Sucesos notables en la historia de Tandil
El primer balneario público
Por Juan Roque Castelnuovo
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El Arroyo del Fuerte, en el tramo comprendido entre el viejo molino de Fugl y la población incipiente, fue el primer balneario público habilitado oficialmente en Tandil.
Esto ocurría a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, oportunidad en que la Corporación Municipal sancionó una ordenanza que establecía una reserva a ambos márgenes del cauce de agua, destinada a lavadero y bañadero, ya que allí concurría el vecindario no solo a darse un chapuzón refrescante sino también a lavar la ropa.
Después hubo otros bañaderos, en los lugares más favorecidos por el caudal de los arroyos, como los instalados en el Chapaleofú en la periferia de la aldea.
Allá por 1883 el calor se hacía sentir tanto, que la gente buscaba desesperada lugares donde bañarse. Más aún, teniendo en cuenta que habiendo llegado en esa época el ferrocarril, con él llegaron también los primeros veraneantes, como se les decía entonces a los turistas.
Apremiados por el calor sofocante de esos días, la gente buscaba un atemperante en los baños. Algunos encontraban ese recurso en las piletas de Ezcurra -zona de lo que es hoy 4 de Abril y Belgrano-, pero otros buscaban el baño en el arroyo del Molino. En este caso no tenían mucha suerte, por los puntos en que la gente acostumbraba bañarse, se habían transformado en bañaderos de caballos que, obviamente, colocaban el agua en condiciones inconvenientes para la higiene.
Para esa misma época, Ezcurra habilitaba otro bañadero público en Garibaldi y Rivadavia, donde a tal efecto había construido un tajamar. Y el activo y progresista hotelero Juan María Dhers, realizaba una importante mejora en su hermoso hotel De la Piedra Movediza -Pinto y 9 de Julio- destinado a baños públicos, tanto para los viajeros como para los vecinos de la localidad. Montados con arreglo a las mejores comodidades, higiene y ventajas de los más notables establecimientos de ese género en otras ciudades, inclusive en la Capital.
Muchos forasteros visitaban por aquel entonces nuestro pueblo. Unos con motivo de las romerías españolas; otros, con el de las carreras de caballos que se realizaban en el circo más antiguo del país, que era el del club Hípico. Y, finalmente, los que llegaban por asuntos vinculados con el ferrocarril recién instalado.
Por esa época, un folletín impreso que circulaba en el pueblo recomendaba al vecindario practicar la natación exponiéndole sus ventajas. “La civilización ha echado a perder muchas cosas -decía-. ¿Por qué esperamos a que nuestros niños crezcan y aprendan lo que es el temor antes de enseñarles a nadar? En las islas Fiji los chicos nadan antes de saber caminar. Debe ser la cosa más natural, porque usan los mismos movimientos que todos los pequeños animales. Y ahora, después de generaciones de cultura, bracear como hacen los perros, se ha demostrado que es el más eficaz de los movimientos”.
“Enseñemos a los niños a amar el agua como un amigo -proseguía- y no como un enemigo”.
Y finalizaba: “Inmediatamente después del braceo viene el nadar de pecho, tal vez el más cómodo de todos los modos de nadar; luego el nadar de costado y el nadar de espalda, que aunque no es la manera más popular, tiene la ventaja de ofrecer descanso al nadador”.
Agregaba la nota, asimismo, algo sobre los trajes de baño, que ya los había: “No todas las sirenas tienen o pueden -decía- usar las escamas plateadas que usan las grandes nadadoras del mundo. Pero la variedad de trajes es infinita, aunque nada hay mejor para el nadador que una pequeña trusa sobre una corta combinación”.
NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 20 años por El Eco de Tandil.
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