Los trastornos alimentarios se inician en edades más tempranas
Las patologías alimentarias en Argentina continúan con niveles elevados de prevalencia. Según un relevamiento de Aluba se han detectado casos de anorexia nerviosa en niños de 3 años. La licenciada en psicología Viviana José abordó los ejes centrales de una problemática que, con diagnóstico precoz, permite la total recuperación del paciente.

Los trastornos alimenticios que suelen comenzar a manifestarse durante la infancia o adolescencia pueden estar motivados por múltiples factores. La desvalorización del propio cuerpo se ve fomentada por indicios que van desde las burlas de los compañeros en la escuela, un entorno familiar que se vuelve perjudicial o por el afán de perseguir una moda o tendencia peligrosa.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailPor otro lado, el acceso a las redes sociales y a la cultura de lo perfecto desde una muy corta edad contribuyen a que chicos vulnerables puedan desarrollar algún desorden en su alimentación. De hecho, muchos jóvenes se inician en el camino del vegetarianismo o veganismo, conducta que puede ser la puerta de entrada a un círculo distinto.
Lo cierto es que la edad en la que los más chicos se adentran al mundo de estos desarreglos se da de forma más temprana. Así lo definió un reciente estudio que se llevó a cabo en Reino Unido y en Irlanda, donde el número anual de casos nuevos de anorexia nerviosa se presenta entre los niños de 8 a 12 años.
En Argentina, los datos son aún más preocupantes. Un estudio realizado por Aluba (Asociación de Lucha contra Bulimia y Anorexia) reveló que el trastorno alimentario fue detectado en un 13 por ciento de las mujeres entrevistadas, mientras que en los varones fue del 4,5 por ciento. Pero el informe además ventiló que ha disminuido la edad en que comienzan estas manifestaciones y se han registrado casos de anorexia nerviosa en niños de 3 años.
En esta ciudad, la asociación Crecer aborda las problemáticas derivadas de esta patología a través de un grupo de profesionales de distintas especialidades que trabajan de manera interdisciplinaria.
El Eco de Tandil dialogó con la licenciada en psicología Viviana José que actualmente integra el equipo médico de ese espacio y que durante 20 años se desempeñó como directora de Aluba en su sede local.
En la oportunidad, dejó abierta la invitación a un evento que se llevará a cabo en la Cámara Empresaria el 29 de noviembre, a las 19, donde miembros de Crecer ofrecerán una charla abierta y testimonial con motivo de conmemorarse el Día Internacional de los Trastornos Alimentarios.
La importancia de las señales
-Los desórdenes alimentarios como la anorexia, ¿se están presentando en edades más tempranas?
-Sí, en los niños de muy corta edad se están presentando algunos síntomas que se ha convenido denominar como Teria (Trastorno Evitativo Restrictivo de la Ingesta Alimentaria). Esto se está viendo a partir de los 3 ó 4 años que es una edad donde los chicos empiezan a probar toda clase de alimentos y lo experimentan como algo novedoso. Por lo general, pueden hacer un rechazo porque está comprobado que el sentido del gusto debe incorporar hasta diez veces el alimento para instalar una huella neurológica que permita aceptar o no lo que se ingiere. Pero en los chicos que persisten en la selección de sus comidas, hay que estar muy atentos ya que esta conducta puede derivar en un trastorno. Un niño que no come en forma equilibrada puede evidenciar problemas de crecimiento o de desarrollo. Es una instancia primordial para la vida porque se incorporan nutrientes fundamentales. En relación al aspecto físico no se trata sólo de niños muy delgados porque hay casos de chicos desnutridos que padecen obesidad.
-A partir de lo que describe, ¿a qué conductas hay que prestar especial atención?
-Primero hay que entender que aquellos que desarrollan un trastorno alimentario a temprana edad son más propensos a tener en la adolescencia otro tipo de afección alimentaria como bulimia, anorexia, ingestas compulsivas u obesidad. El entorno, ya sean los padres o los agentes de salud, muchas veces no logra advertirlo y se van generando muy malos hábitos. Desde lo conductual, los chicos se manifiestan a través de caprichos seleccionando lo que quieren comer y lo que no. Los padres, para no generar conflicto, acceden a su deseo y de hecho hasta le preparan un menú a su medida. Además, el comportamiento a nivel social es distinto. Tienden a aislarse, a mostrarse autoexigentes o perfeccionistas y son hostiles ante los cambios. En algunos casos los padres, por miedo a un diagnóstico, dejan pasar estos indicios y sin embargo, una detección a tiempo permite lograr un tratamiento con alto grado de curación y además se evita caer en otro tipo de patologías con cuadros más severos.
