Las Carmelitas Descalzas inician su obra en Tandil, con la fundación de un monasterio en el Calvario
Mañana, a las 12.30, se realizará la fundación del Monasterio Carmelita de Santa María al Pie de la Cruz y San José. El edificio se construirá en el Calvario, junto a la Casa de Retiros María Auxiliadora. El obispo Salaberry encabezará la ceremonia.
Este sábado, desde las 12.30, en el Monte Calvario, se realizará la ceremonia de fundación del Monasterio Carmelita de Santa María al Pie de la Cruz y San José. En la oportunidad se colocará una cruz en el terreno donde se construirá el edificio. Mientras se desarrolla la obra civil, las hermanas cumplirán con la clausura en la casa provisoria, ubicada en Salustiano Rivas y Darragueira, junto a las Casitas de la Esperanza.
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El monasterio fundador es de La Plata y las siete hermanas que se radicarán en Tandil son María Gabriela de la Dolorosa, Teresita del Niño Jesús, María Eugenia Teresita del Niño Jesús, María del Pilar de Jesús Sacramentado, María Inés del Inmaculado Corazón de María, Ana Teresa del Corazón de Jesús y Lucía del Inmaculado Corazón de María.
El acto, que tendrá lugar en la Casa de Retiros María Auxiliadora, ubicada al pie del Calvario, comenzará con las palabras de bienvenida a cargo del obispo diocesano Hugo Manuel Salaberry.
Luego se procederá a la lectura del rescripto de fundación del Monasterio y a la bendición del terreno en donde se construirá el edificio. Además, se colocará una cruz en el predio.
A continuación, la comunidad se trasladará al templo parroquial Nuestra Señora del Carmen para celebrar la eucaristía y se leerá la bendición del papa Francisco (después de la oración post comunión).
Por último, los presentes se dirigirán a la casa provisoria, ubicada en Salustiano Rivas 1570, donde las Carmelitas cumplirán con la clausura hasta que se termine la nueva sede. Allí, desde el umbral, se bendecirá la casa religiosa y las monjas ingresarán a la clausura, acompañadas por los obispos. Además, se realizará la bendición eucarística y la reserva del Santísimo Sacramento, y por último, el saludo de las monjas a los presentes en el locutorio.
Un poco de historia
Hace no muchos años, un monasterio de vida contemplativa era poco menos que un misterio. Hoy, las nuevas tecnologías permiten develar parte de la realidad de un convento de carmelitas.
En principio, hay que evocar el Monte de Palestina, donde el profeta Elías adoró al Señor y en cuyas laderas, muchos siglos después, siguiendo su ejemplo y su espíritu, habitaron los ermitaños que le dieron nombre a la orden Hermanos de la Bienaventurada Virgen María y del Monte Carmelo.
Durante siglos, los ermitaños vivieron fieles a ese carisma, construyeron un oratorio en honor de la madre de Dios y posteriormente pidieron al patriarca de Jerusalén que les redactase una regla de vida.
Al pasar a occidente, la regla sufrió algunas modificaciones y los Carmelitas adoptaron una vida mixta de acción y contemplación, aunque con gran preponderancia del espíritu contemplativo.
La regla que ya había sido aprobada por el papa Honorio III, lo fue de nuevo por Inocencio IV, con algunos retoques que en nada afectaron al fondo primitivo, y la Orden se propagó rápidamente por Europa, donde adquirió un prestigio extraordinario por sus grandes figuras intelectuales y sobre todo por sus santos.
La Reforma de Santa Teresa
Las terribles conmociones que sufrió Europa hacia finales de la Edad Media repercutieron también en las órdenes religiosas, y los Carmelitas, alegando la necesidad de dedicarse más a la vida activa, solicitaron una mayor amplitud en cuanto al reino de la celda, ayunos y abstinencias, por lo cual la regla fue mitigada y se guardó así en toda la orden hasta la Fundación del Carmelo de San José de Ávila, el 24 de agosto de 1562. En 1515 había nacido, en Ávila (España), quien se convertiría más tarde en Santa Teresa de Jesús.
