uno de los trabajos más lindos que hay. Yo siempre digo que debe ser como aquel que pinta un cuadro. Vos fumigás un potrero y volvés contento porque estás haciendo algo que te gusta, es hermoso. La fumigación es un trabajo en el que hay una gran libertad, el único que manda es el piloto. Un día estás cansado y no querés volar y no lo hacés.
Es un trabajo hermoso y es lo que hice toda mi vida, volé 53 campañas de fumigación y en mayo cumplí 62 años de piloto y volé siempre con un perrito fumigando, que murió a los 17 años, era una maravilla.
-¿Todavía continúa volando?
-Sí, cuando puedo vuelo. Estuve toda una vida arriba del avión y con gustó. No tenés horario, después estás unos meses sin trabajo y podés pasear, hacer otras cosas. En vuelos largos como los que hice yo vas viendo las diferentes culturas, a mí el lugar en el que mejor me trataron fue en Chile.
Todo chico que en este momento está en la fumigación, va a pasar una vida linda, va vivir bien haciendo lo que le gusta, los aviones son especiales para hacer eso, hay una tecnología muy buena. Ya no dependés de banderilleros porque se hace todo electrónicamente y los chicos están mucho mejor preparados. Nosotros lo hicimos sin ninguna clase de preparación, de corajudos y porque nos gustaba. Con tal de volar, lo hacíamos en una escoba.
Desde muy pequeño comenzó a interesarse por los aviones y a los 20 años se recibió de piloto y paracaidista. En su avión pudo recorrer distintos puntos del país y del continente viviendo experiencias inolvidables, desde el traslado de personalidades como el general Juan Domingo Perón, hasta su paso por el Triángulo de las Bermudas.
De muy joven comenzó con las fumigaciones, algo completamente novedoso en Argentina en ese entonces y trajo de Norteamérica el segundo avión específico para fumigar que entró al país.
Con 82 años, hoy Poroto vive en el Aeroclub de Tandil, donde fue instructor de vuelo por más de 15 años, y por supuesto, el avión está siempre a su lado. Luego de toda una vida dedicada a la aviación Poroto afirma: “es uno de los trabajos más lindos que hay”.
El comienzo de una pasión
-¿Siempre le gustaron los aviones?
-Sí, yo tengo un recuerdo de cuando era chico que había habido una carrera en la época de los aviones biplanos, y estando en el campo yo veía pasar los aviones, y me preguntaba: ¿cómo hará la gente para entrar en algo tan chiquitito?
-Así que de pequeño le llamaban la atención.
-Sí. Desde los ocho años tengo hecha una hélice de madera. Antes de hacer el servicio militar, el 16 de mayo de 1949 me había recibido de piloto en San Fernando. Y el 25 de mayo de ese mismo año me recibí de paracaidista, hicimos los primeros saltos en paracaídas y después me tocó el servicio militar. Ya en ese momento tenía cerca de 800 horas de vuelo y como 50 saltos en paracaídas. Yo volé mucho porque en esa época Perón subvencionaba todos los aeroclubes y uno podía volar cualquier cantidad porque estaba el programa de los 5 mil pilotos en Argentina. En cinco años se tenían que formar 5 mil pilotos. Entonces el Estado les dio aviones, instructores, y mecánicos, a todos los aeroclubes del país.
-¿Dónde estaba usted en ese momento?
-A mí me tocó ir a la colimba en ese momento en San Nicolás y de ahí a los cinco meses me cambiaron de armas, me mandaron a la base aérea de El Palomar.
Eso surgió porque mi madre iba a los bailes con la hermana del que era gobernador, Carlos V. Aloé, entonces le dijo que nosotros nos íbamos a ir a vivir a San Miguel, así que le pidió si me podían trasladar a El Palomar.
Eran 18 hermanos los Aloé y juntaban maíz junto con mi viejo, es gente de campo, menos el que fue gobernador que era mayor del ejército. Entonces me cambiaron de armas, yo tenía 20 años.