-Los nuevos estilos de vida que restringen ciertos productos o nutrientes, ¿pueden derivar en un trastorno alimenticio?
-Esto es una moda y una forma bien directa de seleccionar alimentos. Ser vegetariano o vegano tiene sus argumentos pero en un niño o en un adolescente puede ser un hábito peligroso si no existe una orientación profesional. Nuestra cultura determina algunas pautas en las que se hace necesario pertenecer a determinados estamentos y esto ha sucedido siempre. Es muy difícil decirle a un adolescente que lo que la sociedad establece como parámetros es mentira cuando está bombardeado por estos mensajes. Nuestro trabajo en gran parte, consiste en persuadir y brindar herramientas a estos pacientes para que tengan un análisis más crítico respecto a lo que vivimos. Es complejo porque por otro lado hay información ambigua. Existe un canon de belleza que nos exige estar flacos porque eso es sinónimo de éxito, pero uno prende el televisor y encuentra una inusual oferta de programas gastronómicos.
-¿Qué rol cumple el entorno familiar?
-Es crucial y por supuesto hay de todo. Hay hogares donde prima una alimentación muy equilibrada y otros donde se hace un culto de la comida. Nuestra tradición en algún punto marca que mucha actividad social está sujeta a un programa, encuentro o evento donde las preparaciones culinarias toman un gran protagonismo. Los modelos siempre son determinantes y si hay pautas que cambiar, el tratamiento se encara de manera integral y se aborda a la familia completa. Se analiza si se cumple la jerarquía familiar, si existe un orden y se brindan herramientas para que se pueda contener, respetar y poner algunos límites con los que ese niño o niña puedan crecer.
-¿Qué injerencia tienen las redes sociales?
-Es un tema complicado porque hoy hay mucha información a la que se accede de manera indiscriminada. Hay un dato que alarma porque, por ejemplo, a nivel mundial, hay muchos sitios o páginas que tienen más de 30 millones de entradas diarias para conocer sobre dietas o planes de adelgazamiento en el corto plazo. Es muy peligroso porque los chicos naturalizan el uso de estas redes y los padres tienen que estar muy atentos a estos indicadores.
-Independientemente del caso, ¿existen disparadores comunes?
-Antes que nada hay que tener en cuenta que la persona que se enferma ya tiene un terreno predisponente. Existe una herencia o una genética que los hace más permeables a tener un trastorno. Fundamentalmente los cambios son los que producen mayores alteraciones. En los más chicos el desencadenante más común es el bullying, pero también pueden estar originados por una crisis vital, la separación de sus padres, un cambio de escuela o residencia, el paso de la niñez a la adolescencia. Cualquiera de estas situaciones puede ocasionar un estrés mayor porque por lo general son personalidades rígidas y cerradas. Esta misma inflexibilidad la demuestran con los hábitos alimenticios y por ello se limitan a ciertas comidas, colores o texturas de alimentos.
-Los trastornos, ¿se presentan de igual manera en varones y mujeres?
-En los varones lo que se ve más es la vigorexia que, contrariamente a la anorexia donde las mujeres se perciben gordas a pesar de estar muy delgadas, este trastorno se caracteriza por chicos con baja estima que se notan débiles y buscan lograr un cuerpo vigoroso. En este caso se observan conductas de obsesión hacia la actividad física para desarrollar musculatura y mucha veces esta fijación, está acompañada por la ingesta de productos químicos que revierten peligrosidad. En los gimnasios se debe estar pendientes de este tipo de personalidades porque la cultura del cuerpo lleva a realizar rutinas extremas.
-¿Es común encontrar adultos que desarrollen estas patologías?
