No hay caso: contra la edad no se puede. Uno espera un feriado como cuando era adolescente para dormir hasta pasado el mediodía.

Ocho y cuarto de la mañana del primero de mayo y estoy tomando mate con la mirada perdida más allá de la ventana de la cocina, donde no hay mucho más allá que una pared a dos metros. Pero yo estoy viendo otra cosa. No sé qué.

En eso estoy, cuando una voz proveniente de la parte de arriba de la casa me trae a la realidad:

-Papá, ¿me alcanzás la escoba y la pala? Voy a barrer mi pieza. Vos podrías hacer lo mismo, ¿no? No, mejor por qué no pasás la aspiradora ahí abajo.

Este chico no entendió nada de luchas obreras, movimientos sindicales, conquistas laborales. No entendió, tampoco, quién o qué es su padre.

-Silvestre, ¿vos te volviste loco? ¿Qué hacés despierto a esta hora? Cuando tenés que ir a la escuela no hay manera de levantarte y hoy, ocho de la mañana querés barrer la pieza. Ya te alcanzo la escoba; vos hacé lo que quieras, pero yo me tomo el Día del Trabajador.

Trato de retomar la contemplación zen de la pared del patio.

Mensaje de audio de whatsapp:

-¡Feliz día, compañero! Acá un peronista saluda a otro trabajador, aunque sea un desclasado. Perame que en el otro audio te paso la Marcha. Perame que no la encuentro…

-Hola, Gordo. Feliz día para vos también. Lo de la Marcha no es necesario. ¿Será posible que vos también estés con este ánimo a esta hora un feriado? Recién acabo de discutir con mi hijo. Ahora vos y tu euforia. ¿Qué está pasando en este país? ¿En esta vida en general?

-Atendeme que te llamo.

-….

-Hola, mártir de Chicago. Qué hacés. Qué le pasó al pibe. Dejá, no importa. Yo estoy incondicionalmente del lado de él. Escuchá una cosa: ¿Viste El Eternauta? La empezaron a dar ayer…

-No, todavía no la vi. Te ruego si podés evitar contármela.

-Pero sabés de lo que te hablo, ¿no? El Eternauta, la historieta que se hizo serie.

-Ocho y media de la mañana, Gordo. No puedo estar viviendo esto. Me siento Juan Salvo.

-Ah, la leíste entonces. Bueno, no hay problema en que te la cuente porque sabés el final…

-Hacemos una cosa: yo ahora te corto. Y cuando la vea, los seis capítulos, te llamo. Y vos me contás todo eso que tenés ganas de contarme. ¿Dale? ¿O creés que no vas a poder esperar?

-Pero sí, hombre. Dale. Espero tu llamado.

No, claro. No esperó. A la hora de la siesta, que no fue tal, porque mi hijo pasó de la etapa de limpieza a la de redecoración de interiores habitacionales, vuelve a sonar el celular.

-Sí, Gordo…

-¿Y? ¿Ya la viste?

-No. Yo te llamo, te dije. Y ahora te lo digo de nuevo: yo-te-lla-mo.

Ocho y cuarto de la noche. Mi hijo ya está en la casa de su mamá. No tengo que hacer cena, estoy por terminar la columna y, ya relajado, comenzar a ver El Eternauta.

Tacho lo de relajado.

-Hola, nene. Disculpá la insistencia: ya la viste, ¿no?

-Sí, Gordo. Justo te estaba por llamar…

-¡Bien ahí! ¿Qué te pareció?

-Me gustó. Viste que yo me tomo mi tiempo para analizar las cosas.

-Cómo que te tomás tu tiempo… No es una crítica a la teoría de la relatividad. Te estoy preguntando qué te pareció El Eternauta.

-Esa misma pregunta me vengo haciendo desde hoy a las ocho y media de la mañana: ¿Qué le habrá parecido la serie a mi amigo del alma, El Gordo? ¿Querés contarme vos, mejor? Estoy ansioso por conocer tu parecer.

-Sí, no hay problema. Soberbia, descomunal, obra maestra de la ciencia ficción, un antes y un después, a la altura de las mejores producciones universales…

-Me gusta, siempre me gustó esa cautela, esa objetividad, ese despojo que tenés para analizar el arte en particular y la vida en general.

-Gracias, de corazón, gracias.

-De nada. Ahora, decime: ¿qué te lleva a calificarla de semejante manera?

-Que es un producto argentino, que habla de nosotros, que habla como nosotros, que respira, piensa, sueña, siente como nosotros. Ahí estamos todos: el chanta, el ventajero, el traidor, el cachafaz, el desconfiado, el chorro, el malandrín, el delincuente, el delator, el cobarde; pero también están el solidario, el comprometido, el inteligente, el noble, el líder, el corajudo… Y todos medio entreverados. No es que uno es el bueno y el otro es el malo: todos, un poco de cada cosa. Por momentos me identifiqué con Darín y por momentos con el otro loco que quería cuidar su quintita, o con el rengo que se inmoló y también con la parejita que se afanó el auto… Eso me gustó. Que ahí estamos todos. Y es entre todos que vamos encontrándole al agujero al mate. ¿Entendés?

-Sí, claro.

-Y decime, ¿vos con quién te identificás?

-Con vos, Gordo. Están el tango, el dulce de leche, el colectivo, el segundo gol a Francia, el del Diego, la budinera para ver tele, la impronta argenta y fugaz por El Vaticano, el fernet en botella cortada y estás vos. No, no se entiende. Pero se sabe de dónde es. Argentina. Como El Eternauta.

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