Yo estaba en una compañía de aspirante a oficiales de reserva. En aquella época haciendo el servicio militar teníamos una instrucción muy buena porque pensaban mandarnos a una compañía de zapadores a Corea. Pero tuvimos suerte y no nos mandaron a ningún lado porque Perón dijo que no iba a mandar soldados, sino comida y así se arregló el asunto.
Después seguí volando en Pergamino y Junín y saltando en Pergamino. En el 51 me fui a Buenos Aires, y en la Escuela Nacional de Aeronáutica hice el curso de piloto comercial, que era teórico y después el práctico se rendía con un inspector. En esa época se volaba todo el día.
-Salían vuelos permanentemente.
-Sí, yo de Junín he llegado a hacer dos viajes en el día a Córdoba, y volaba todos los aviones. Pero hace 60 años no había los caminos que hay ahora.
-¿Quiénes solicitaban esos viajes?
-Privados, por ejemplo, gente que quería traslado a sus a estancias, he llegado a hacer vuelos de traslado hasta Goya de acá.
Estando en Junín me tocó hacer un vuelo con el coronel Borda, en el año 55 cuando fue la Revolución. El era el que había copado todo Corrientes, Misiones y Entre Ríos, era peronista y había perdido, entonces subió la Revolución Libertadora. Ocurrió que tomaban como que yo era otro peronista más porque lo había llevado, entonces me metieron a la cárcel. Estuve 8 meses preso, éramos 120 mil presos políticos.
Yo había hecho muchos viajes a Paraguay para hacer horas de vuelo, entonces salió en el diario La Razón que el piloto De Bernardi tenía enlace con ese país.
-Así que estuvo 8 meses preso sin haber hecho nada.
-Sí, nunca me llamaron a declarar. El primer mes estuve en un calabozo a disposición del Poder Ejecutivo, no pude salir de adentro del calabozo en ningún momento. Todo eso me trajo aparejado muchas otras cosas.
-¿Qué cosas?
-Todos los años yo presentaba la solicitud de la empresa de fumigación, que se llamaba El Cromado. En el 79 me inhabilitaron la empresa porque decían que yo era terrorista cuando en realidad yo estaba fumigando. Vos en la cárcel te hacés amigo de mucha gente, que después sigue en la política y te llaman. De haber estado juntos en la cárcel queda una relación muy estrecha, yo era muy amigo de Aíta.
Experiencias inolvidables
-En una oportunidad lo trasladó a Perón. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Yo estaba en Junín y me mandaron a llamar porque la familia nuestra era amiga de los Aloé. Ellos tenían un campo en Rojas y había venido Perón, porque ellos aparecían sin avisar nada a nadie. El señor que vino a buscarme me dijo: “yo soy del Servicio de Inteligencia, necesito el avión triplaza del Aeroclub para que vaya hasta Rojas y ahí va a hacer un vuelo”. Eso es lo único que me dijo. Aterricé en la pista y había muchos coches, algunos de policía y vino Aloé, yo no lo conocía. “Acá va a tener que hacer un vuelito muy privado”, me dijo. Y ahí apareció Perón caminando.
-Y usted se sorprendió…
-Sí, yo tenía unos 23 años. Así que salimos y volamos como dos horas y pico mirando todo lo que se había sembrado, él y otro hombre más, no sé quién era. Cuando llegué, aterricé y Perón me agradeció por el vuelo, era muy atento. Así que volví a Junín, cuando llegué les conté a los muchachos del club que había estado volando con Perón y no me lo podían creer, no me creyeron nunca.
-¿Tuvo oportunidad de trasladar a otros políticos o figuras reconocidas?
-Con el que estuve mucho siempre fue con Carlos Menem y Luis María Macaya. De Luis María era muy amigo, tal es así que siempre pasamos las Navidades juntos.
-¿Cuál fue el lugar más lejano al que tuvo oportunidad de ir con el avión?
