Entrevista con Alejandra Kamiya: "Cuando el libro puede complementarse con realidades diferentes a la mía, crece"
Entrevista con la autora que estará el sábado 19 a las 20 en la 18va Feria del Libro de Tandil.

De la misma forma que sucede con la lectura de sus cuentos, hablar con Alejandra Kamiya es adentrarse en un mundo regido por la sutileza. Su voz al teléfono desde algún lugar de Buenos Aires se corresponde con su voz de autora, esa que abre las puertas de relatos tan sencillos como certeros que moldea con paciencia de escultor.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailDesde la publicación en 2015 de los cuentos reunidos en “Los árboles caídos también son el bosque”, el público lector y el periodismo cultural la ubicaron como una de las escritoras argentinas contemporáneas más interesantes.

Un reconocimiento que volvió a validar con “El sol mueve la sombra de las cosas quietas”, de 2019 y “La paciencia del agua sobre cada piedra”, que fue editado por Eterna Cadencia en febrero pasado y ya va por su tercera reimpresión.
En sus relatos construye, como decía Machado “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles”, pero no por eso inocentes. La muerte, la soledad y la identidad son algunos de los temas a los que recurre y revisita.
Lo hace a partir de historias diversas en las que suele haber dos fuerzas que tensionan la trama, como la mujer y el mono en “El mono”, las amigas que construyen un lugar propio en “Los restos del secreto”, los perros de “La pregunta de Rawson”, y muchos otros.
Los cuentos de Kamiya suelen partir de situaciones cotidianas. Las aborda desde una mirada particular, como esa de la que daba cuenta Ricardo Piglia citando a Rimbaud, “la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato”.
Con motivo de su visita a la 18va Feria del Libro, donde concurrirá invitada a dar una charla abierta y gratuita el sábado 19 a las 20 en la Sala Movediza de la Cámara Empresaria, brindó una entrevista a El Eco de Tandil.
-Vas a estar en la Feria del Libro de Tandil ¿Qué significa para vos viajar con tus libros, que te inviten de distintas ciudades del país a charlar sobre literatura y sobre tu obra en general?
-Es la primera vez que lo hago, con los otros dos libros no lo hice. Es como una forma más que propone Eterna Cadencia, la nueva editorial y me encanta. Me gusta mucho el contacto y conversar con los lectores, y del interior más aún.
Porque me voy enriqueciendo muchísimo al conocer otras formas, otros paisajes, otros ritmos. Me gusta muchísimo, lo disfruto y es como que el libro crece.
-En el intercambio…
-Totalmente, en el intercambio y cuanto más lejos de mí, más crece. Cuando el libro puede complementarse con realidades diferentes a la mía, crece.
-Bueno, tus relatos no tienen una atmósfera tan urbana, podrían suceder en Tandil…
-Si, porque mi clima interno, digamos, mi paisaje interno se parece más al de Tandil. Al de Tandil, al de Venado Tuerto, al de Jujuy. Claramente el urbano es el paisaje que menos elijo.
Lo esencial, lo sutil, la esperanza
En diversas entrevistas Alejandra Kamiya contó que fue un día en un supermercado cuando vio una convocatoria a un concurso literario. Aunque desde mucho antes escribía y estaba conectada con la literatura, ganar el certamen fue el inicio de otro tramo en ese camino.
Comenzó a formarse en el taller de Inés Fernández Moreno y luego en el de Abelardo Castillo, y desde mediados de los 2000 sus relatos fueron premiados en Argentina y el exterior. Después, llegaron las publicaciones, las reediciones, las entrevistas, los viajes. Pero en lo esencial, no cambió.

