Los alfajores de los chicos, el emprendimiento de una familia que superó la crisis y la pandemia
En plena pandemia, Claudio y Micaela se quedaron sin trabajo. Ante la incertidumbre por saber cómo mantener a sus cinco hijos, empezaron a hacer alfajores y a venderlos en la esquina de su barrio. Dos años después, con otro hijo en camino, sus elaboraciones son furor en la ciudad.

Cerca de las diez de la mañana, Keyla y Adriel salen de su casa rumbo a la esquina de Arana y Perón. Cargan una canasta llena de bandejas de alfajores que ofrecen a los conductores que se detienen en el semáforo. En poco tiempo, ya vendieron casi todo. Entonces pegan la vuelta, y se preparan junto a su hermana mayor Priscila para ir a la escuela.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEn un principio se hicieron conocidos entre los vecinos de la zona, sus primeros clientes. Pero con el paso del tiempo se corrió la voz de que “los alfajores de los chicos” eran riquísimos, y su historia comenzó a circular de boca en boca y a hacerse viral en redes sociales.
Los inicios de este relato de vida se remontan al pico más alto de la pandemia. Como tantas otras personas, Claudio y Micaela se quedaron sin trabajo, y ante la necesidad, nació el rebusque. Sin otras opciones a la vista, aceptaron el ofrecimiento de un amigo que los invitó a vender alfajores y cañoncitos por Villa Italia.
Pero poco tiempo después, se largaron solos. Claudio insistió a Micaela a elaborar sus propios alfajores de maicena, que hasta entonces eran un éxito sólo conocido en los cumpleaños familiares. Ninguno imaginó que pocos meses después iban a tener montada una pequeña panadería en el living, llegando a produci" miles de alfajores por mes. Entre paquetes de harina, un horno y otras herramientas, la familia alfajorera recibió a El Eco de Tandil para contar su historia.
Empezar de cero
“Mica corta, yo los cocino y nuestra hija más grande Priscila es la que los arma”, relató Claudio. “Ella siempre había hecho unos alfajores de maicena espectaculares. Yo le decía que tenía que hacer para vender. Vendíamos los de mi amigo, pero una vez le dije de hacer los suyos, y ese fue el arranque”, agregó emocionado. Al amigo en cuestión también le fue muy bien, pudo comprarse sus herramientas de panadero y actualmente continúa elaborando.
“Empezamos así, con los de maicena, que hacíamos en una cocina común, yo nunca había hecho nada de esto”, contó. Al principio salían todos juntos, pero después, mientras el resto de la familia se quedaba produciendo, comenzaron sólo los hijos del medio a ir hasta la esquina. Claudio podía mirarlos por la ventana mientras trabajaba en el horno. "Ahora ya los cuidan los vecinos, que los quieren”, contó.
Mostrando su lugar de trabajo, el living reconvertido en panadería, Claudio y Micaela se refirieron a los inicios del emprendimiento. “No teníamos nada, y en tres meses apareció todo. Se lo compramos a una señora que había tenido panadería y tenía todo en la casa. Nos escribió y nos ofreció todo a pagar. Mi suegro me ayudó”, dijo Claudio. Tan bien les empezó a ir, que al horno, corazón de la cocina, lo sacaron en tres cuotas y pudieron juntar el dinero en dos meses.
Los alfajores más ricos
Micaela cuenta que estudió pastelería y repostería. Que si bien trabajó en panaderías, nunca se había dedicado a la elaboración. Ella es la encargada principal de la receta, que prepara mientras cuida de sus dos hijos más chicos y espera al próximo. “La respuesta de la gente fue re positiva, si no estamos en la esquina vienen a casa. Nos han tocado la puerta a cualquier hora buscando alfajores”, contó.
Sus productos le brindan a la familia satisfacciones no sólo económicas, sino también humanas. “Con los de maicena un día un hombre mayor me dijo que son tan ricos que le hacían acordar a los que preparaba su mamá. Son cosas que más allá de lo comercial te sorprenden”, dijo Micaela.
Por el momento elaboran tanto de maicena como bañados en chocolate. Éstos últimos son los más requeridos, aunque aseguran tener público para cada uno de los gustos. Con el paso del tiempo fueron perfeccionando la receta y la presentación. A dos años de haber comenzado con el emprendimiento familiar, los alfajores ya están habilitados, aunque por el momento no lanzaron la marca, uno de los próximos pasos a realizar.
Pero si por algo se han hecho conocidos en la ciudad, es por la presencia de los hermanos del medio que ofrecen las bandejitas en la esquina. “Los chicos son lo más representativo de todo esto”, consideró Claudio. Tanto él como Micaela no pueden disimular su orgullo como padres, al contar que “lo más lindo es que la gente los quiere. Ha venido gente a golpearnos acá para saber si somos los papás, a felicitarnos por el respeto, por la forma, por la presentación. Y eso vale más que te digan que los alfajores son ricos. Como papá es lo mejor que te puede pasar”. A la familia la completan los pequeños Samuel y Noah, criados entre alfajores.
Aumentos
Si bien el proyecto nació sobreponiéndose a la necesidad, como a una gran mayoría les afectó la crisis económica y los aumentos de precios.
“Cuando arrancamos hace dos años, la manteca de 5kg valía $550, hoy nos cuesta $2800”, lamentó Claudio. Haciendo un análisis estimativo, el responsable del emprendimiento familiar calculó, en los últimos dos años, aumentos del 400% en chocolate, harina, maicena y dulce de leche.
Aunque cuenta con experiencia como comerciante, Claudio manifestó que les costó trasladar los aumentos al valor de venta. “Cada vez que hay que aumentar te da miedo dejar de vender”, relató. Como tantos otros rubros, les resulta difícil planificar o pensar con perspectiva de futuro ante la incertidumbre generalizada en relación a la economía. “Es difícil, porque hoy estás ganándole, pero tenés que estar atento porque capaz que en dos meses no le ganás nada. A la vez te da lástima aumentarlo, porque sabés que a la gente no le sobra”, planteó.
Con el emprendimiento sueñan con expandirse comercialmente, pero por el momento priorizan continuar criando a sus hijos, y a recibir al próximo que viene en camino. Tras la entrevista, prepararon otra canasta, y Adriel y Keyla se dirigieron a la esquina. Por un rato, antes de ir a la escuela, ofrecieron sus bandejas a los que se detenían en el semáforo. Muchos les compraron, sabiendo que se llevaban los ya conocidos alfajores de los chicos.