-Norteamérica. El avión de fumigar lo traje en vuelo de Norteamérica, en junio de 1960, me crucé todo el Triángulo de las Bermudas con ese monomotor.
-¿Cómo fue esa experiencia?
-Yo siempre digo que el Triángulo de las Bermudas es el cuento para vender libros, porque en realidad ahí vuela todo el mundo.
La desventaja que tuve fue que no pude pasar por Cuba, debí pasar al norte como a 60 kilómetros porque era el año caliente de los cubanos con los norteamericanos, y me dijeron: “si te arrimás a Cuba, te van a voltear”.
De Norteamérica fui a Haití y aterricé allí. Volé 9 horas y 40 minutos arriba del mar. En Haití estuve 4 días porque había tormenta. Lo que era Haití en esa época, es incontable, porque no parece real. El 80 por ciento de la mortandad infantil era por falta de comida. Una de las cosas que me llamó la atención es que no había perros, y me contaron que el haitiano odia al perro porque ésa era una colonia de esclavos, y para que no se escaparan los cuidaban con perros, eso me explicaban en la Embajada. Era impresionante la pobreza que había. Yo paré ahí tres noches en el hotel Sans Soucí, que era en esa época como el Sheraton, porque yo iba con todo pago siempre al mejor hotel.
Los inicios de la fumigación
-¿Cuándo comenzó con la empresa de fumigación?
-En el 65. En el 79 no me llegaba la habilitación, entonces la fui a buscar y un mayor que estaba ahí me dijo: “usted es terrorista”. Y me preguntó si conocía a Aíta y yo le dije que había estado preso conmigo. El tipo me dijo: “no quiero que aparezca más por acá”. A los 10 días empecé a averiguar de Aíta y ya lo habían matado.
-¿El avión que manejaba era suyo?
-Sí, para fumigar usaba el mío y siempre tuve el mismo avión.
-¿Cómo llegó al Aeroclub de Tandil?
– En el 56 hice la primera campaña en De la Garma, Tres Arroyos. Tenía un amigo ahí que había empezado a fumigar también y me dijo que necesitaban un piloto. Cuando terminé ahí me dijo que iba a haber una campaña muy grande en Tandil. Me vine, hicimos toda la campaña con un J3 con motor 65 y hélice de madera. Ese año volé fumigando 650 horas en la campaña.
Yo siempre digo que esas fueron las campañas donde aprendimos lo que era fumigación, porque nadie sabía lo que era fumigar.
-¿El avión que trajo de Norteamérica fue uno de los primeros que se utilizó para fumigación en el país?
– Es un específico que traje de Norteamérica en el año 60, fue el segundo avión específico para fumigar que entró al país. Entraba una sola persona adentro, no podías llevar a nadie.
-Así que era algo nuevo y ustedes estaban aprendiendo.
-Nosotros ya habíamos aprendido antes, ya en el año 1960 yo tenía como 5 mil horas de vuelo. Estábamos volando entre 600 y 700 horas por año, se volaba mucho en aquella época.
-¿Sentía cansancio cuando hacía tantas horas de vuelo?
-No, me sobraban años de juventud. Cuando empezaron a hacer los primeros cursos fue después del año 60. En la primera campaña que hice en el 56, se mataron 29 chicos fumigando porque no sabían nada. Te atraían los pesos porque te llenabas de guita pero los chicos se accidentaban con el avión y se mataban. Hubo cien accidentes.
-¿Nunca tuvo un accidente?
-No, tuve suerte. Yo siempre dije que para fumigar hay que tener el 20 por ciento de técnica y el 80 por ciento de suerte.
-¿Cómo fue que decidió quedarse en Tandil luego de la campaña?
