Curvas, vértigo y yungas

Vengo “bajando” de Tafí del Valle. La tarde está soleada, linda, con un calorcito inexplicable para quien sabe que el final de julio de Tandil lo espera para darle un abrazo de helado e insistente.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEl sol aparece y desaparece, según sea curva y contracurva. A mi izquierda, un cerro interminable se levanta por momentos verde y por momentos marrón. A mi izquierda no sé; trato de no mirar. En algunos tramos no puedo evitar suponer que esa nada que me devuelve el rabillo del ojo es un barranco o algo peor. No puedo con mi vértigo. Y el auto que parece un cachorro loco que va de un lado al otro, tratando de morderse la cola, sacudiéndose las pulgas o el polvo anaranjado de las banquinas.
De tanto en tanto, la ruta pasa de una sequedad de altura a una humedad de nubes y al agua que baja de la ladera. Eso no ayuda, claro. Como tampoco el cartel que advierte “Zona de derrumbe” y tras él otro que amenaza “Animales sueltos”.