-Muchas veces te referiste a esa anécdota en la que contaste sobre tu encuentro con la literatura en un supermercado, momento en el que se abrió una puerta para escribir desde otro lugar. ¿Cómo fue el paso de escribir de una forma íntima, a hacerlo si se quiere de una manera profesional?
-Yo no creo que ese haya sido mi encuentro con la literatura. Mi encuentro con la literatura es leer y escribir como escribía antes del supermercado. Lo que me sorprendió del supermercado fue la reacción de las demás personas.
Pero mi forma de escribir, de hecho, no cambió mucho a como escribía antes. Aún todavía, no cambió tanto. Lo que va cambiando es el lugar que le vas dando a la literatura en tu vida. Pero mi forma de escribir en la intimidad sigue siendo exactamente igual.
-Hay algo que contaste sobre tu método de trabajo, que tiene que ver con el “quitar”, haciendo una tarea parecida a la de un escultor que descubre su obra en la piedra. Hay una frase de Borges que dice algo así como que en un cuento todo puede ser o parecerse a lo esencial. Cuando trabajás “quitando” ¿estás buscando eso, lo esencial?
-Exactamente. A veces, obviamente, hay cosas que no son esenciales. Se necesitan conectores, se necesitan pasar de una escena a otra, pero tiene que ser o esencial o muy funcional a la trama.
-¿Y qué entendés por esencial?
-Lo esencial está relacionado con eso que íntimamente me movió a escribir lo que estoy escribiendo. Por ejemplo, preguntas relacionadas con la identidad, la muerte, la soledad, en general los temas que me mueven, los vínculos.
Es como si surgiera una pregunta a partir de algo material concreto, externo, como una escena que vi en la calle o en la película o algo. Eso empuja a una pregunta esencial en este sentido, que toca algo muy íntimo primero en mí. Y ahí me pongo a escribir y apoyo ese intento de respuesta en una trama.
Entonces, cada frase tiene que ser funcional a esa trama para moverla, para ponerla en movimiento, o tiene que ver con esa formulación de una pregunta que me está molestando.
-Hay en tus cuentos una recurrencia, de dos fuerzas que por momentos chocan, o corren paralelas, o se complementan. La mujer y el mono, el padre y su hija, Guille y su amiga, los dos perros. ¿Lo entendés así? ¿Es algo que buscás?
-No es buscado porque, en general, el modo en el que trato de escribir no es buscando. No es con ideas preconcebidas como con un plan, sino con un par de reglas y lanzándome al ruedo.
Y lo que decís, de dos fuerzas, justamente es la tensión. La tensión es el juego entre dos fuerzas. La tensión, de algún modo, es lo que sostiene el relato. Entonces, sí, siempre tengo que estar sostenida por dos fuerzas en tensión. Creo que la tensión es también lo que sostiene la vida, fuera de la literatura.
-Contabas que cuando publicaste el libro en el que hay relatos sobre animales, descubriste que había muchos otros con la misma temática y que te interesaba ser parte de algo mayor, algo más grande. ¿En ese sentido en qué lugares te ubicás?
-Me gusta ubicarme dentro de algo más grande, como ocurrió con lo de los animales, pero no de un modo adrede, de un modo activista o panfletario. Me gusta que funcione de ese modo. Yo hago lo que tengo que hacer de manera genuina y de repente resulta que estoy involucrada en tal movimiento. Con cualquier movimiento.
Puede ser desde esta nueva concientización del vínculo con los animales o la naturaleza o el feminismo o alguna ideología en particular. A mí me gusta más que la gente se dé cuenta que yo pienso esto porque actúo de tal manera, y no porque lo grito o lo declaro. Y también con respecto a mí misma.
No quiero decir que soy de tal manera y por eso voy a actuar de tal modo. No, yo voy a actuar de tal modo, y de ahí va a resultar que soy tal cosa. Entonces sí, seguro que soy parte de muchos colectivos. Y si me preguntan por cada uno, estaré orgullosa porque responden a algo genuino en mí. Sea bueno o malo, pero genuino.
-Sos una autora sobre la que se suele hacer referencia a la sutileza. ¿Lo que decís tiene que ver con esto, con la sutileza como no hacerse notar si se quiere?
-Sí, es el modo que me interesa, el modo sutil. Pero asociás la sutileza con que algo no se note, y yo creo que la sutileza se nota mucho.
-Escribís desde una mirada sutil del mundo, pero desde hace un tiempo a esta parte se imponen perspectivas violentas. ¿Cómo te encontrás con esto?
-La violencia a mí no me va en ninguna de sus formas. Creo que eso sería uno de mis primeros principios, el de la no violencia. Y no hablo solo de las grandes violencias. Obviamente soy pacifista, pero la micro violencia cotidiana también, la violencia del discurso, la violencia en el modo del discurso.
Pero creo que hay esperanzas. Por lo pronto que uno escriba y haya gente que se siente a leer en silencio, que deje el teléfono, la computadora, el ritmo de locura, eso ya es una pequeña victoria, eso ya es un logro. Siento que hay esperanza cuando veo tantos lectores. No de lo mío, sino en general. Una cosa que me sorprendió de viaje por el interior, es que vi muchos pequeños grupos que se reúnen en torno a la poesía. Y eso me encantó. Clubes de lectura de poesía en lugares chiquitos en el interior. Eso me dio esperanza.