-Yo hice la campaña y me dijeron que me quedara porque al año siguiente iban a empezar a hacer herbicidas, que no se conocían antes. Ahí empezamos con el ingeniero Barletta, a hacer las primeras experiencias de herbicidas en los trigos. Entonces hacíamos pruebas en partes de un potrero y después iban los chacareros a mirar. Ahí empezaron las grandes campañas de herbicidas que hacíamos nosotros, ese fue un trabajo que nos dio mucho dinero.
En el año 1960 lo empecé a trabajar a Magnasco hasta hace uno o dos años, y en 1965 me compré el avión, antes era piloto de una empresa.
Una pasión de por vida
-¿Todavía continúa trabajando?
-No, yo trabajé hasta marzo de este año.
-¿Qué es lo que más le gusta de la aviación que lo llevó a hacer esto durante toda su vida?
-Volar es un vicio. Mientras uno puede volar todo es lindo.
-¿Cuáles fueron los vuelos que más le gustaron?
-Uno que volvería a hacer sería el de venir de Norteamérica para acá pero llevaría filmadora y máquina para sacar fotos. En ese momento no llevé nada, en aquella época volar era lo único que importaba.
-Alguna anécdota que recuerde.
-Cuando yo venía volando desde Barranquilla a Buenaventura, o sea cruzando toda la selva Colombiana, 200 kilómetros antes está el río Buenaventura, vine volando dentro del cajón del río, y me llamaron la atención los indios. Cuando llegué acá le decía a todos: ´el taparrabos lo inventamos nosotros porque los indios ahí no tenían nada´.
-¿Cuáles fueron los lugares que más le gustaron de los que pudo conocer con la aviación?
-El país lo conozco todo, y es lindo en todas partes. El sur es una maravilla pero el norte también, con la diferencia de que en el norte te impacta más la pobreza que en el sur.
-¿Utilizaba el avión para viajes personales también?
-No, sólo para trabajar. Pero recuerdo que yo tenía una prima hermana que se había recibido de maestra y estaba trabajando en una escuela en la estancia en Rojas. Entonces yo la solía llevar en el avión a la estancia los lunes y la iba a buscar los viernes.
Un trabajo de riesgo
-¿Alguna vez tuvo miedo de volar?
-No, el día que tenés miedo no volás más. Es un trabajo y vos te adaptás tanto al avión que es como el paisano que anda a caballo. El paisano pegó una rodada y se mató y vos pegaste una rodada con el avión y te mataste también o tenés suerte y no te pasa nada. Es un trabajo como cualquier otro.
-Pero es más riesgoso que otros trabajos.
-Sí, es uno de los trabajos más riesgosos. Tal es así que en Norteamérica los pilotos se jubilan a los 48 años. Pero nadie vuela si no le gusta y es uno de los trabajos más lindos que hay. Yo siempre digo que debe ser como aquel que pinta un cuadro. Vos fumigás un potrero y volvés contento porque estás haciendo algo que te gusta, es hermoso. La fumigación es un trabajo en el que hay una gran libertad, el único que manda es el piloto. Un día estás cansado y no querés volar y no lo hacés.
Es un trabajo hermoso y es lo que hice toda mi vida, volé 53 campañas de fumigación y en mayo cumplí 62 años de piloto y volé siempre con un perrito fumigando, que murió a los 17 años, era una maravilla.
-¿Todavía continúa volando?
-Sí, cuando puedo vuelo. Estuve toda una vida arriba del avión y con gustó. No tenés horario, después estás unos meses sin trabajo y podés pasear, hacer otras cosas. En vuelos largos como los que hice yo vas viendo las diferentes culturas, a mí el lugar en el que mejor me trataron fue en Chile.
Todo chico que en este momento está en la fumigación, va a pasar una vida linda, va vivir bien haciendo lo que le gusta, los aviones son especiales para hacer eso, hay una tecnología muy buena. Ya no dependés de banderilleros porque se hace todo electrónicamente y los chicos están mucho mejor preparados. Nosotros lo hicimos sin ninguna clase de preparación, de corajudos y porque nos gustaba. Con tal de volar, lo hacíamos en una escoba.
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Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios