Antonio Santamarina, más allá de libros y pioneros

Por: Néstor Dipaola
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailAquella mañana de abril de 1994 se presentó tibia. Con mi infaltable mochila al hombro, yo andaba con algunos ejemplares de mis primeros libros publicados. En un local de la Galería de los Puentes, había una librería que muchos la llamaban “nueva”. Tal vez lo era, al lado de otras que venían de mucho tiempo atrás.
En ese local de la calle 9 de Julio al 500, me recibió Antonio Santamarina.
-Buen día, mucho gusto.
-Mire… ¿podré dejar un par de libros en consignación…?
Y esa timidez del primer encuentro la perdí en contados minutos. Aquel nieto de quien había sido Intendente de Tandil no sólo aceptó gustoso sino que me felicitó sin haber leído el libro, ya que estaba enterado “a través de la prensa y me gusta darle prioridad a los nuestros, a los escritores locales”. Me invitó a sentarme, charlamos bastante y allí empezamos a cultivar, ambos, una muy linda amistad.
Antonio nos dejó el primero de agosto pasado, con 88 años. Vamos a extrañar, entre otras cosas, su sinceridad, su don de buena gente, algo que, en medio de un mundo particularmente empobrecido de valores, implica muchísimo.
Por entonces, él hacía poco tiempo que había decidido radicarse definitivamente en Tandil, aunque por supuesto, frecuentaba la ciudad desde niño. Con su familia transcurría las vacaciones veraniegas en la estancia Bella Vista, la primera que inauguró en estos pagos su bisabuelo Ramón.
Había nacido el 4 junio de 1937 en la casona paterne la avenida Santa Fe 958, cerca del barrio porteño del Retiro, en la antigua vivienda -ya demolida- que perteneció a su abuelo, nacido en 1880. Pero Tandil había sido siempre su “norte”, hasta que pudo instalarse.
Una de las primeras cosas que me dijo fue que él recién se había dado cuenta de la importancia que posee el apellido Santamarina en esta ciudad cuando se radicó aquí. Sin ir más lejos, su local libresco de esa galería estaba ubicado en el predio de la vivienda que había construido don Ramón, muchas décadas atrás. Y que entre otras cosas, funcionó el club Santamarina por varios años, desde la década de 1930, hasta que la institución fue construyendo la sede de Yrigoyen 662 que ahora ocupa el Centro Cultural Universitario. Pero en el sitio donde ahora se encuentra la galería se realizaron, por ejemplo, las primeras grandes veladas de boxeo en el Tandil.
Una de las cosas que recuerdo de Antonio y que habla muy bien de su noble manera de ser, es que cada vez que retornaba a su local, lo primero que hacía, tras el saludo, era llevar su mano al cajón del escritorio para pagarme los ejemplares que había vendido en esos días, así fuesen apenas uno o dos…
Otros escritores, intelectuales y amigos frecuentamos ese local y luego el que tuvo en Belgrano 721. Se hablaba de libros, de autores, de filosofía, de la vida. Nunca se despegó de esa actividad, aunque no tuviese local a la calle. Siguió relacionado con gente del rubro y por eso nos encontrábamos y compartíamos la mesa en los festejos aniversario que organizaban Alicia Laco y las queridas “chicas de Alfa”.
Fútbol, desde el potrero del barrio Retiro
Pero falta agregar que en sus locales se hablaba también de fútbol. Fue un apasionado hincha de Estudiantes de La Plata y fundó la peña “pincha” en Tandil. Practicó el deporte más popular desde chico. Durante aquella niñez en Retiro, formó parte de un equipo denominado “Halcón Negro”. Disputaban los torneos en la plaza San Martín en aquella “Buenos Aires del cuarenta... si te dejaran volver…”, como dice la letra tanguera. Más adelante fundó el club “Yarará”, en San Isidro, en el que se desempeñó como capitán del equipo. Luego, en la provincia de Río Negro fue jugador y técnico en Choele Choel y en Luis Beltrán. En esta última localidad tuvo una chacra de manzanas. Despuntó el vicio jugando de “back central” -el antiguo número 2- en el equipo de Unión de esa ciudad. Simultáneamente, y por cinco años, fue técnico de la selección del Valle Medio en aquellas célebres competencias por la Copa Adrián Beccar Varela, que abarcaban todo el país.
En Tandil, seguía intensamente los pasos del equipo de Ramón Santamarina y en el año 2010 fue uno de los oradores en el acto realizado en el teatro Alfa de la Universidad, por la recuperación del nombre de la institución.

Memorias del abuelo
En 2013, cuando me tocó escribir el libro relacionado con el centenario del “Club y Biblioteca Ramón Santamarina”, lo entrevisté especialmente en su casa, con ese motivo. Lo hice como amigo, como gran futbolero que fue siempre Antonio, pero sobre todo porque su abuelo tuvo mucho que ver con los orígenes del aurinegro. Hablamos intensamente de aquel Antonio que entre otras realizaciones para Tandil en su gestión, fue el principal artífice de la plaza, sus estatuas y diseño, del Palacio Municipal, y el ideólogo del Parque Independencia.
Antonio recordaba, entre tantas cosas, que su antepasado tenía un cuadro con un banderín del club, en aquella casa de la avenida Santa Fe. Y nos dijo:
“Me provoca mucha alegría saber que él estuvo presente en aquellos días fundacionales de este club que al margen de las vicisitudes vividas, sigue siendo el más popular de Tandil, por lo menos en lo que a fútbol respecta”.
Sin embargo, Antonio me confesaba en aquella entrevista:
“Él nunca me contaba nada, ni la historia relacionada con el club ni todo lo que tuvo que ver con las obras públicas que aquí realizó. No sé si por modestia o porque en aquella época no se hablaba demasiado entre padres e hijos o entre abuelos y nietos; ahora hay más comunicación. Tampoco me decía nada acerca de Ramón, su padre, ni de su hermano Ramón segundo, que había nacido aquí en Tandil en el año 1866 y también se implicó mucho con esta ciudad”.
Ya en la faz más íntima, respecto de sus encuentros con su abuelo Antonio, decía:
“Él salía de Bella Vista con su automóvil y empezaba a recorrer conmigo la ciudad. Estoy hablando de comienzos de la década del cincuenta. Yo era adolescente. Era un hombre de pocas palabras. Tenía una mirada muy peculiar, te dabas cuenta cuando estaba contento por su sonrisa, le brillaban los ojos. Era afectuoso, a su manera”.
“Tuvo caballos pura sangre de carrera y me llevaba al Hipódromo de Tandil. Pero no le gustaba apostar, lo hacía muy de vez en cuando. Fue amigo de Irineo Leguisamo, aquel extraordinario jóckey al que le cantó Carlos Gardel …”.

El abuelo y la política
“Fue ante todo un político de raza”, enfatizaba Antonio nieto en aquel momento. “Era adversario de Perón, pero jamás le escuché hablar mal de él. A esa casa de Santa Fe concurrían políticos de todos los partidos, conservadores que eran correligionarios suyos, pero también radicales o comunistas, por ejemplo. Y en el parque de Bella Vista hay una gran foto en la que está él con Alfredo Palacios, que como es sabido fue el primer diputado socialista de América. A mi abuelo le gustaba pararse en la plaza de Mayo para hablar mano a mano con la gente, discutía con ganas. Lo respetaban. Una de las personas que recuerdo invitaba a comer a su casa era Domingo Mercante, gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires. Y eso que él llegó a estar un tiempo preso en uno de los primeros gobiernos peronistas. Pero jamás tuvo rencor ni hablaba mal de nadie”.