Una agenda sin hojas
A nadie le gusta que le digan qué hacer o qué dejar de hacer. La agenda la hace uno y de uno habla su propia agenda: lo que hace, lo que hizo y lo que proyecta hacer. Así, se muestra si cada quien detenta autonomía o no, por ejemplo.
Qué argentino al finalizar el año 2007 llegó a vaticinar las formas políticas que vivimos hoy: en pocos meses y con la lógica de la rueda de la fortuna, el mapa de situación política nacional se descentró de su propio eje.
Tras el sostenimiento de cuatro meses de conflicto con el campo ?al menos en lo que hizo al corazón de la disputa, es decir el esquema de retenciones móviles que disponía la resolución 125- puede decirse, en primer lugar y con evidencias claras, que el Gobierno nacional perdió el protagonismo que por años caracterizó a Néstor y Cristina Kirchner desde que uno y otro mandan en el país.
Hoy, sin embargo, la Presidenta continúa en funciones y su esposo, al frente del partido político que vertebra el Gobierno. ¿A qué protagonismo nos referimos entonces? ¿Cuál es esa centralidad en la que ya el matrimonio Kirchner no se encuentra? En pocas palabras, desde la revuelta rural, la iniciativa pública dejó de ser exclusiva de la conducción Kirchner y hoy son ellos los que van detrás de los problemas, gestos y soluciones.
Referirnos a un gobierno con capacidad de iniciativa, significa que 1) dé su versión del panorama o contexto que lo rodea, 2) establezca cuáles son prioridades, y en consecuencia 3) disponga las soluciones; 4) dictamine tiempos y ritmos, 5) regule los recursos que administra, y finalmente, 6) controle la eficiencia respecto de las políticas que se adoptan.
Hasta finales del año 2007, y desde hacía ya tiempo, la agenda pública en nuestra Argentina, pese a numerosos y públicos planteos, respondía a lo que cotidianamente desde el atril de la Casa de Gobierno anunciaba o denunciaba el entonces Presidente de la Nación, y la selección de prioridades también era determinada desde las esferas oficiales: era de suponer y esperar que ante la lectura que un Gobierno con poder realizaba respecto de la situación general, se respondiera planificando qué se solucionaría primero y qué después.
En cuanto a los ritmos, tampoco hoy el reloj del Gobierno está en hora. Los tiempos no son manejados desde el Poder Ejecutivo sola y exclusivamente: la dinámica parlamentaria se ha sobrepuesto a los tiempos del Ejecutivo, y los paros que se repiten interceptan la dinámica de las decisiones, por citar sólo dos casos de coacción externa.
Por su parte, los recursos de la administración son cada vez menos suficientes: mantener la política social, contener la crisis energética, sostener los cuantiosos subsidios a los servicios públicos y cumplir con los compromisos internacionales del año entrante significa un dolor de cabeza más que importante para la administración actual. De esta manera, el control de la eficacia respecto de las políticas y decisiones que se adoptan, está cada vez más descuidado y no depende ya sólo de ámbitos gubernativos, sino más de la opinión pública agitada.
Al promediar el mes de marzo, cuando estallaba la protesta de los chacareros, en una nota titulada ?La autoridad de Cristina? escribí acerca de la posibilidad de que el Gobierno todavía guardaba de generar un cambio y salvar la situación. Hoy esa posibilidad fue dilapidada: la administración de Cristina Kirchner ya no tiene tal oportunidad. Los 120 días de conflictividad directa dejaron como saldo el corrimiento del polo de autoridad: el Gobierno de Cristina Kirchner pasó de un estadio de actividad a uno de pasividad, desmantelando su usina de causar, generar, elegir y manejar sus propios movimientos.
Ahora bien, ¿quién se ha hecho de aquella autoridad perdida? Esa es la respuesta quizá más escabrosa para pensar las posibles vías por las que habrá de correr la vida política argentina en los meses que nos esperan.
Los partidos de la oposición vuelven a sólo mostrar su intrínseca incapacidad de organización y propuesta. Tanto, que ninguna figura política de esos partidos supo aprovechar el debilitamiento del Gobierno, y generar un rédito propio que le abra posibilidades de cimentar cualquier construcción en un futuro político no lejano.
Los productores (y con ellos también los empresarios) tampoco ganaron un botín perdurable: en materia económica si bien consiguieron la expiración de la resolución 125, hoy la inflación les es cada vez más escolta; y en términos políticos, ya no cuentan con el notable apoyo popular que los acompañó en los días de corte de ruta y cacerolazos.
Los asalariados y trabajadores tampoco se alzaron con el estandarte que los señale favorecidos: muchos gremios son cada vez más críticos en lo que hace a su actualidad salarial, y en los últimos días hemos visto cómo altos dirigentes sindicales muy cercanos al oficialismo, aún ante la adopción de medidas que los benefician, comenzaron a mostrar ligeramente diferencias, aunque estas los distancien del calor oficial.
Hoy al Gobierno argentino se le escapó de sus manos la confección de la agenda pública, en la que maquine qué medidas, políticas y reformas propone llevar a cabo. Pese a ser una expresión fuerte ?e impensada en otros momentos respecto del actual plantel, el Gobierno es hoy presa de sus imposiciones: darles solución a éstas, y planear el restablecimiento de su capacidad de iniciativa deviene imperioso para toda subsistencia social.*
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