Barbaries

Por primera vez en horas, en todas las horas del día, escucha el silencio. Hasta ese momento, todo era grito y relincho, tronar y silbato, órdenes y súplicas, entreveradas entre sablazos. Recién entonces se quedó quieto, a sentir el silencio. Recién entonces sintió en medio del silencio el temblor de sus brazos y sus piernas, la mandíbula prensándole los dientes, los gritos silenciosos de su propio dolor que le llegaban de todo el cuerpo. Y se tiró al piso. Cayó. De rodillas, implorando un poco de aire. Lo buscó del norte y del este y por el oeste, donde el sol caía naranja. Lo encontró apenas mirando al sur. Una bocanada de aire puro, que le llenó los pulmones. Hasta allí había respirado pólvora y polvo, y saliva y miedo. Y ese gusto a óxido que tiene la sangre. Estuvo respirando muerte, por horas, en todas las horas del día. La muerte tiene olor a todo eso que respiró.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailRecordó a lo lejos. Su niñez de esclavo en Recibe, los latigazos sobre los hombros, la sonrisa blanca de su madre negra como él, las leyendas propias que venían de otra tierra. Recordó el día que lo reclutaron, lo vistieron con ropa nueva por primera vez en su vida, le dieron un arma y lo mandaron a la guerra contra el Paraguay.
Recordó más cerca, los ojos del mal de su comandante, el Conde D'Eu, las órdenes de matar sin mirar y sin mirar ver que el enemigo no eran hombres sino niños que se le arrodillaban a sus pies pidiendo piedad. Matar sin mirar y degollar, a sablazo ciego sentir los cuerpitos cercenados, la sangre brotando, el grito de ´añá memby´ de las madres de esas criaturas que caían a sus pies. Matar sin mirar a las madres que gritan que él es el hijo del diablo. Pero el diablo es el Conde D´Eu. Y él no es su hijo.