Cuando nací –incluso durante gran parte de mi infancia- la perra Laika estaba viva.

Eso habla de mi edad, que es mucha. Pero como tantas otras cosas hacen referencia a mi condición de veterano, prefiero centrarme en otro punto del asunto: la perra Laika –aquella que fue al espacio en una nave soviética- estaba muerta. Pero para nosotros, los niños, los no tan niños y los habitantes de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ella seguía viva. O si se quiere, no había muerto.

Ese mundo mentiroso, de intrigas y espías, amenazante, siempre a una nada de volar por los aires si a uno de los dos dueños se le daba por apretar el botón. Aun así, se permitió la piedad para un pibe como yo.