-Por supuesto, y seguramente lo tienen latente desde su niñez. Por lo general, lo manifiestan en su forma de vivir. Se hacen muy esclavos del cuerpo, sacrifican cosas personales por trabajar en mejorar su fisonomía, se aíslan, no participan de reuniones sociales, van perdiendo afectos y se encierran en una autoexigencia. Uno de los síntomas principales en casi todos los pacientes es la falta de conciencia de la enfermedad y por eso se cronifica. La mayoría llega a una consulta porque alguien de su entorno lo trae. Un amigo, un familiar, una pareja. Hay casos graves en los que las consecuencias pueden ser fatales porque, por ejemplo, la bulimia a diferencia de la anorexia pasa más desapercibida pero es una patología en la que hay pacientes con intentos de suicidio o que se autoflagelan. Por eso insistimos tanto en la detección temprana porque con un diagnóstico y tratamiento a tiempo, la total recuperación de un trastorno alimentario, es posible.
Experiencias reales
La mamá de una joven paciente decidió compartir en primera persona las vivencias que atravesó y atraviesa junto a su hija de siete años para que el testimonio pueda servir a otras familias.
“Somos padres de una niña de siete años, muy divertida, súper inteligente, sensible, dulce y por momentos terca al extremo. Nuestra hija nació prematura, pero ya desde el primer día de vida comenzó a ‘elegir’. Cuando logró el reflejo de succión, tomó el chupete, aunque seguía en orden prioritario poder amamantarla.
Luego de una lucha continua de las enfermeras y mía, ella consiguió su propósito aunque desde ese día y hasta los tres años tomó sólo de un pecho. Cuando pudo empezar con la ingesta de alimentos probó una variedad de insumos: carnes, puré, verduras, frutas, yogurt y no abandonaba su infaltable mamadera.
Al iniciar el jardín de infantes, con el papá observábamos que casi siempre comía lo mismo: yogurt, fideos blancos, pizza con queso, dulces, galletitas, y dejaba de lado el resto de las preparaciones que se le ofrecían.
Fue así que comenzó a constiparse. La hora de la comida se había transformado en un drama porque además terminamos haciendo los menús que ella quería sin darnos cuenta. Si salíamos de vacaciones o íbamos de visita a algún lugar, teníamos que decir ‘no come’ o lo que era más incómodo, pedir que le hicieran fideos. Todo lo referido a la alimentación era un caos.
Desde sus tres años la esperamos ofreciendo todo tipo de alimentos. Hoy a los siete, nos dimos cuenta de que nuestra hija y también nosotros tenemos un grave problema porque su cansancio, sus episodios de constipación y su mal humor son cada vez más frecuentes.
Gracias al consejo de una mamá luchadora que tuvo a su hija con anorexia y nos dio un oportuno consejo, decidimos conectarnos con Viviana. De a poco nos fuimos conociendo, charlando y obtuvimos en cada visita el apoyo y contención como familia.
Mi hija pudo contar todo lo referido a la comida, pero también hablar de sus miedos, sus angustias y sus logros. En su diagnóstico, Viviana nos dijo que la nena tenía un trastorno en su alimentación pero que por suerte, estábamos accionando a tiempo.
¿Cómo fue? ¿Por qué le pasó a nuestra hija? ¿En qué fallamos? Sentimos muchas dudas y culpas a la vez.
No sé si esto pudo haber sido el origen o el detonante, pero en la escuela sus compañeras de curso y chicos de otros grados le decían gorda o fea, y ella todos los días preguntaba si era gorda, mala o fea. Ignorábamos tanta maldad y crueldad hasta que finalmente Viviana logró que nuestra hija pudiera hablar del problema.
A su vez también llevamos la preocupación y la inquietud al colegio, donde las autoridades se comprometieron a trabajar y a seguir de cerca sus pasos y el de los demás alumnos.
Hoy mi hija ha logrado asistir al comedor de la escuela junto a sus compañeritos y también comer alimentos como verduras o frutas que antes no ingería.
Es un camino muy largo donde se requiere de mucha paciencia, fortaleza y sobre todo, de límites, puesto que la niña con sus caprichos por momentos quiere manejar la situación.
Muchas veces como padres creemos que concretar todos los deseos de los hijos es lo mejor que le puede pasar a un niño, pero en realidad, es todo lo contrario. Los límites son necesarios para que entiendan que no lo podemos tener todo, que a veces se pierde, otras se gana y no por eso alguien es buena o mala persona.
Por eso, como familia, decidimos transitar este nuevo camino junto a Viviana que además de ser excelente profesional, tiene una calidez humana muy grande.”