Viejos son los trapos… y los viejos también
Desde el centro de la ciudad, Tandil se viste de luces, pone a punto el carillón del que seguramente saldrán los villancicos más populares para esta Navidad, para estas fiestas que llegan en tiempos en que los ánimos no son los mejores. Simplemente, van de la mano de la realidad. No queda otra.
Pero acostumbrados, los argentinos, mal que mal, sobrellevamos las distintas situaciones, y mejor si es en compañía de la familia, de los nuestros, empujando juntos y esperanzados en los proyectos como la mejor forma de capear el temporal, deseando ver un nuevo horizonte y, claro, lo antes posible.
Y no se trata sólo de hablar de plata o de los vaivenes de la economía sino de también de todas aquellas cosas que, aunque siempre van relacionadas, son aun tanto o más importantes. Todas aquellas que tienen que ver con la calidad de vida del ser humano y que provienen de los afectos.
Y sobre estos temas, todos los días recibimos información preocupante. Nos angustiamos, leemos y escuchamos largos debates, intervenimos en ellos mientras seguimos con nuestras cosas. Inseguridad, menores en riesgo, abusos, violencia, embarazo adolescente, consumo de drogas y podríamos seguir infinitamente.
Sin embargo, dentro de este abanico social descripto un poco a las apuradas, que preocupa y ocupa (en algunos casos y sólo en algunos ámbitos); existe en la sociedad un sector o un grupo etáreo que suele ser minimizado, por no decir olvidado o ignorado, por la mayoría.
Los mayores, los abuelos, o mejor, hablemos claro y pongámosle a las cosas el nombre que tienen y no las adornemos, que para eso tenemos las bolas navideñas y a Papá Noel por todos lados. Vamos a hablar de los viejos, estado al que, si Dios quiere, llegaremos todos. A ser viejos… como los trapos.
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En Tandil hay más de cien instituciones que albergan a cerca de 1.300 viejos y se dividen en geriátricos, residencias, hogares y otras denominaciones o figuras legales, públicos y privados. Estas instituciones son una opción, una elección para muchas familias que ante determinadas situaciones, deben recurrir a éstas y son, ciertamente, valederas.
No es el porqué lo que pretendemos discutir o poner sobre la mesa acá sino el cómo y, en este sentido, las diferencias son abismales. El porqué es una cuestión privada en muchos casos, en la que no queremos ni debemos intervenir, pero sí lo haremos en el cómo, y en este aspecto, intervienen los familiares -en caso de haberlos- y los responsables de los establecimientos que se dedican en algunas ocasiones como una opción comercial y en otros, como una obligación del Estado.
En una charla mantenida días pasados con el concejal Hugo Escribano, preocupado y ocupado verdaderamente por los viejos de Tandil, nos llegó información que cuesta creer y digerir, pero más que nada, porque se trata de cuestiones tan simples que no se entiende cómo pueden transformarse en una problemática de la que haya que ocuparse, si existiera sensibilidad social o responsabilidad social y hasta empresaria, porque quienes están a cargo de los mismos son, en cierta forma, pequeños empresarios que trabajan y viven de los viejos.
?Estoy recorriendo los geriátricos y para esta época siempre me encuentro con el mismo problema -comentó el funcionario- la falta de agua potable, agua segura para los abuelos, algo que se solucionaría muy fácilmente poniendo un dispenser que, además, mantiene el agua fresca en estos días de calor?.
Y hablando de calor, agregó que ?otro problema con el que nos encontramos ahora es la falta de ventiladores para los abuelos. No digo que tengan aire acondicionado, pero un ventilador estratégicamente colocado que renueve los ambientes y les lleve un poco de fresco no es pedir algo del otro mundo, por eso les dije a los inspectores que hicieran hincapié también en estos detalles en los recorridos que hagan por las distintas instituciones de la ciudad?.
Y de afectos
Y se preguntará usted si llegó hasta acá, qué tienen que ver las luces del centro y el carillón y todas esas cosas de la Navidad. Y sí, tienen que ver porque además de agua fresca y un ventilador, los viejos necesitan otras cosas y están relacionadas con el afecto.
Llegan las fiestas y si para muchos, que en pleno desarrollo laboral y con todas las luces (volvemos con la luces), sólo desean que por fin pasen, que lleguen y se vayan de una buena vez porque tienen además de magia, esa mala costumbre de desnudar soledades que, justo hasta esos días, se podían de alguna u otra manera disimular o sobrellevar, pero para esta fecha, ni modo.
Entonces, no es difícil imaginar cómo serán propicias estas fiestas para profundizar la tristeza y la soledad de los viejos que, desafortunadamente, no tienen quien los visite, quien les dé charla, ni siquiera por un rato.
Esos días, esas horas, no harán más que recordarles aquellas navidades en familia, en las que eran respetados; en las que eran los jefes y jefas de las familias que, alrededor del árbol, reían a carcajadas o, simplemente, se quedaban observando la escena que a lo largo de los años iba agregando comensales.
Pasó la vida, y por esas cosas que tiene, hoy están allí. Solos con otros que están solos. Algunos con más suerte. La familia está, los visita, sigue siendo parte, pero para muchos otros, la soledad es abrumadora.
Y por qué contamos esto. Porque cada uno de nosotros puede hacer algo. Podemos hacer una pausa en nuestras cosas y elegir al azar cualquier asilo, geriátrico o como se le quiera llamar, y visitarlos. Sentarnos a charlar de la vida nomás, llevar un pan dulce, unos dulces, tomar el té, llevarles unos nietos postizos por un rato, hacerles sentir que todavía están vivos y que lo que esperen día a día, sea eso, una nueva visita, un abrazo, un beso y así dejen de estar esperando otra cosa… *
Sobre el autor
Más de 142 años escribiendo la historia de TandilEste contenido no está abierto a comentarios