Muy joven, sintiendo la llamada de Dios, Santa Teresa ingresó en el monasterio de Carmelitas de la Encarnación, en su ciudad natal. Las monjas habían decaído mucho de su primitivo fervor a principios del Siglo XVI, observaban la regla mitigada y su locutorio era una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, por lo cual el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. La comunidad era sumamente numerosa, lo cual era a la vez causa y efecto de relajación.
Ante ese panorama, Santa Teresa de Jesús sintió la inspiración divina de fundar un monasterio de mayor austeridad, con pocas hermanas, con un espíritu más marcado de oración, fraternidad y entrega silenciosa por la Iglesia. Su reforma en el espíritu de los fundadores y en las sanas tradiciones puso por modelo a sus hijas a aquellos santos ermitaños del Monte Carmelo que gastaron su vida en obsequio a Jesucristo y de su Madre Santísima. No se trataba simplemente de tener mujeres capaces de hacer dos horas diarias de oración metal y de recibir el oficio divino, sino de que vivieran juntas, manteniéndose continuamente unidas al Señor, en la “soledad mandada por la regla” y en el trabajo manual a imagen de los pobres, asumido con alegría y amor fraterno, que junto a la penitencia conforma la voluntad con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
De este modo, Santa Teresa de Jesús no sólo volvió al espíritu y fervor primitivos, sino que hizo mucho más, renovó el espíritu del Carmelo con sus ardientes deseos de perfección, lo enriqueció con su vida santa y con sus experiencias místicas, que luego expuso insuperablemente en sus escritos. Fundó en la Iglesia una familia religiosa, vástago del venerable tronco del Carmelo y ganó para su orden a Fray Juan de la Cruz, al que enseñó ella misma el ideal carmelitano, del que luego el santo fue maestro consumado, legando al tesoro de la Iglesia sus maravillosos tratados, algunos de los cuales fueron escritos a petición de las Descalzas y dedicados a ellas.
Así nació seis años después la reforma de los Carmelitas Descalzos, de los cuales el santo fue el primer maestro de novicios y su principal modelo y padre.
El Carmelo hoy
¿Se puede vivir en el siglo XXI una vida tan exigente como la que Santa Teresa dio a sus monjas del siglo XVI? ¿Es posible hoy asumir el desafío de intentar imitar aquellas vidas?
Las carmelitas de hoy y las jóvenes que se acercan a los monasterios, no menos generosas que aquellas de la época de Santa Teresa, desean humildemente fundamentar toda su vida de consagración y de entrega en la lógica del Evangelio, que si bien vale para todo cristiano, para ellas, que se proponen vivirlo con radicalidad, reviste importancia fundamental.
Un mensaje para la comunidad
“Las Carmelitas Descalzas, en todos los monasterios dispersos por el mundo, vivimos reunidas para alabar y amar a Dios en nombre de todos los hombres, pero también para interceder por los que luchan día a día en la calle, por las familias, por los niños abandonados, por los ancianos que están solos, por los enfermos que más sufren, y por tanta gente que no sabe que Dios existe y nos ama, y que por lo mismo es incapaz de amar y de pensar en los demás.
Por eso, cuando vayas por la calle a tus cosas, pensá que está él acompañándote y mirándote con amor, pero también, junto con él, ese puñadito de hermanas, y mientras caminas pensando que vas solo, descubrís que tenés una compañía misteriosa que ignorabas hasta ahora… Que alguien, en un rincón de la ciudad, se levantará temprano todos los días para pedir a Dios por vos y por los tuyos, por tus amigos y por los desconocidos que encontrarás en tu camino; que cuando llega la noche y la oscuridad envuelve todo, alguien rezará por si te olvidaste de hacerlo, alguien le dará gracias a Dios por todo lo que nos dio y te dio en ese día, alguien lo alabará por su bondad con sus criaturas, alguien le pedirá perdón por las muchas veces que le faltamos todos… y por tantos que no piensan nunca en hacer estas cosas.
Por eso preguntamos, ¿tiene sentido hoy la vida religiosa? ¿Tiene sentido hoy la vida en estos claustros alejados del ruido y de la celeridad de nuestra sociedad moderna?
Y la respuesta es sí y mil veces sí, porque de lo contrario el mundo habría perdido la capacidad de amor. Esa capacidad de amor que quiso enseñarnos el hijo de Dios cuando vino a la Tierra y nos amó hasta el fin”.